viernes, 31 de marzo de 2006

La verdad de los periodistas

Historia con borrones

No se quién dijo que los periodistas escriben el primer borrador de la historia. Me lo imagino en un escrito al que se le notan todavía las dudas: tachaduras, correcciones y anotaciones al margen. Un diario es la mediación por excelencia entre la lengua hablada y la escrita, en feliz expresión de Horacio Reggini. Son los periodistas los que escriben por primera vez las ideas, conceptos y frases que terminarán en los libros, el bronce o la basura.

En ese ambiente todavía palpitante del parto intelectual se mueven los periodistas. Su ocupación no es la de escribir biblias ni enciclopedias, aunque deban conocerlas. Tampoco deben arrogarse el papel de organizadores de ninguna sociedad. Su misión es mostrar lo que pasa, analizarlo y también opinar si fuera el caso. Y para hacerlo tienen un sólo camino: acercarse a la realidad todo lo posible. Por eso sólo es buen periodista el contemplativo, que se sabe callar para oir a los verdaderos protagonistas de los acontecimientos, que no siempre son personas de carne y hueso.

Ni jueces, ni científicos, ni sacerdotes

Muchas veces la profesión de los periodistas se ha descripto como una búsqueda constante de la verdad. Los jueces y los científicos tienen la misma tarea. Pero el modo de buscarla es muy diferente, y la responsabilidad también. Ellos se ajustan a unas reglas y un tiempo que no tienen los periodistas. Las religiones también buscan La Verdad, con mayúculas y artículo determinado, que se identifica con Dios y su relación con lo creado. Los periodistas buscan la verdad indeterminada y borrosa de todos los días, la que está escondida detrás de cada puerta y al final de un simple vaso de agua. Los artistas buscan también la verdad, tanto que muchas quedarían sin expresarse si no fueran plasmadas en la plástica, la literatura, la música o las artes escénicas. La verdad de los periodistas es más parecida a la de los artistas. Los sabios de las ciencias, de las religiones y de la justicia deben acercarse a la realidad para concer la verdad, como los artistas y los periodistas. Pero los periodistas y los artistas se parecen porque conocerán mejor la realidad y sabrán plasmarla en una obra verdadera si la aman. Esta condición es la que hace apasionante, pero también arriesgada, la profesión de los periodistas, que para dar testimonio cabal de lo que está pasando deben involucrarse con la realidad, manchándose con su mugre, sufriendo son su enfermedad, pringándose con su sangre, compadeciéndose de su miseria, riendo con su alegría, llorando con su dolor, celebrando sus triunfos y gozando con su felicidad.

Pactos de lectura

Dos modos clásicos, y ninguno más, tienen los periodistas para hacerlo en sus medios: la información y la opinión. La información es sagrada, y las opiniones son libres, decía el lema del The Guardian de Manchester hace muchas años, antes de instalarse en Londres. Por eso los periodistas saben que cuando informan, deben atenerse a los hechos, sin emitir juicio de valor alguno sobre lo que relatan o describen. La noticia, el reportaje, la crónica y la entrevista son los géneros informativos clásicos, a los que hoy se ha unido el análisis. Los géneros de opinión son la crítica, el comentario, el editorial y la columna. Probablemente haya más, y probablemente también cualquier otro género pueda integrar una de estas categorías. Pero lo importante de los géneros es que establecen un pacto de lectura entre el medio y el público. Un medio o un periodista defraudan a su público cuando opinan en lugar de informar, cuando disfrazan de análisis una crítica, o cuando manipulan con mala fe la información a favor de uno u otro protagonista y siempre en contra de su público.

Pero peor engaño es disfrazar como información a la publicidad. Aunque siempre la publicidad contenga verdades, es evidente que se trata de persuación y no de información, por eso la publicidad paga por ocupar un lugar con sus mensajes al público, y por eso los medios confiables y creíbles tienen reglas muy claras para la contratación de espacios publicitarios, entre ellas está siempre latente la imperiosa ley que pretende no engañar a su audiencia. Cuando un diario, una estación de radio o un canal de televisión, disfrazan de información su publicidad o su opinión, están dilapidando la credibilidad, que es un capital mucho mayor que el que pueden conseguir con el dinero de los anunciantes o los favorecidos por su criterio.

Los diarios y la monarquía

La propiedad familiar de los medios de comunicación ha sido siempre garantía de credibilidad, precisamente porque los dueños entendieron que ese capital imposible de medir, era la mejor herencia de podían legar a sus sucesores. En este sentido podría decirse que la monarquía es buena para los medios, ya que cumple el mismo papel que en los estados modernos. La familia propietaria, establecida en una región o en un país, daba garantía de credibilidad y de continuidad, y por tanto de salud económica a los medios. La globalización y el vértigo de los negocios de comunicación, en cambio han anclado la credibilidad en la empresa propietaria y en sus fines. Cuando el fin es ganar dinero a corto plazo, la credibilidad se pierde inexorablemente, como el dinero en un casino.