sábado, 2 de julio de 2022

Nacho López y la zanja


Con el permiso presunto de La Nación transcribo la entrevista a José Ignacio López que se publica hoy en sus páginas. La que pregunta es Astrid Pikielny. Nacho López es un maestro del periodismo, pero además un maestro de la vida. Pongo en negrita las dos últimas respuestas, en las que llama zanja a la grieta y se refiere al la responsabilidad del periodismo en nuestros días en la Argentina.
-Usted trabajó en el diario LA NACION desde 1961 hasta 1975, año en el que se fue al diario La Opinión, de Jacobo Timerman. ¿Cómo recuerda esas épocas?

-Esa es una de las grandes transiciones que me atraviesan, porque yo entré a esa redacción de LA NACION que recién empezaba a poblarse. Hasta el año 55 había sido un diario de seis páginas. Entonces en la redacción había más gente de la que seguramente se necesitaba y gente más grande. Para un muchacho de 22 o 23 años, entrar ahí, con la solemnidad de la escenografía, en la calle San Martín era impresionante. Yo me formé al lado de las buenas plumas. Había maestros y gente de vocación de enseñar, porque en ese momento en el diario LA NACION estaban Luis Mario Bello antes de irse de corresponsal a Europa y don Rafael Pineda Yañez. Los secretarios de redacción en ese momento no llamaban a los gritos al cronista. Había un par de ordenanzas en la redacción y entonces llamaban al ordenanza y le decían “dígale a López que venga”. Era un templo. Estuve ahí 14 años y nunca firmé una nota. En 1975 me voy a La Opinión. Irme de LA NACION fue una decisión que me costó muchísimo, un parto. En aquel tiempo me vinieron a hablar compañeros a decirme: “¿Vos sos loco? ¿Cómo te vas a ir?”.

-Llega a La Opinión y Jacobo Timerman le dice que usted, que cubría temas religiosos, tiene que construirse sus propias fuentes en Roma y lo envía dos semanas de viaje junto con su esposa. No advirtió en ese entonces que había una razón oculta.

-Viajamos el 10 de noviembre de 1976. Llegamos al hotel y junto con la llave me dieron un télex de Jacobo que decía “pusieron un petardo en tu casa, están todos bien”. Debo haberme puesto blanco porque Lita me miró y me dijo “¿Qué pasa?”. Llegamos a la habitación, pedimos la comunicación y Lita los hizo desfilar a nuestros cinco hijos en el teléfono para asegurarse de que estaban bien. Desde Ana, la mayor, que tenía 13, hasta Nacho, que iba a cumplir tres años. Habían puesto la bomba en la puerta del garaje. En El Caudillo y en algunos otros panfletos salía mi nombre acusándome de ser tercermundista o marxista infiltrado en la Iglesia. A Jacobo le habían avisado que yo estaba en esas listas en las que figuraba como marxista infiltrado en la Iglesia. Él intuía que yo estaba en peligro y me mandó de viaje. En ese momento no sospeché nada, pero después con los años y charlando con Graciela Mochkofsky, la autora del libro sobre Timerman, entendí que Jacobo lo hizo para sacarme de acá porque le habían avisado.

-En 1979 Videla hace una conferencia de prensa y usted le pregunta por los desaparecidos. ¿Tuvo conciencia, en ese momento, de aquella respuesta y del recorrido que iba a hacer?

-Esa respuesta no hizo ningún recorrido. Hace poco fui a mirar los diarios del día siguiente y ninguno de los medios tituló con ese tema. Clarín publicó algo de la frase, no textualmente. El tema de entonces era la cosa política. Todavía no me fijé en el archivo de LA NACION y en La Prensa hay un buen tramo de la conferencia de prensa publicado textual, como preguntas y respuestas. No la mía. Y después hay una alusión: “También se tocaron temas de la subversión”. Pero hay un recuadro donde se consigna que molestó que no todos habían respetado lo que se había pactado, que era que no hubiera repreguntas.

-Pero hubo una repregunta.

-Sí, y la verdad que mi repregunta me la facilita Videla. Hay una cosa clave. Él dice: “Como yo sé que usted no pregunta por ese concepto general”. ¿Por qué? Porque habíamos hablado con Videla más de una vez, habíamos tenido algún off the record con él y le habíamos dicho: “¿Por qué no lo hacen por derecha?”. “No, no se puede porque ante el primer fusilamiento el Papa y Naciones Unidas van a saltar”. Hice la pregunta para estar tranquilo con mi conciencia y porque, además, contaba con el respaldo de Horacio Tato, director de Noticias Argentinas (NA), la agencia en la que yo estaba trabajando en ese momento. Yo quería hacer esa pregunta, porque si teniendo la posibilidad de interrogar al poder, de preguntar, no la hacía, yo no hubiera podido vivir tranquilo. Me agarré de las dos cosas: me agarré del Papa y me agarré de la ostentación de Videla de ser católico. Y para mí algo de su conciencia lo traicionó.

-Y esa respuesta de Videla se conoció varios años después.

-Sí, en 1982 o 1983 empecé a ver algunos informes que se hacían desde afuera sobre la Argentina, en algún canal, y venía la respuesta de Videla, pero no salía la pregunta. La muestra es que Alfonsín me nombra en 1983 y ni Alfonsín me menciona el tema ni yo lo saco ni nadie. Oscar Muiño se acordaría, Julio Lagos se acordaría, porque estaban allí, pero en general no lo sabía nadie. Un día, hace ya algunos años, me llaman de la producción del programa de televisión de (Felipe) Pigna y me dicen: “Tenemos en Canal 7 la grabación de la conferencia de prensa de Videla. Vamos a hacer un programa especial y te queremos invitar a vos”. Por eso el otro día en el homenaje de la Academia de Periodismo le agradecí a Pigna.

-En 1983 aceptó ser el vocero de Alfonsín. ¿Por qué?

-Porque había que recuperar el papel del periodista después de tantos años y porque el Presidente le asignaba un papel al periodismo en la democracia. Esa función nació precisamente para exponer el papel mediador que tiene la prensa en el funcionamiento de una democracia. En ese entonces no había internet, ni redes sociales, ni celulares. Y para mí, en ese momento, era absolutamente imposible no sentirme responsable y entusiasmado de tener la posibilidad de participar de alguna manera de esa ilusión compartida. El 30 octubre se ganó una elección, pero el 10 de diciembre es un día de todos: no hubo triunfadores ni derrotados. Hoy tendríamos que recrear un clima parecido. Hay cosas básicas que se han perdido: hemos perdido la capacidad de entusiasmarnos juntos.

-¿Había tenido trato con Alfonsín anteriormente?

-El llamado de Alfonsín fue la mayor sorpresa de mi vida porque no tenía con Alfonsín ninguna relación especial, nunca había tenido ninguna conversación casi a solas con él. El 10 de noviembre de 1983 me llamó Alfonsín y fui con David Rato a la quinta de Boulogne a verlo. No hubo ninguna ceremonia especial ni nada. “Hola José Ignacio, vamos a comer un asado”. Y fue el primero de una larga serie. Creo que el Presidente buscó a alguien que no estuviera entre sus aplaudidores, buscó a alguien que no estuviera afiliado. Nunca estuve afiliado a ningún partido.

-¿Cuál debe ser siempre el papel del vocero presidencial?

-Para mí lo principal es que el Presidente o el funcionario que sea reconozca auténticamente que el periodismo tiene un papel. Esta función surge originalmente en Estados Unidos y en Europa porque se le reconoce un papel a la prensa en la democracia, y también, para evitar el desgaste del personaje que producía el contacto con los medios y que luego se recrudeció con la radio y la televisión. Hay presidentes que se comunican directo y presidentes que valoran el papel del periodismo a través de la figura del portavoz. Si el funcionario cree que no necesita mediadores, entonces, no se puede ser vocero. Si el presidente dice una cosa y su vocero dice la contraria, es complicado: el periodismo no le reconoce autoridad alguna al vocero porque sabe que no sabe nada. Alfonsín comprendió esto desde un principio sin que sea resultado de ninguna conversación entre los dos: él entendió que yo necesitaba saber todo para poder administrar la información. Entonces, hoy hay que concebir de nuevo el papel del vocero y encontrar la manera de ejercerlo en medio de las redes y de que todo el mundo es periodista, todo el mundo es comunicador. Y hay que hacerlo porque se le reconoce un papel, no porque se lo quiere esquivar, puentear o burlar.

-Estamos lejos de ese clima de ilusión compartida de la transición democrática. ¿Cuál debería ser el papel del periodismo en este contexto?

-Sí, estamos muy lejos de ese clima. No es nada sencillo, pero hoy el periodismo tiene que buscar la forma de restablecer la conversación social. Acá no hay ninguna conversación, no hay diálogo de nada y no se puede trabajar sobre la agudización de nuestro defecto fundamental, que es mirar para atrás para asignar culpas en la mochila del que tenemos al lado sin cargarse nada en la propia, como si no tuviéramos nada que ver. No hay sociedad que se haya regodeado tanto con la disgregación como la sentí en ese diciembre de 2001, en la que el presidente de la Cámara de Diputados me decía a mí: “Esa reunión ármenla ustedes, yo no puedo armar ninguna reunión”. O que el Jefe de Gabinete te llamara para decirte: “Decile al cardenal que nos ponemos el país de sombrero”. Si una sociedad se regodea sin que nadie asuma una cuota parte en esto, estamos complicados. Los periodistas que tenemos capacidad de decisión en los medios, tenemos una cuota dirigencial mayúscula.

-¿Cuál es la parte de responsabilidad del periodismo en esto?

-La mezcla fenomenal de información con opinión es realmente quebrantar una de las cuestiones básicas de esta tarea. Se puede seguir echándole la culpa a los que miden el minuto a minuto, pero cada uno tiene que tener su propio límite profesional. No se puede hacer cualquier cosa en aras del “dale, dale, dale”. Y si al periodista hoy le preocupa más saber cuántos seguidores tiene, entonces trabaja para una hinchada. Se necesita seguir contribuyendo a la lectura de la realidad, pero creo que la honestidad siempre es posible y la conciencia existe. Con el estilo de periodismo que hacemos hoy sobre todo en la televisión, no facilitamos las conversaciones. Aquí no podrían llamarse tertulias, como se llaman en España, por ejemplo, porque no lo son, porque se busca la polarización y no una conversación en la que se respeten puntos de vista. Por eso se parece más a una riña que a un debate. Nosotros debemos contribuir al análisis profundo, porque, además, como para todo, se necesita en la Argentina de hoy, en la Argentina de esta larga decadencia, un espíritu de compunción: tenemos que estar compungidos porque cada uno de nosotros tenemos un pedazo de responsabilidad en esta realidad que hemos construido entre todos, en esta tensión permanente y en estas descalificaciones constantes. Tenemos que tener la humildad de decir “yo también me equivoqué”, “a mí tampoco me salió”. Y en ese sentido creo que podemos hacer una contribución contraria a la que, en muchos casos, estamos haciendo. Ahora solo estamos contribuyendo a profundizar la zanja.

1 comentario:

issabella dijo...

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