lunes, 18 de febrero de 2019

A Der Spiegel también le pasa


Es la portada del 22 de diciembre pasado, cuando Der Spiegel descubrió y confesó que su reportero estrella Claas Relotius inventaba sus notas con descaro. El título dice Cuenta lo que es, el lema del fundador de Der Spiegel, Rudolf Augstein.

En El País de hoy aparece la historia con enlaces a los artículos de Der Spiegel. Salto el muro de pago y se la traigo aquí. Vale la pena.

Juan Moreno, fotografiado en el sur de México, durante la realización del reportaje sobre la caravana de migrantes que hizo estallar el escándalo (foto de Scott Dalton).
El escándalo ‘Der Spiegel’: paren la rotativa, todo es mentira  
por Ana Carbajosa 
Claas Relotius, ilustre redactor del prestigioso semanario Der Spiegel, era un timador. Sus textos publicados llevan ahora una nota advirtiendo que pueden ser ficticios. Lo desenmascaró Juan Moreno, colaborador de la publicación. Esta es la historia del último gran fraude periodístico en la era de las fake news

Nadie le creyó. Él mismo tampoco imaginó que acabaría destapando el gran escándalo periodístico que ha sacudido los cimientos de la prensa alemana y que da pie a un nuevo debate —el enésimo— sobre la profesión en todo el mundo. Ahora, a Juan Moreno ya le creen y en Alemania le consideran poco menos que un héroe. Pero para desenmascarar a un profesional de la mentira a gran escala, capaz de engañar a un país entero, Moreno tuvo que padecer un verdadero calvario. 
Peleó por convencer a sus jefes de que él, el eslabón más débil de la cadena laboral, tenía razón y de que Claas Relotius, de 33 años, la estrella del periodismo alemán, se inventaba las historias que publicaba. No resultó fácil, pero fue una de esas raras ocasiones en las que David acaba por vencer a Goliat. Moreno, un periodista español criado en Alemania, se la jugó y ganó.

Su victoria es, sin embargo, tremendamente agridulce. Su éxito es a la vez la desgracia de
Der Spiegel, la legendaria publicación alemana para la que Moreno trabaja como colaborador. Resulta difícil comprender cómo la prestigiosa revista pudo encumbrar a un reportero que se inventaba las historias, que aseguraba haber entrevistado a gente a la que nunca vio y visitado lugares que no pisó. Cómo nadie, ni sus jefes, ni el departamento de comprobación de datos, ni ningún compañero, se dio cuenta de que el más de medio centenar de artículos que su periodista estrella había escrito eran demasiado perfectos para ser ciertos; eran en realidad un fraude.

Moreno llega casi una hora tarde a la cita en su piso, situado al norte de Berlín. Viene de declarar en la comisión de investigación de
Der Spiegel. Su esposa, también periodista freelance, termina un artículo en un portátil sobre la mesa de la cocina. Tres de sus cuatro hijas entran y salen a lo largo de las tres horas largas que dura el encuentro. 
“No soy ningún héroe, ni el gran defensor de la verdad. No me quedaba otra. Tengo cuatro hijas y por un momento me vi en la calle porque mi nombre aparecía en un artículo lleno de errores”, arranca. “Fueron cinco semanas horribles. Yo sabía que algo no estaba bien, pero no me creían. La frustración era total”. Asegura que pasó semanas casi sin dormir, que ha perdido ocho kilos y que casi se le cae el alma a los pies el día que su hija de dos años y medio pronunció con claridad un nombre: Claas Relotius. “Yo me levantaba y me acostaba con ese nombre en la boca”.

La cotidianidad del hogar de Moreno saltó por los aires a principios de noviembre pasado, a raíz de la elaboración de un reportaje titulado
La frontera de Jaeger. El reportero estaba en México, cubriendo la caravana de migrantes, cuando le llamaron de la revista y le dijeron que iba a escribir un reportaje conjunto con Relotius, la gran pluma de la publicación. Moreno acompañaría a un migrante hasta la frontera y contaría el viaje, y en Estados Unidos Relotius se empotraría en un grupo de milicianos civiles dispuestos a frenar la llegada de migrantes.

A Moreno no le entusiasmó la idea. No conocía a Relotius, pero una vez había leído un texto suyo sobre un asesor fiscal cubano que le había chirriado. El trabajo se hizo. A Moreno le llegó el texto firmado a medias y detectó detalles que no le cuadraron. Escribió al departamento de comprobación de datos y documentación, donde trabajan unas 60 personas. No le hicieron caso.

Después, Relotius le envió un nuevo borrador en el que aparecía una escena final nueva, en la que un miliciano disparaba contra algo que se movía, insinuando que era un migrante. Ese pasaje no aparecía en la primera versión. “Es imposible que un buen periodista presencie una escena semejante y no la incluya desde el primer momento”, pensó.

A partir de ahí, Moreno comenzó una desesperada lucha por la verdad que le robaría el sueño y le sumiría en una frenética investigación contra reloj para salvar su pellejo y su nombre, que irremediablemente acabó apareciendo bajo el reportaje falso. Descubrió un artículo publicado en la prensa estadounidense que se parece sospechosamente al de Relotius. En él salía también un miliciano llamado Jaeger, pero había detalles de los personajes que no coincidían. Después, Moreno reconoció en una de las fotos publicadas por
Der Spiegel y compradas a The New York Times a Tim Foley, un miliciano al que había visto en un documental premiado. Era famoso, pero Relotius no le había puesto el nombre y dijo que no le dejó fotografiarle y que por eso fueron compradas las fotos a The New York Times.

Las incoherencias crecían y Moreno escribió al jefe del departamento de Sociedad, que encargó el reportaje. “No me hicieron caso y me pidieron que fuera a Hamburgo a hablar con ellos”. Después, Moreno recibió una llamada de Relotius. Se había enterado de sus indagaciones. “Juan, tienes cosas que decirme”, arrancó. Moreno le lanzó unas cuantas preguntas, sin desvelar sus descubrimientos, y decidió dejarle hablar. “Me di cuenta de que estaba mintiendo y de que había un problema muy gordo”.

La frontera de Jaeger resultó ser la punta de un iceberg cuyas dimensiones están aún por calibrar. En total, Relotius ha escrito 60 piezas para Der Spiegel, además de para otros periódicos alemanes, que ahora bucean en sus archivos en busca de la verdad. La publicación ha decidido “asumir por defecto que todos los artículos escritos por Relotius fueron fabricaciones”, según anunció, poco después de conocerse el escándalo, el director, ­Steffen Klusmann. “Como editores de Der Spiegel, tenemos que reconocer que hemos fallado de forma considerable. Relotius logró saltarse y anular todos los mecanismos de garantía de la calidad de la empresa. (…) En ocasiones, los protagonistas de sus historias existían, pero en otras no. La mayoría de las veces los detalles sobre su pasado y sus circunstancias eran inventados”. A finales de enero, la revista publicó un primer avance de las comprobaciones, cuyo resultado es espeluznante.

Pero por aquellas desesperadas semanas de noviembre,
Der Spiegel no lo tenía tan claro y empezó a sospechar que Moreno podía tener algo que ocultar. Al fin y al cabo, Relotius era un hombre de la casa. Estaba en plantilla y había ganado hasta cuatro veces el gran premio de periodismo alemán, la última vez en 2018, y había sido nombrado periodista del año por la CNN. Era además un tipo que caía bien en la redacción. “Todos en Der Spiegel le apreciaban. Sus compañeros me han dicho: ‘Si lo hubieras llegado a conocer, no habrías hecho esto”. Estaba a punto de ser ascendido.

Pero Relotius era sobre todo un tipo que traía historias. Conseguía lo que los demás ni aspiraban a lograr. Aseguraba hablar con los protagonistas que se negaban a hablar con otros. Sus reportajes estaban bien escritos, llenos de voces, acción y personajes; eran caramelos demasiado dulces como para que algún jefe se preguntara algo. “Como jefe de una sección, tu primera reacción al recibir historias como esas es de satisfacción, no de sospecha”, ha reconocido Ullrich Fichtner, un responsable de la revista, en una larga reconstrucción del caso. “Relotius siempre entregaba historias excelentes (…), era un empleado especialmente valioso”. Fichtner, llamado a ocupar una alta responsabilidad, le describe como alguien “modesto, alto, reservado, atento, en ocasiones demasiado serio. Pero, en conjunto, el tipo de persona a cuyos padres te gustaría felicitar”.

Moreno, sin embargo, es un
outsider. Un reportero freelance que trabaja desde su casa en Berlín y apenas pone el pie en la central, en Hamburgo. Es una voz exótica, hijo de un español empleado de una fábrica de neumáticos que emigró a Alemania desde el campo almeriense cuando él tenía año y medio (nació en 1972). Trabajó para varios medios y tuvo una columna en ­Süddeutsche Zeitung, hasta saltar a Der Spiegel en 2007.

Por eso en parte, cuando Moreno cuestionó el trabajo de Relotius, las sospechas se volvieron en su contra. “Me dieron a entender que eso tendría serias consecuencias para mí. Que me había atrevido a meterme con Dios. Yo estaba convencido de que iba a perder mi trabajo y de que nadie me querría contratar con semejantes antecedentes”. Ahí comenzó la verdadera batalla.

Moreno pasó cinco semanas dedicado a desmontar las historias de Relotius. Aprovechó un viaje de trabajo a Estados Unidos para llevar a cabo una misión secreta. Buscó a los supuestos entrevistados en el reportaje de la frontera. Condujo durante 800 kilómetros, hasta dar con Foley. Le mostró una foto de Relotius. No le había visto en su vida. Hizo lo mismo con Chris Maloof, otro supuesto entrevistado. Tampoco. Grabó esas entrevistas en vídeo y volvió a Hamburgo. Relotius argumentó que en su reportaje se hablaba de actividades ilegales y que nadie iba a reconocer en un vídeo haberlas hecho. Seguían sin creerle.

Moreno amplió la investigación y tiró de hemeroteca. Dio con un artículo en el que se suponía que Relotius había hablado con los padres de Colin Kaepernick y descubrió que la familia del jugador de fútbol americano que protestó contra el racismo había rehusado hablar con la prensa, también con la alemana. Cuanto más investigaba, peor olía todo.

Lo que pasó después se ha contado en las páginas de
Der Spiegel a lo largo de varios artículos en los que la publicación ha entonado un sonado mea culpa. El 3 de diciembre, a las 3.05, una mujer llamada Janet envió un correo electrónico a la revista. Es la encargada de prensa del grupo de vigilantes al que supuestamente había acompañado Relotius en Arizona. En él preguntaba cómo era posible que hubiera escrito un artículo sobre ellos sin haber pasado por allí. Relotius falsificó el texto para que pareciera que la mujer preguntaba por qué había pasado tan poco tiempo con ellos. Pero 10 días más tarde llegó la prueba definitiva. 
Los grandes jefes de la publicación se reunieron acompañados de un informático. Moreno les había convencido de que accedieran al servidor. Comprobaron que Relotius había manipulado el correo y que nunca había estado con los patrulleros de Arizona. La madrugada anterior, una de las jefas del impostor se había enfrentado a él tras descubrir otra fabricación, esta vez en Facebook. Relotius se derrumbó y confesó. Dijo que le había movido el “miedo al fracaso” y que “la presión para no fallar fue creciendo a medida que iba teniendo más éxito”. Recogió sus cosas y se marchó para siempre de la revista que le encumbró a la cima del periodismo alemán.

El 22 de diciembre,
Der Spiegel publicó un número especial con una portada roja con grandes letras blancas en las que se lee: “Cuenta lo que es”. Son palabras del fundador de la revista, Rudolf Augstein, las mismas que ocupan un lugar destacado en la redacción de Hamburgo y que Relotius traicionó hasta su amargo final. Aquel número dedicó 23 páginas al asunto. En él se afirmaba que las alarmas deberían haber saltado en numerosas ocasiones. Como cuando Relotius pidió a los traductores de la edición internacional que no publicaran sus piezas en inglés. O cuando pidió que no divulgaran en la web una foto de la edición impresa.

La revista ha creado una comisión de investigación con veteranos de la casa, además de la exdirectora de
Berliner Zeitung. Durante meses analizarán “cómo Claas Relotius pudo falsificar historias, inventar protagonistas, engañar a los colegas y burlar los sistemas de control de calidad, y qué cambios en la organización deben adoptarse”, según indica en un correo una portavoz de la publicación que evita ofrecer más detalles hasta que avancen las pesquisas. De momento, todos los artículos de Relotius aparecen en la web con una nota que advierte de que pudieron ser falsificados.

Reporter Forum, una iniciativa ciudadana por el buen periodismo, ha informado de que Relotius le ha pedido perdón y ha devuelto sus cuatro grandes premios Reporter.

Mientras, ha trascendido que Relotius pidió dinero a los lectores que se interesaron por las víctimas que aparecían en sus reportajes. No se sabe aún cuánto dinero recaudó ni qué parte fue a parar a ONG. A través de sus abogados, él ha reconocido haber recaudado dinero de los lectores, pero ha asegurado que lo donó a causas humanitarias. La revista comprobó que parte de ese dinero efectivamente había ido a parar a una ONG. En el mismo comunicado, sus abogados explican que su cliente ha admitido que “presentó hechos falsos y erróneos en numerosas ocasiones. Los falsificó y los inventó”. Dicen que “lamenta” lo ocurrido y que en ningún caso quiso “proporcionar munición a los que ahora apuntan a su reportaje con turbias intenciones políticas, como una prueba de la existencia de las llamadas
fake news. Contactado el bufete de los letrados en Hamburgo, explican que ni ellos ni el propio Relotius quieren, de momento, ofrecer más explicaciones.

A estas alturas, las verdades se confunden con las mentiras en una maraña que tardará mucho tiempo en desenredarse. Pero por ahora algunos actores políticos han olido sangre y se han lanzado a degüello. Porque el caso Relotius se produce cuando las fuerzas populistas luchan por desacreditar a los medios tradicionales. La extrema derecha alemana se frota las manos ante un caso que considera la prueba última de que los medios son poco menos que fábricas de
fake news. El embajador de EE UU en Berlín, Richard Grenell, el hombre fuerte de Donald Trump en Europa, ha aprovechado para lanzar una campaña contra Der Spiegel. Acusa a la revista de “antiamericana”, enturbiando aún más la ya de por sí maltrecha relación entre Washington y Berlín. 
La acusación de Grenell se fundamenta en una de las invenciones de Relotius tal vez más alucinantes. En un texto titulado ‘En una pequeña ciudad’, describe una localidad de Minnesota que supuestamente es un ejemplo de caladero de votos de Trump y a la que fue enviado. La sarta de falsedades que aparecen en ese reportaje las recopilaron con minuciosidad Michele Anderson y Jake Krohn, dos vecinos de Fergus Falls, que se indignaron al leerlo. Enumeran en un detallado artículo las invenciones de Relotius; entre ellas, lo que dice el cartel de entrada a la ciudad o una entrevista a un hombre del que afirma que nunca ha estado con una mujer ni ha visto el mar y que en su página de Facebook aparece en la playa con su chica. Así todo. “En 7.300 palabras solo acertó en el tamaño de la población y en la media de la temperatura anual, entre otros datos básicos (…). El resto es ficción desinhibida”, escribe Anderson, quien el pasado abril envió un mensaje a la cuenta de Twitter de Der Spiegel, en el que acusaba al autor de escribir “ficción”, que se perdió en el mar de interacciones digitales. El bochorno ha sido tal que Der Spiegel decidió enviar a su corresponsal en Washington para rehacer la historia y de paso pedir perdón.

Más allá de las paredes de la revista, el
Spiegelgate ha desatado un intenso debate global en torno al futuro del periodismo en la era de las fake news, de la hipermedición de audiencias y de la compulsión por hacer las historias atractivas aun a riesgo de sacrificar la verdad. O, como lo ha llamado el analista de los medios Jeff Jarvis, “el peligro de la seducción del formato narrativo”. Alertan estos días algunos gurús del periodismo del riesgo de forzar las historias para hacerlas cada vez más atractivas, como si la realidad no bastara. Este es solo uno de los debates que planean sobre la redacción devastada de Der Spiegel, uno de los pilares del periodismo europeo.

Mientras, Juan Moreno no acaba de creerse todo lo que le ha pasado. Dice que le ha impactado descubrir el poder que puede llegar a tener la persuasión incluso en periodistas veteranos, con el colmillo bien retorcido. “Les engañó a todos y me hubiese engañado a mí también si le hubiese conocido”. Moreno reconoce que pensaba que nadie sería capaz de hacer algo así, y eso era lo que le frenaba. “Creo que en el fondo pensaba que hay ciertas normas que todos cumplimos”.

Der Spiegel afronta ahora una profunda remodelación, mientras espera el resultado de una investigación que no anticipa nada bueno. Relotius guarda silencio. Y Moreno, que recibe cientos de mensajes de felicitación y ofertas varias, ha vuelto a su vida de siempre, la de reportero
freelance.

domingo, 10 de febrero de 2019

La era de la información digital de pago en La Vanguardia


Si hay que suponer que El Mundo de Madrid está pensando en cobrar a los lectores, también La Vanguardia (Barcelona) lo está pensando, sobre todo después de este título de hoy para el artículo de Ismael Nafría sobre los avances en suscripciones digitales del New York Times. El artículo vale la pena como todo lo que escribe Nafría sobre la Vieja Dama Gris.

jueves, 7 de febrero de 2019

La era de la información digital de pago en El Mundo


Hoy El Mundo de Madrid publica La hora de la información digital de pago en el Reino Unido. Hace una semana en la misma sección publicaron Información de calidad y con valor añadido en Francia. Todo parece indicar que en El Mundo están pensando seriamente en el muro de pago. Mientras llega, vale la pena leer los artículos de Alberto Muñoz e Iñaki Gil (odio esa e que nos supone incapaces de decir y Iñaki). Aclaro que me entero de los dos artículos gracias a un tuit de Miguel Ángel Jimeno.

miércoles, 6 de febrero de 2019

No hay malas historias, hay malos periodistas

Jorge Lanata y Pablo Rossi (que reemplaza por unos días a Marcelo Longobardi) hablaron esta mañana en Radio Mitre sobre el programa Hora 25 que hará Lanata este año en televisión. Terminó en una conversación pública genial sobre periodismo y periodistas en la Argentina de hoy. Intervine también Willy Kohan.

lunes, 4 de febrero de 2019

Para optimizar la billetera corta

Gracias a Darío Gallo me entero del proyecto Scroll que esperan lanzar en los primeros meses de este año. Se trata de una respuesta a la billetera corta, esa que no puede con tantas suscripciones. Aquí una nota en el Wall Street Journal, que copio y pego traducida al castellano (compruebo que traducirla es el mejor modo de estudiar estas notas). No es el primero ni seré el último en intentarlo, la cuestión será ver quién tiene éxito. Entre los proyectos que ya seguí está Blendle, el Uber del periodismo.

Scroll se expande antes de empezar 
Start-up de noticias sin publicidad recaudó USD 7 millones
por Benjamin Mullin / 27 de octubre de 2018 
Scroll, una empresa que apunta a vender suscripciones a un paquete de noticias en línea sin publicidad, está agregando personal antes de su lanzamiento previsto en el primer trimestre del próximo año.

Scroll ha recaudado 7 millones de dólares en nuevos fondos para su contratación planificada, que incluye ingenieros, comercializadores, representantes de servicio al cliente y ejecutivos, dijo Tony Haile, fundador y director ejecutivo de la compañía. Para fines de 2019, Scroll planea emplear a aproximadamente 40 empleados, en comparación con sus 10 actuales.

Esta ronda de financiación, la segunda de Scroll, fue dirigida por Union Square Ventures. El financiamiento eleva el monto total recaudado de Scroll a $ 10 millones, luego de una ronda inicial de $ 3 millones en 2016.

Varios patrocinadores de 2016 aumentaron su inversión, incluidos New York Times Co. NYT -0.88%, Uncork Capital y Axel Springer. Samsung Next, el brazo de capital de riesgo de Samsung Electronics Co., es un nuevo inversor, al igual que Bertelsmann Digital Media Investments. (News Corp., la empresa matriz de Dow Jones, editor de The Wall Street Journal, es uno de los inversores iniciales en Scroll, pero no participó en la nueva financiación).

Haile debe convencer a los editores y consumidores de noticias, dos grupos notoriamente inconstantes, para que adopten su visión: una experiencia de noticias de carga rápida y sin publicidad por $ 5 al mes. A cambio de retener sus anuncios a los suscriptores de Scroll, la compañía promete a las organizaciones de noticias el 70% de los ingresos.

Para los profesionales de marketing que ya enfrentan la propagación de medios en los que no pueden publicitarse, Scroll tiene el potencial de hacer que el inventario de anuncios premium sea más escaso. Sin embargo, los editores que se enfrentan al uso creciente de los bloqueadores de anuncios pueden encontrar esta como una posible solución parcial.

La compañía había formado previamente editores como Business Insider, Fusion Media Group, Atlantic y MSNBC. El jueves, el Sr. Haile anunció varios nuevos participantes, incluidos BuzzFeed, Vox Media y el Daily Beast, lo que elevó el número de socios a 27.

"El gran desafío de este negocio fue siempre lograr que los editores se unan cuando históricamente no ha estado en su naturaleza trabajar juntos?", dijo Haile. "Todos los principales nativos digitales ahora están trabajando con Scroll".

Scroll parcelará su participación en los ingresos con los editores en función de la cantidad de tiempo que los suscriptores pasan con su contenido, con un grupo de "bonos" que paga extra por cada suscriptor que pasa el 20% o más de su tiempo con un editor determinado.

Si bien la compañía está probando su producto con aproximadamente 200 personas, algunas pagadas y otras no pagadas, su atractivo más amplio aún no se ha comprobado.

Haile dijo que la creciente adopción del software de bloqueo de anuncios muestra que las personas están cada vez más frustradas con la publicidad intrusiva. Alrededor del 31% de los usuarios de internet de los EE.UU. utilizarán un software de bloqueo de anuncios este año, un aumento del 15,7% en 2014, según eMarketer.

El software de bloqueo de anuncios a menudo es gratuito, pero Haile dijo que vale la pena pagar Scroll, en parte porque funciona en teléfonos y otros dispositivos que son más resistentes al bloqueo de anuncios que los equipos de escritorio y portátiles.

Según una investigación de la compañía de software de marketing HubSpot y Adblock Plus, un fabricante de software de bloqueo de anuncios, el 83% de los usuarios de Internet encuestados en los EE.UU., Gran Bretaña y Alemania quieren la opción de bloquear los anuncios en teléfonos móviles y tabletas.

Haile dijo que las funciones de desplazamiento en múltiples dispositivos colocan una "cookie" en los navegadores de cada suscriptor. Cuando un editor habilitado por Scroll detecta una visita de un suscriptor de Scroll, sirve una versión sin publicidad de su contenido. Scroll también está diseñado para funcionar en aplicaciones propias de los editores, pero esa funcionalidad es opcional.

Scroll se planeó inicialmente para lanzarse este año, pero Haile dijo que suscribirse a los editores demoró más de lo esperado. La novedad del modelo de negocios de Scroll, combinada con las prioridades en competencia de las organizaciones de noticias, ha hecho que el trato sea lento. "Nuestro enfoque en los próximos meses es expandir esta versión beta privada e integrar a más y más publicadores a medida que avanzamos", dijo Haile.

viernes, 1 de febrero de 2019

Un fuerte de malvaviscos sobre canicas


Comparto dos notas sobre los despidos en BuzzFeed y Huffington Post, una del 26 de enero en Slate (Jeremy Littau) y otra de ayer en The New York Times (Farhad Manjoo).

Le copio la del NYT (mi propia versión en castellano) antes de que levanten el muro de pago. En inglés se titula Why the Latest Layoffs Are Devastating to Democracy.

Los despidos en BuzzFeed anuncian un futuro amargo para los medios digitales

Trabajar en los medios digitales es como intentar construir un fuerte con malvaviscos, sobre cimientos de canicas en un país gobernado por robots hostiles, caprichosos y tiránicos. He trabajado en este sector casi veinte años y, aun en las mejores épocas, mi experiencia ha estado marcada por la aprensión y el ajetreo, el tipo de carrera que nadie les recomendaría a sus hijos porque sin duda hay mejores opciones, menos volátiles y más duraderas —como la minería de bitcoin, tal vez—.

Así que sería fácil caer en la tentación de no darle gran importancia a la reciente avalancha de despidos en los medios y calificarlos de desafortunados pero sin mayor trascendencia. BuzzFeed despidió la semana pasada a doscientos empleados, entre ellos decenas de periodistas. Alrededor de ochocientas personas perderán su empleo en la división de medios de la empresa de teléfonos Verizon, propietaria de Yahoo, HuffPost, TechCrunch y muchas otras “marcas de contenidos”. Por su parte, Gannett, el otrora poderoso imperio de periódicos propietario de USA Today y cientos de otros más pequeños, despedirá a cuatrocientas personas.

Lo cierto es que sería un error catalogar estos recortes como la turbulencia normal del mar agitado de los medios digitales. Más bien, son una señal de que se avecina un fenómeno devastador.

Quizá los problemas de cada empresa se deban a razones muy distintas, pero si el baño de sangre se analiza desde una perspectiva de conjunto, los síntomas apuntan a la misma patología subyacente en el mercado: la incapacidad del sector de publicidad digital de darles espacio significativo a otras empresas además de los grandes monopolios.

En medio de una época de prosperidad económica en que se registran niveles históricos de interés en las noticias por todo el mundo, los recortes de la semana pasada anuncian un destino amargo inminente que se aproxima en cámara lenta y dará pie a una emergencia democrática cuyo fin no se vislumbra.

Consideremos lo siguiente: nos encontramos en el centro de una persistente guerra global de información. Pasamos la vida en tecnologías que siembran desconfianza y falsedad, que dejan poco espacio a los matices y complicaciones, que nos dividen en grupos ignorantes y quejumbrosos. Es una era que debería ser perfecta para los periodistas y su profesión que, a pesar de los frecuentes errores, es el mejor antídoto conocido contra el sofocante diluvio de rumores y deshonestidad.

Por cierto tiempo pareció que podríamos hacer justo eso. Durante los últimos cinco años vivimos una temporada de innovaciones atrevidas y optimistas en los medios. Además del aumento en suscripciones por el efecto Trump, los inversionistas en primeras fases y los gigantes del cable y las telecomunicaciones trajeron nuevos recursos. Las grandes marcas, interesadas en atraer a los millenials, comenzaron a invertir un poco en publicidad y luego generosamente, lo que provocó una explosión cámbrica de nuevos sitios noticiosos, nuevos formatos y nuevos modelos de negocio. Por su parte, los consumidores comenzaron a abrir sus carteras para apoyar al periodismo, y así cambiaron la suerte del New York Times.

Muchos miembros de la industria se mantienen optimistas de cara al futuro. Se han redoblado los esfuerzos para lograr suscripciones, hay una gran demanda de podcasts y videos de calidad superior, y están de regreso las empresas de medios más pequeñas y calculadas, como la diminuta pero redituable empresa emergente de Bill Simmons, The Ringer. También hay que considerar las aportaciones de los multimillonarios digitales; La Escuela Superior de Periodismo Craig Newmark; el Washington Post de Jeff Bezos; Atlantic Magazine de Laurene Powell-Jobs y Time de Marc Benioff.

Con todo, basta una mirada rápida a los detalles de los despidos de la semana pasada para desechar cualquier motivo de optimismo.

Los recortes de Gannett representan la aniquilación casi definitiva de los periódicos locales, una institución cuyo papel indispensable para la democracia reconocen incluso los más férreos detractores de los medios convencionales. El cierre de Gannett parece muy próximo; en este momento, la empresa batalla con una adquisición hostil de un fondo muy discreto, cuya única experiencia demostrada es arrebatarles a las publicaciones sus últimas fuentes de ganancias.

En cuanto a los problemas de Verizon, se trata de un gigante que intentó derrotar a Google y Facebook. Cuando Tim Armstrong estaba en la empresa de teléfonos, esta compró Yahoo y otras marcas de medios por considerarlos peones útiles en su guerra estratégica contra los gigantes de internet. Por razones similares, Comcast también ha invertido dinero en empresas emergentes del sector de medios.

Sin embargo, Verizon descubrió rápidamente que Facebook y Google son invencibles. Cuando la nueva administración se hizo cargo el año pasado, comenzó a deshacerse de los medios de noticias para adquirir otros activos capaces de generar dinero con más facilidad.

Los despidos de BuzzFeed son el peor indicador. Quizá nuestra impresión del sitio sea que solo publica listas tontas y encuestas inútiles. Por mi parte, lo considero un innovador experimental incansable: es el sitio que nos dio The Dress y publicó The Dossier, la empresa que le puso el ejemplo al resto de la industria para que reconociera la seriedad y precisión del mundo digital.

Más que nadie en los medios, el fundador de BuzzFeed, Jonah Peretti, le apostó a un esquema de simbiosis con las plataformas tecnológicas. Comprendió que los gigantes tecnológicos seguirían creciendo, pero no consideró esto un defecto, sino que lo aceptó como una de sus características. Tuvo la visión para imaginar que si creaba contenido para sus algoritmos, BuzzFeed podría crecer (y generar dinero) junto con ellos.

Como mínimo, los despidos son una señal del trágico fracaso del razonamiento de Peretti. Google y Facebook no tienen ningún incentivo económico para aceptar esa simbiosis; cualquier cosa que BuzzFeed pueda ofrecerles, también lo pueden hacer las multitudes conectadas en línea dispuestas a crear contenidos sin recibir pago alguno.

Entonces, ¿qué les queda a los medios? Nada.

Son pocas las publicaciones que pueden sobrevivir tan solo con sus suscripciones; todavía menos las que algún multimillonario decide salvar. La industria de los medios digitales necesita encontrar la forma de dar servicio a las masas y al mismo tiempo generar ganancias. Y si ni siquiera BuzzFeed la encontró, me parece que estamos perdidos.