martes, 22 de octubre de 2024

El periodismo de Martin Baron

Martin Baron ha seguido su gira por la Argentina y su aparición en los medios. Los temas han sido los mismos –y también el lamento decadente– en cada una de sus presentaciones que se publicaron en los medios del país, pero aunque sea decadente y lamentoso, Baron representa lo mejor del periodismo norteamericano de las últimas décadas, así que pienso que vale la pena registrarlo en este blog. 

Ayer presentó su libro Frente al poder en salón de actos del Malba:


Seguida de esta entrevista de Mariel Fitz Patrick que publica hoy Infobae.

Insisto en la misma idea de los últimos posts de este blog: el problema y el defecto más grande del periodismo de nuestros días es la brecha cada vez más acentuada con las audiencias y la política.

lunes, 21 de octubre de 2024

El Presidente también es libre

A raíz de la queja de Fernán Saguier, me preguntaba en el post anterior quién es la SIP o ADEPA para decir si alguien tiene que sentarse en la mesa de honor de la fiesta que suele clausurar los eventos. O quién es el diario La Nación para decir lo que tiene que hacer el Presidente de la Nación. Pienso hace rato, y está escrito en muchos posts de este blog, que el más grave problema del periodismo de nuestro tiempo es la brecha entre el periodismo y sus audiencias. Parte de ese problema es la escasa comprensión del público y, por supuesto, de la política de nuestro tiempo. Y en gran medida, la culpa la tiene el asociacionismo, esa enfermedad que nos aleja de la realidad para recocernos en el caldo endogámico de la industria, algo que pasa muy seguido en instituciones como la SIP o ADEPA.

 El sábado 12 de octubre La Nación publicó este artículo de Roberto Gargarella:

Que fue contestado ayer por Ricardo Ramírez-Calvo en Seúl. Le ahorro la lectura del de Gargarella porque está de algún modo contenido en el de Ramírez-Calvo. Lo subo como link porque se puede acceder libremente y porque creo que vale la pena que quede registrado en este blog. Usted sabrá distinguir y con qué opinión quedarse.

domingo, 20 de octubre de 2024

Proveedor de certezas


Subo el artículo de Fernán Saguier que publica La Nación de hoy. Es un relato/resumen de la Asamblea de la Sociedad Interamericana de la Prensa que terminó ayer en la ciudad de Córdoba (República Argentina). El título es una expresión muy acertada, lo dice todo y no me resisto a resaltar en negritas los párrafos que lo desarrollan. Las elucubraciones acerca de la libertad de prensa y la situación de esas libertades en nuestra América son la monserga de siempre, relacionada con la incapacidad de los medios tradicionales de entender a las audiencias y a la política. El último párrafo es fiel reflejo de ese complejo. ¿Qué tienen que hacer los políticos en la Asamblea de la SIP? ¿Podemos quejarnos porque no van? ¿No es mucho mejor que no estén? ¿Tienen que ir a agradecernos que hayamos hecho nuestro trabajo en favor de la democracia y las libertades públicas? ¿Hacemos ese trabajo para que nos lo agradezcan? ¿Será que el Presidente de la República tiene que hacer lo que dice el diario La Nación, ADEPA o la SIP?

Influencers e IA: el periodismo como proveedor de certezas 
por Fernán Saguier 

Todos hablan de ella, de su extraordinario atractivo, magia y de la infinidad de posibilidades que abre. No brilla con plumas ni escotes, pero resulta imposible resistirse a sus encantos. La vedette deslumbrante de la reunión de editores de las Américas que termina hoy aquí ha sido la inteligencia artificial (IA).

Su irrupción es vista como un punto de inflexión para el periodismo tal como lo conocimos hasta ahora. Estamos ante un cambio radical, brutal, que viene a trastocarlo todo, coinciden los expositores más autorizados que asistieron a la 80ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

El uso de la IA ya es moneda corriente en los medios de comunicación del planeta.

Aquí se han brindado ejemplos deslumbrantes ante rostros absortos por sus hechizos y fantasías. Uno de los casos más cautivantes, una verdadera demostración de astucia ante uno de los regímenes más sanguinarios que proliferan en las Américas, es el de los editores venezolanos de Operación Retuit, que informa en redes sociales mediante avatares, figuras “humanas” que son casi imposibles de distinguir de las personas de carne y hueso, mediante las cuales protegen la integridad física de los periodistas en un país donde la libertad de expresión no existe, con medios cerrados, bloqueados y una larga lista de colegas asesinados, torturados y detenidos por la dictadura de Nicolás Maduro. Así, mediante esos avatares Operación Retuit reportó 1000 detenidos y al menos 23 muertos durante las protestas de los últimos meses. Su éxito es una brisa de aire fresco, una luz de esperanza para el periodismo en esos territorios desamparados. Tuvieron 41 millones de interacciones en redes sociales y, lo más importante, con sus autores intelectuales a salvo.

Otro modelo expuesto fue el de Semafor, un sitio nativo digital norteamericano que con solo un año de vida utiliza la IA para identificar con precisión milimétrica desde dónde se conectan los usuarios. Así, les ofrece información y contenidos personalizados de acuerdo con el lugar de conexión. Fue creado por dos experiodistas de The New York Times y de Bloomberg bajo el lema “Inteligente, transparente y global”. Ofrece así lo que resulta cercano, familiar y próximo a sus intereses. Un menú a la medida de cada usuario.

En lo que a nosotros concierne, La Nación se vale a la IA desde hace tiempo ya. En el debate presidencial del año pasado entre Sergio Massa y Javier Milei esta herramienta logró capturar los gestos y las emociones de cada uno, identificando sus momentos de entusiasmo, alegría, tensión y enojo. También sirve para analizar la equidad de género en las fuentes de los artículos de modo de conocer cuán equilibrado es el origen de nuestros informantes. Pero la más grata y útil novedad la ofrecerá próximamente: la nacion permitirá que los lectores escuchen las columnas de sus principales periodistas con la voz de los propios autores. La inteligencia artificial lo hará posible clonando las voces de nuestras plumas más destacadas, ya sea la de Joaquín Morales Solá, Carlos Pagni, Jorge Fernández Díaz, José Del Rio, Jorge Liotti, Inés Capdevila o Martín Rodríguez Yebra, por citar solo algunas firmas.

Pero ojo. La IA es un arma de doble filo, que tanto puede seducir como también engañar a los más desprevenidos. También entrega respuestas sin sentido, descontextualizadas, y puede ser vehículo para adulterar fotos o videos que consumimos sin dudar. ¿Cómo olvidar aquella imagen fraguada del Papa con una campera blanca acolchada, parecida a una sotana, que recorrió el mundo hace un año, generada por la IA? ¿O aquella campaña de desinformación del propio Donald Trump al compartir imágenes de la IA que sugerían una ola de apoyo de fans de Taylor Swift, que adhiere a Kamala Harris, o la de Ryan Reynolds fotografiado con una camiseta de Harris, o el falso apoyo del Partido Comunista a la extinta campaña del presidente Joe Biden?

Las tecnologías digitales modificaron drásticamente la forma de producir, distribuir y consumir contenido periodístico. La oferta se expande con actores impensables años atrás, que convocan audiencias y compiten con los medios tradicionales procurando equipararlos en condiciones de igualdad y relevancia. Una nueva especie son los influencers, microcelebridades que muchas audiencias no distinguen de los periodistas y disputan tanto nuestra atención como la de las marcas comerciales.

¿Qué tienen los influencers que no tenemos los medios de comunicación y qué tenemos nosotros que no tienen ellos?, se preguntó el director de la carrera de Comunicación de la Universidad Católica Argentina (UCA) y periodista de La Nación Hernán Cappiello.
 
“Ellos tienen un ritmo de publicación constante, generan audiencia joven, tendencias, comunican en primera persona, algunos tienen credibilidad, crean relaciones a largo plazo, valoran las relaciones interpersonales, crean contenidos patrocinados no declarados, no tienen jefes sino managers o representantes comerciales. Son figuras que logran popularidad de nichos específicos que no solo producen materiales virales, sino que establecen relaciones de confianza y cercanía con sus seguidores”, dijo Cappiello.

Puso como ejemplo el del activista ultraconservador Tucker Carlson, que tiene 11,6 millones de seguidores en X y es un medio en sí mismo, más allá de la escasa credibilidad que esa figura tan controvertida merece. Habitantes de las redes sociales, los influencers logran popularidad en nichos específicos que no solo generan contenidos, sino que establecen relaciones de confianza y cercanía con sus seguidores, convirtiéndose así en actores influyentes en la creación de tendencia y narrativas. En cambio, en las redes los periodistas estamos obligados a no ir más allá de lo que informamos por nuestros medios, no damos a conocer nuestra vida personal y seguimos ciertas prácticas inflexibles de rigor y chequeo de la información, sin caer en el error de editorializar, lo que sucede con desgraciada frecuencia. Como dijo aquí el exdirector de The Washington Post Martin Baron, “la gran diferencia con los influencers es nuestra determinación de buscar la verdad”. Está claro que no somos, no queremos ser ni seremos lo mismo.

Entre la creciente competencia, un modelo de negocios bajo constantes desafíos y el atropello de líderes autoritarios que buscan desacreditar nuestra tarea, ¿está en riesgo el periodismo?, se preguntó un editor aquí. Rosental Calmon Alves, el respetado profesor brasileño del Centro Knight para el Periodismo en las Américas, radicado desde hace 30 años en Austin, Texas, se remitió con sabiduría a la prehistoria para brindar una mirada optimista. “A pesar de los cambios radicales, el periodismo siempre existió. Desde la época de las cavernas el hombre viene contando historias sobre las piedras”.

Ante el mar de incertezas que figuran las redes sociales, los medios tradicionales estamos llamados a ser hoy, más que nunca, proveedores de certeza. Acaso una anécdota sirva como ejemplo. Durante la última visita de Coldplay a nuestro país, en medio de la multitud del estadio de River, un importante empresario se encontró con este cronista y le preguntó atribulado: “¿Viste que Lula tuvo un ACV y está al borde de la muerte?”. Tras algún titubeo por el shock de la noticia, solo atinamos a responder: “¿Te metiste en O Globo o Folha de S. Paulo?” El interlocutor garabateó su celular y, tras un instante, nos miró atónito. Allí no había nada. “Si no está ahí es porque no ocurrió”, recibió como respuesta. Eso es la prensa seria. Punto.

La SIP es la más importante voz institucional en defensa de la libertad de expresión en las Américas y representa a unas 1300 publicaciones del continente desde Alaska hasta la Patagonia. Al cúmulo de medios clausurados, periodistas muertos y encarcelados, se suma hoy, como una epidemia, una peregrinación incesante de colegas que huyen de sus países hacia el exilio. Fabián Medina, jefe de Información de La Prensa, de Nicaragua, diario con casi un siglo de vida, escapó hacia Costa Rica en 2021, tras numerosas irrupciones en su domicilio y la sede del diario por parte de la policía del dictador Daniel Ortega. Ejemplo modélico de resistencia contra la brutalidad del régimen, La Prensa dejó de editarse en papel, su edificio fue confiscado y hoy reporta estrictamente en el terreno digital con suscripciones. Pero para Medina los problemas no terminaron. Si bien buena parte de su familia pudo salir del país, Medina se vio obligado a bajar notablemente su perfil y la periodicidad de sus columnas críticas para preservar la seguridad de los parientes que aún permanecen en Nicaragua. Las patrullas de Ortega están al acecho a cualquier hora del día. Casos como de Medina son la norma en vez de la excepción en Venezuela, Cuba, El Salvador y Guatemala.

En lo que va de este año varias naciones americanas eligieron o elegirán presidente, entre ellas dos de las más pobladas: Estados Unidos y México. Ya se pronunciaron El Salvador, Panamá, República Dominicana y Venezuela, esta última con un resultado fraudulento, en el que nadie cree. Pronto lo harán Uruguay y EE.UU. “Esa intensidad y masividad comicial –según la mirada de Carlos Jornet, director de La Voz del Interior– y el hecho de que las Américas no registren conflictos bélicos desde hace años pueden hacernos hablar de ‘fiesta democrática’. Pero cuando revisamos el escenario, vemos que es apenas una ilusión”. Sobran las razones para preocuparnos por el deterioro de la democracia en la región. Y, acota Jornet, este debilitamiento del sistema político tiene estrecho vínculo con la escalada de ataques a las libertades de expresión y de prensa.

Para terminar, el caso argentino. En lo que lleva de su mandato, periodistas y medios de comunicación sufrieron fuertes agresiones e insultos de parte del presidente Javier Milei. El episodio más grave se registró el último 28 de septiembre, cuando en un acto proselitista Milei dedicó algunos de los párrafos más enfáticos de su discurso a desacreditar a los periodistas. Terminó dirigiendo un coro de miles de militantes que repetía “hijos de puta”. Y acaso, más grave aún, cuando el Presidente se refiere en términos ofensivos contra los hombres de prensa, sus audiencias, a veces integradas por altos empresarios, lo festejan con risas y aplausos. ¿O acaso olvidaron esos empresarios el rol que jugó la prensa independiente en la defensa de la propiedad privada, las instituciones democráticas, las libertades públicas y la lucha contra la corrupción durante los 20 años del kirchnerismo? El presidente de IDEA, Santiago Mignone, al clausurar anteayer el Coloquio de Mar del Plata, hizo un acto de reparación cuando reivindicó el papel de las instituciones democráticas y, con un claro destinatario, llamó a interactuar “a través del diálogo respetuoso sin agravios ni descalificaciones”. Varios deberían tomar nota de ese mensaje.

Milei no asistió a la inauguración de la SIP, contradiciendo la larga tradición de los mandatarios que sirven de anfitriones del mitin de editores de la región (el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, feroz detractor de la prensa independiente, tampoco estuvo presente en la reunión en México el año pasado). Perdió la oportunidad de incorporarse a una ilustre galería de altos mandatarios, como Dwight Einsenhower, Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy, quienes honraron a la prensa con su participación en la SIP, el último tres días antes de ser asesinado. El Presidente hizo llegar una carta de agradecimiento por la invitación cursada, que fue leída y recibida con un respetuoso aunque austero aplauso por los asistentes. Esa misiva incluyó las palabras más amables que le dedicó al periodismo últimamente, al “reconocer la valiosa labor que realiza la organización en la promoción y en la defensa de la libertad de prensa”. Una formalidad. Nunca es tarde para la sensatez y el buen juicio.

sábado, 19 de octubre de 2024

El público ya no es lo que era

Este es el párrafo de la entrevista a Martin Baron que prometí comentar. La entrevista está completa en el post inmediato anterior. En negrita la segunda parte, la que me interesa especialmente. Baron menciona la religión como una parte muy importante de las vidas de los norteamericanos, y comenta que no cubrimos mucho eso y los tratamos como si fueran animales de zoológico. 

La realidad es que hay muchas comunidades en este país que están pasando por dificultades, donde la gente trabaja en empleos que pagan salarios más bajos que los que ganaban en el pasado, donde no hay oportunidades para sus hijos y, como resultado, hay todo tipo de problemas sociales en sus pueblos, en sus ciudades, y no sienten que los políticos y otras elites, incluida la prensa, entiendan por lo que están pasando. Eso es lo primero. Tenemos que cubrirlos y tenemos que asegurarnos de que realmente entendemos por lo que están pasando y cómo son sus vidas, y en qué creen. Para muchos de ellos, por ejemplo, en Estados Unidos, la fe y la religión son una parte muy importante de sus vidas, y no cubrimos mucho eso, y hay muchos que son, ya sabes, creyentes profundos, particularmente evangélicos y católicos devotos, y sienten que la prensa los trata como animales de zoológico, así que es una curiosidad y algo extraño, y la gente lo detecta y se resiente. Es muy importante que no tratemos a nadie con desprecio, que tengamos respeto por quiénes son y cómo quieren que sean sus vidas y cuáles son sus creencias fundamentales.

La gente no lee periódicos primero que nada porque los hemos abandonado. Estamos muchísimo más preocupados por las necesidades del poder que por las de nuestras audiencias. Como diría Allen Neuharth, hemos tomado demasiadas copas con nuestras fuentes y acabamos convertidos en ellos. Ponga poder donde dice fuentes y entenderá mejor el complejo de Estocolmo. Demasiadas copas con el poder y demasiado pocas con nuestros lectores. Nos hemos olvidado de sus creencias, pero también de sus ilusiones, de sus esperanzas, de sus emociones. Pero eso no es nada: los dejamos solos con sus problemas, sobre todo cuando son más jóvenes y se enfrentan sin experiencia a las grandes decisiones de la vida.

Las redacciones –también las gerencias– se volvieron endogámicas, aburridas, autorreferentes... nada que no hayamos dicho en esta casa infinidad de veces, las últimas cuando comentaba el onanismo en una portada de La Vanguardia o el autohomenaje en la última asamblea de ADEPA.

Y lo mencionaba también en este post reciente en el que explicaba que las redacciones no suelen representar proporcionalmente a sus audiencias y por eso no las entendemos, como si quisiéramos hacer periodismo para cristianos con musulmanes. Digo en ese título que progresistas eran los de antes, pero la verdad es que estamos por descubrir, asombrados, que el público ya no es lo que era.

Es el problema y el defecto más grande del periodismo de nuestros días.

lunes, 14 de octubre de 2024

Martin Baron y el periodismo de siempre

La Nación de hoy publica esta entrevista a Martin Baron. Hay de todo y quizá no le ineterese su análisis político sobre una realidad que no conoce bien, pero como creo que vale la pena, la subo para que quede aquí mismo. Aviso, como siempre, que lo hago en el permiso presunto de La Nación. Baron confirma aquí lo de siempre: el periodismo no ha cambiado en su esencia. Agrego el texto abajo de las imágenes y aviso que hay una respuesta que pienso aprovechar en el próximo post.

Martin Baron. “Creo que hay muchas similitudes entre Trump y Milei”
El exdirector de The Washington Post habla de los logros y desafíos de la prensa global; esta semana llega al país
Rafael Mathus Ruiz, Corresponsal en EE.UU.

No hay otra carrera en el periodismo norteamericano como la de Martin Baron. Al frente del Miami Herald, timoneó la cobertura del recuento de votos que decidió la elección de 2000 y la crisis por Elián González. Luego se mudó al Boston Globe, donde lideró el equipo de investigación Spotlight, que destapó el escándalo de los abusos en la Iglesia. Ya en Washington, Baron fue testigo de una transición única en la historia: el traspaso de The Washington Post de la familia Graham a Jeff Bezos, y le tocó cubrir la de Donald Trump. Aunque admite que no es un experto en la Argentina, ve similitudes entre el expresidente norteamericano y Javier Milei.
 
Retirado desde su salida del Post a principios de 2021, Baron volcó sus años en Washington en su primer libro, Collision of power, Trump, Bezos and The Washington Post, un recuento de primera mano de los eventos que marcaron el presente del país y el mundo, y de una de las instituciones periodísticas más importantes del planeta. Esta semana presentará el libro en la Argentina.
 
–¿Qué lecciones aprendió de esos años cubriendo a Donald Trump?
 
–En primer lugar, debemos seguir haciendo nuestro trabajo sin importar las presiones. Trump consistente y agresivamente estaba tratando de atacarnos, socavarnos, y socavar la confianza en nuestro trabajo. Y creo que es importante que entendamos cuál es nuestra misión. Y parte de eso es cubrir a la persona más poderosa de la Tierra, el presidente de los Estados Unidos, y asegurarnos de que el público sepa lo que está haciendo y por qué lo está haciendo, y qué tipo de impacto tiene. Lo segundo es decir las cosas como son cuando simplemente no está diciendo la verdad. Cuando podamos documentar que él sabe que no es verdad, deberíamos llamarlo mentira y dejar en claro que él no está siendo sincero con el público. En tercer lugar, diría que necesitamos incluso más recursos de investigación, dado el poder del gobierno federal, dada la influencia del presidente y dado que gran parte de lo que está haciendo está tras bambalinas, detrás del telón, debajo de la superficie y, por lo tanto, es realmente importante que tengamos los recursos para hacer ese tipo de investigación. En cuarto lugar, salir al país y realmente entender la mentalidad de la gente, entender realmente sus preocupaciones, sus aspiraciones, sus expectativas, sus vidas, completamente al margen de la política, simplemente entender sus luchas y sus esperanzas y tratar de reflejar eso de manera completa y justa en nuestra cobertura todo el tiempo. Y finalmente, asegurarnos de que en nuestra cobertura nunca tratamos a nadie con desprecio, que nunca seamos condescendientes y que tengamos respeto por todos a quienes cubrimos.
 
–En su libro menciona fallas en la cobertura de las elecciones de 2016. ¿Los medios están haciendo un mejor trabajo ahora cubriendo a Trump?
 
–Bueno, la falla principal fue que no anticipamos a un candidato como Donald Trump. Creo que una vez que anunció su candidatura a la presidencia, al menos nosotros en The Washington Post hicimos nuestro trabajo en términos de cubrirlo, y cubrirlo de manera apropiada y agresiva, analizando toda su trayectoria profesional y personal, y dando al público una idea de qué tipo de presidente sería. Incluso publicamos un libro completo sobre eso llamado Trump revealed, hicimos una larga serie de artículos sobre todo eso. Y creo que si mira esas historias y ese libro, verá que fue una representación muy precisa del tipo de persona que es y del tipo de político que probablemente sería. Pero creo que nuestra falla realmente vino antes de que anunciara su candidatura a la presidencia en el verano de 2015, cuando no entendimos al público estadounidense lo suficientemente bien como para comprender que elegiría a una persona como Donald Trump. Y eso fue una falla de nuestra parte; es que simplemente no salimos al país lo suficiente para entender el nivel de quejas entre tantos sectores del país que estaban buscando a alguien que fuera tan combativo como él, alguien que desafiara a las elites, las llamadas elites, incluida la prensa, y esencialmente les diera una trompada en la nariz y fuera una suerte de pirómano, y rompiera y derribara cosas, y eso es lo que querían.
 
Baron acuñó una frase durante esos años que ahora está colgada en las paredes de The Washington Post: “No estamos en guerra, estamos trabajando”. Eran los años en los que Trump llamaba a la prensa “el enemigo del pueblo”, y la respuesta de Baron para esa ofensiva era, simplemente, más periodismo.
 
“Creo que tenemos que entender cuál es nuestro trabajo”, dice, al hablar de esa frase. “No somos taquígrafos, no somos defensores ni activistas. Examinar significa que vamos detrás de la cortina, y que deberíamos ir más allá de la superficie. Necesitamos entender qué políticas se están implementando, y por qué y a quién afectan, quién influyó en esas políticas, y con qué intención y cómo, y ese tipo de cosas debemos hacer; especialmente cuando se trata de la persona más poderosa del país, y también la persona más poderosa del mundo, que es el presidente de Estados Unidos. Y por eso veo que esa es la misión original asignada a los periodistas en este país por sus fundadores, y que conlleva una responsabilidad casi sagrada de cumplir esa misión para el público. Eso es lo que quiero decir con nuestro trabajo. Ese es nuestro trabajo, y siempre lo ha sido. Y es por eso que tenemos una prensa independiente y libre en este país. Esa es la idea detrás de esto”, señala.
 
Baron cree además que la prensa debe trabajar cada historia con una “transparencia radical”.
 
–Hay quienes le creen a Trump sin importar qué diga la prensa, ¿cómo se lidia con eso?
 
–Es un gran desafío. La respuesta es de una naturaleza a muy largo plazo. No hay una solución instantánea para nada de eso. Primero creo que tenemos que cubrir la totalidad del país. Tenemos que reflejar de manera completa y justa a todas las personas en nuestra cobertura para que la gente vea que realmente entendemos cómo son sus vidas, por lo que están pasando. La realidad es que hay muchas comunidades en este país que están pasando por dificultades, donde la gente trabaja en empleos que pagan salarios más bajos que los que ganaban en el pasado, donde no hay oportunidades para sus hijos y, como resultado, hay todo tipo de problemas sociales en sus pueblos, en sus ciudades, y no sienten que los políticos y otras elites, incluida la prensa, entiendan por lo que están pasando. Eso es lo primero. Tenemos que cubrirlos y tenemos que asegurarnos de que realmente entendemos por lo que están pasando y cómo son sus vidas, y en qué creen. Para muchos de ellos, por ejemplo, en Estados Unidos, la fe y la religión son una parte muy importante de sus vidas, y no cubrimos mucho eso, y hay muchos que son, ya sabes, creyentes profundos, particularmente evangélicos y católicos devotos, y sienten que la prensa los trata como animales de zoológico, así que es una curiosidad y algo extraño, y la gente lo detecta y se resiente. Es muy importante que no tratemos a nadie con desprecio, que tengamos respeto por quiénes son y cómo quieren que sean sus vidas y cuáles son sus creencias fundamentales. Ese es el punto número uno. El número dos es que creo que cuando hacemos nuestro trabajo, cuando hacemos nuestros informes, debemos mostrarle a la gente cómo lo hicimos. Necesitamos ser radicalmente transparentes. Por lo tanto, si nos referimos a un documento judicial, debemos proporcionar ese documento judicial. Podemos proporcionar la parte a la que nos referimos, pero debemos proporcionar el documento judicial completo para que podamos demostrar que no lo sacamos de contexto. Si nos referimos a un video, podemos tener un extracto de eso, un clip del video, pero deberíamos mostrar el video completo para que la gente pueda verlo, mirarlo por sí misma y ver que no lo sacamos de contexto. Lo mismo con un audio, audio completo, un clip del audio, pero un audio completo. Y luego lo mismo con los datos. Utilizando los datos, deberíamos mostrar a la gente de dónde proceden y llevarla a través de un enlace a de dondequiera que vengan, datos del gobierno o lo que sea, otros datos privados, lo que sea, de donde sea que vengan. Deberíamos permitir que la gente compruebe nuestro trabajo, y el mensaje al público debería ser: comprueben nuestro trabajo. Pueden ver lo que hicimos. No nos quedamos aquí sentados imaginando esto. No lo inventamos. Trabajamos mucho para esta historia, y pueden comprobarlo y hacerlo con mucha más frecuencia y de forma mucho más completa de lo que lo hacemos hoy.
 
–No deberíamos dar por sentada la confianza de la audiencia.
 
–Exactamente, absolutamente.
 
–¿Y deberíamos trabajar con transparencia radical todos los días?
 
–Cada historia, cada una de las historias, absolutamente.
 
–¿Qué recomendación les daría a editores y periodistas en América Latina que enfrentan líderes hostiles con la prensa, incluido Javier Milei en la Argentina?
 
–Bueno, soy reacio a dar consejos a los demás. No estoy allí, y creo que lo último que la gente de América Latina necesita es que alguien en Estados Unidos le dé consejos sobre cómo afrontar sus propios desafíos. No tengo ningún consejo más que el mismo consejo que tengo para los periodistas aquí en Estados Unidos, es decir, asegurarnos de que cubrimos todos los segmentos de nuestra sociedad de manera completa y justa, que se vean adecuadamente representados en nuestra cobertura, y que vean que entendemos cómo son sus vidas y por qué creen lo que sea que crean. Y en segundo lugar, que seamos lo más transparentes posible en la forma en que llevamos a cabo nuestro trabajo, y que lo hagamos de manera rutinaria, todos los días, en cada historia, lo que no tenemos que hacer ahora, porque esperamos que la gente confíe en nosotros. Siempre nos hemos dedicado a contar a la gente lo que está sucediendo y no a mostrarle nuestro trabajo, y tenemos que mostrarle nuestro trabajo.
 
–¿Ve similitudes entre Milei y Trump?
 
–No sería el primero en decir que hay similitudes, ¿verdad? Parece que es así. No soy un experto en Milei, pero parece que es muy directo, parece que condena a todos sus enemigos, trata a sus enemigos no solo como sus enemigos políticos, sino como enemigos de todo el país. Condena a la prensa. Hace todo lo posible para socavarla. Así que, sí, creo que hay muchas similitudes. Es un disruptor. Se enorgullece de ser un disruptor. Trump también lo hace. Desestima los supuestos consejos de los expertos. Trump también lo hace. Así que sí, creo que hay muchas similitudes. Quiero decir, personalmente, Trump ha llevado una vida muy diferente a la de Milei, por lo que yo sé, en términos de sus propias vidas personales; pero todavía estoy esperando que Trump se convierta al judaísmo ortodoxo o diga que lo hará. No lo ha declarado todavía.

–En su libro, usted se define como tradicionalista y defiende la objetividad en el periodismo. ¿Cómo se busca la objetividad?
 
–No creo que nos hagamos ningún favor si abandonamos todas las normas, principios, estándares y prácticas de nuestra profesión. No creo que estemos en una buena posición para cuestionar el abandono de las normas, estándares, prácticas y tradiciones de los políticos si nosotros mismos no nos atenemos a ningún estándar. Eso es lo primero. En segundo lugar, creo que debemos entender lo que realmente significa la objetividad. Creo que ha sido mal caracterizada como una falsa equivalencia, o las dos campanas. El objetivo no es disfrazar la verdad, sino llegar a ella. La pregunta es: ¿cómo se hace eso? ¿Cómo se descubre la verdad? La premisa de la objetividad, con la que estoy de acuerdo, es que hay que abordar las historias con una mente abierta, no con la suposición de que ya se saben las respuestas antes de empezar a informar, porque si ya se saben las respuestas, lo que se dice que se está informando no es realmente un informe genuino, sino un ejercicio de confirmación de sesgo. La idea es abordar el tema con una mente abierta, con la voluntad, la disposición, la disposición genuina de escuchar a todos los que son relevantes, de analizar todas las pruebas que hay y de hacerlo con cierta humildad, sabiendo que no se saben las respuestas, y luego hacer el trabajo. Rigurosamente, a fondo, de manera independiente, objetivamente, que es la palabra que se usa para llegar a la verdad. Creo que la gente ha caracterizado erróneamente la objetividad por varias razones, y a veces, ya sabes, creo que solo porque quieren ser militantes, eso es todo. Quieren ser periodistas militantes, y si quieren serlo, está bien. Pueden decir que lo son. Pero cada institución periodística tiene el derecho de establecer su propia marca, su identidad y su reputación, y tiene el derecho de emitir sus propios estándares.
 
–¿Qué les diría a quienes dicen que el periodismo centrado en la objetividad ya no funciona?
 
–No estoy de acuerdo. Veo mucho periodismo que ha tenido un impacto enorme, como mencioné en el libro. Mire, mientras la gente decía que el periodismo no estaba funcionando y que nadie escuchaba, el resultado fue que los republicanos perdieron la Cámara de Representantes en 2018, perdieron la presidencia en 2020 y luego perdieron el Senado en 2020 y todo se trató de Trump. La gente tomó una decisión basada en lo que sabían sobre la política de Trump y sus políticas y su personalidad, y así lo hicieron. ¿De dónde obtuvieron esa información? Bueno, de la prensa convencional, y de ahí es de donde la obtuvieron principalmente. Alguien podría decir: “Bueno, si Trump gana las elecciones, entonces la cobertura no ha tenido ningún impacto”. Pero la gente vota por un presidente o cualquier candidato por una variedad de razones. Pueden votar por Trump aunque no les guste su personalidad, no crean que sea sincero, no crean que sea disciplinado. Desearían otro candidato, pero no lo tienen, y no les gusta [Joe] Biden, y no les gusta la administración Biden, de la que [Kamala] Harris obviamente era parte, y tal vez estén molestos por la cantidad de inmigrantes que cruzan la frontera ilegalmente. Puede que estén molestos por el alto precio de la gasolina, de los alimentos, de la vivienda y de las altas tasas de interés para una hipoteca. Puede que estén profundamente frustrados porque tanto dinero se está destinando a Ucrania o porque, ya saben, la situación en Medio Oriente fue mal manejada. No digo que personalmente esté de acuerdo con nada de eso, pero así es como se siente la gente, y va a votar en función de eso, y no de si cree en Trump, si cree o no en lo que escribió la prensa. No estoy de acuerdo en que no tenga un impacto. Hay muchos en los que sí tiene un impacto y siempre lo ha tenido. Y para todos los periodistas que deciden ser esencialmente defensores publicando opiniones en Twitter, sigo esperando que alguien me muestre el tuit de un periodista que haya cambiado el mundo. No conozco ninguno, ni nadie me lo ha dicho, pero puedo señalar muchos trabajos periodísticos que han cambiado el mundo y han tenido un gran impacto.
 
–¿Una eventual victoria de Trump entonces no sería una victoria del trumpismo?
 
–No estoy seguro de que lo diría de esa manera. Quiero decir, obviamente es Trump, y el trumpismo es lo que vamos a tener si Trump es elegido. Así que sería una victoria para el trumpismo, pero no sería una señal de que a la gente le guste Trump. No sería una señal de que la gente necesariamente confíe en él. Tampoco sería una señal de que estén de acuerdo con todas las políticas de las que habla. Pero será una victoria para el trumpismo, porque él podrá, bueno, dependiendo de lo que suceda en el Congreso, de quién controle la Cámara y quién controle el Senado, podría tener la capacidad de implementar todas estas políticas relativamente radicales de las que ha estado hablando abiertamente.
 
–En su libro cita a Bezos al hablar del Post diciendo que “los principios triunfan sobre las métricas”. ¿Ve un conflicto entre los contenidos populares y el periodismo de buena calidad? Y si es así, ¿cómo se resuelve?
 
–Bueno, creo que siempre hay un problema si todo lo que estás haciendo es complacer a tu audiencia, complacer al público, buscar clics fáciles, clics rápidos, donde no es sustancial, donde es información que puede no estar verificada o está distorsionada, no es contextual. Ya sabes, es engañoso de alguna manera. Pero no todo el periodismo de calidad tiene que ser largo. Hay una tendencia entre los periodistas tradicionales a pensar que la única calidad que tiene un periodismo de calidad es el periodismo largo, y ese no es el caso. Creo que es posible, es difícil, pero estamos viviendo en una época en la que la mayoría de los jóvenes tienen poca capacidad de atención y tenemos que lidiar con eso. Y entonces la pregunta es: ¿cómo podemos llegar a ellos con cosas que sean más cortas y que sirvan esencialmente como un aperitivo que pueda animarlos a querer consumir el plato principal completo? Por eso creo que necesitamos nuevas líneas. Y el hecho de que estés haciendo algo que sea más corto no significa necesariamente que no sea de calidad. Necesitamos pensar cómo hacer cosas cortas de alta calidad.
 
–¿Y qué tendencias o ideas originales, como la que acaba de mencionar, está viendo en los medios estadounidenses?
 
–Bueno, tenemos, quiero decir, si mira la cobertura del huracán en Florida, lo que hemos llamado blog en vivo. Muchos de ellos existen desde hace algunos años. Todas son actualizaciones muy breves sobre lo que está sucediendo. Y si uno desea leer más, hace clic en leer más si lo hay, y simplemente le brinda la actualización actualizada sobre lo que está sucediendo. Y eso ha sido muy exitoso. Podemos pensar: ¿qué pasaría si pudiéramos hacer eso solo con video en lugar de texto? No hay nada, nada inherentemente de menor calidad en el video en comparación con el texto, por lo que podríamos hacerlo estrictamente con video, siempre y cuando tuviéramos el video. Ese es un ejemplo. Ciertamente, hay organizaciones de noticias que ya están experimentando mucho con TikTok y cómo pueden presentar noticias en TikTok. Hay muchas organizaciones de noticias que ya están muy metidas en Instagram y también presentan noticias y periodismo de servicios en Instagram. No creo que lo hayamos convertido en una gran prioridad, como tal vez estamos comprometidos, y es simplemente difícil para las organizaciones periodísticas tradicionales dar un giro y aceptar que tal vez necesitamos presentar nuestro periodismo de una manera completamente diferente, y muchos lectores a quienes les gustan las cosas como son, y así sería, podrían sentirse ofendidos y podrían rechazar lo que hacemos. Es un desafío, pero creo que es posible, y creo que hay ejemplos por ahí, de lo que la gente está haciendo en Instagram, lo que está haciendo en TikTok, lo que está haciendo con los blogs en vivo.
 
–¿Los medios deberían hacer más periodismo visual?
 
–Creo que sí. No es como yo consumo las noticias, pero tengo casi 70 años, así que tenemos que agradecerles eso a las personas que son más jóvenes, porque son nuestro futuro. Creo que vivimos en una sociedad mucho más visual. Todo lo que necesitas hacer es ver a una persona joven usando TikTok para entender que la forma en que consume información es completamente diferente de cómo mi generación consumía información. Y puedo mirar eso con total desdén, o debería mirar eso y decir: “qué debemos hacer para atraer a esa persona y sin sacrificar todo y la verdadera calidad?”. La gente se orienta mucho a lo visual y también le gusta la autenticidad de escucharlo de alguien que no es como nosotros y que no representa una institución importante, que se parece más a ellos, ya sabes, los llamados influencers. Tenemos que pensar en quién puede hacer eso, quién puede hacerlo bien, quién está dispuesto a hacerlo, y no tratarlos como si fueran periodistas de menor calidad.
 
–Su paso por The Washington Post fue exitoso, subieron las suscripciones, sumaron lectores, pero ahora el diario ha tenido dificultades, hubo despidos, cambios en la dirección. ¿Cómo ve su presente y su futuro?
 
–Siguen haciendo un trabajo realmente excelente. Y continuaron embarcándose en investigaciones muy serias y difíciles. Tuvieron dificultades, creo, por una variedad de razones. No se prepararon adecuadamente para la era posterior a Trump. The New York Times se diversificó en cosas que no tenían nada que ver con noticias, juegos, cocina o recomendaciones de productos, servicios, cosas así. Así que muchos de los suscriptores de The New York Times son suscriptores de esos otros productos. Y el Post no hizo eso al mismo tiempo, se expandió agresivamente en términos de contratación, incluso cuando el mercado de publicidad digital se estaba debilitando. Y creo que se expandieron demasiado, se sobrepasaron. Crecieron demasiado rápido e incurrieron en muchos costos, y tuvieron que reducir su tamaño. Tienen un desafío en términos de definirse a sí mismos, particularmente en oposición al Times.
 
¿Cómo se definen a sí mismos? Creo que Bezos está comprometido con eso y sigue comprometido con eso, y estoy seguro de que encontrarán una manera de superar sus dificultades actuales. No es extraño que las principales instituciones periodísticas pasen por momentos difíciles. Cuando llegué al Post, eran tiempos muy difíciles. Mucha gente descartaba a The Washington Post, diciendo que se estaba volviendo irrelevante. Solo teníamos 580 personas en la sala de redacción; eso es un buen número de empleados en muchos lugares, pero ahora son algo así como 950 y eran más de 1000, así que tuvieron que despedir unas 100 personas, pero la sala de redacción es mucho más grande hoy que cuando Bezos nos compró. Creo que pueden encontrar su camino, pero continúan haciendo un buen trabajo, continúan teniendo impacto y tienen un personal excelente.
 
–¿Todavía confía en la gestión de Bezos?
 
–Sí. Ha sido un buen propietario. Me di cuenta de que hay muchas quejas dirigidas hacia él debido a estos recortes, pero tenga en cuenta que estaban perdiendo mucho dinero y, si bien tuvo recortes, no fueron recortes lo suficientemente grandes como para cerrarlos y eliminar todas las pérdidas, por lo que él ha absorbido las pérdidas personalmente. Ojalá estuviera más involucrado en lo que está sucediendo allí. Ojalá pasara más tiempo allí. Ojalá pasara más tiempo hablando con la gente del personal, me gustaría que lo hiciera con gente de toda la organización, simplemente no pasa mucho tiempo allí. Y creo que eso es un error. Si yo estuviera hablando con él, que no es mi caso, lo instaría a que pasara más tiempo allí y hablara con la gente. Sería una inversión de tiempo muy, muy productiva.
 
–Fue jefe en el Miami Herald, el Boston Globe y el Post, siempre prestó mucha atención a la investigación. ¿Hay algo que haría diferente?
 
–En cuanto al periodismo de investigación, no, realmente no hay nada que haría diferente. Ampliamos significativamente nuestros recursos para el periodismo de investigación en el Post y también en el Boston
Globe
antes de que yo estuviera allí, y estoy muy contento con los resultados que obtuvimos. Hicimos un gran trabajo. Ganamos premios Pulitzer por eso. Fue reconocido. Y hubo mucho trabajo excelente que no ganó premios Pulitzer y, en mi opinión, debería haberlo hecho. Lo único que menciono al final del libro es que después del asesinato de George Floyd, en 2020, me quedó claro que la gente, los periodistas de color en el personal sentían que no tenían una representación adecuada en las filas de liderazgo del Post. Y creo que tenían razón. Y si tuviera que hacerlo todo de nuevo, dedicaría más tiempo a intentar asegurarme de que tuviéramos una representación adecuada en esas filas del Post.
 
Baron se muestra optimista sobre el futuro del periodismo. “No conozco a nadie que haya tenido éxito esperando fracasar”, dice. Ve señales alentadoras en nuevos medios, como Axios o Punchbowl, y organizaciones sin fines de lucro, como ProPublica o Chalkbeat. El Times y el Post pasaron tiempos difíciles, pero lograron revertirlos. Siempre habrá un elemento disruptivo, como ahora ocurre con la inteligencia artificial.
 
“En nuestro negocio, la inestabilidad es una condición permanente. No es una condición temporal. Y tenemos que sentirnos cómodos con la incomodidad”, define.
 
“Es difícil, incómodo, frustrante y exasperante, pero para otras personas es un desafío estimulante, emocionante, presenta oportunidades. Y ese es el negocio en el que estamos, y deberíamos afrontarlo y no empezar a sentir nostalgia por el pasado y a lamentar la desaparición de los buenos viejos tiempos. Tenemos que aceptar las cosas como son y decir: ‘¿cómo hacemos un trabajo de alta calidad en una época en la que los hábitos de consumo de los medios están cambiando y en la que la tecnología siempre avanza, nos guste o no?’. Hay algunas cosas que deberían cambiar, y algunas cosas que creo que no deberían cambiar. Y las cosas que no deberían cambiar son nuestros valores fundamentales, y las cosas que deberían cambiar son cómo narramos historias y cómo las difundimos”, cierra.

sábado, 12 de octubre de 2024

El impacto de las caras grandes

Subo estas dos portadas con caras desconocidas. La de L'Espresso ilustra los desastres de la guerra en Medio Oriente y Focus (Alemania) la salud en el otoño europeo. Las caras sirven también para ilustrar temas no necsariamente relacionados con personas con nombre y apellido y tienen un gran impacto.
Podrían haber elegido un árbol con hojas doradas, otoñales, un grupo de personas en un consultorio, escombros de Gaza, explosiones en el sur del Líbano, pero eligieron caras y bien grandes. 


Y otras dos portadas que también ilustran con caras bien grandes. L'Équipe documenta la retirada de Rafael Nadal del tenis y The New Yorker su apoyo a la candidatura de Kamala Harris. En este caso son las caras grandes de los protagonistas producen un gran impacto. 


Coincidieron estas cuatro caras en la semana que pasó y no quería dejar pasar la oportunidad de comentarlo. Es una ocasión para volver a decir algo que decimos a menudo en esta casa: nunca te arrepentirás de publicar una cara bien grande.

martes, 1 de octubre de 2024

Onanismo de vanguardia

 Creo que es un récord mundial, por eso subo la portada de La Vanguardia (Barcelona) de hoy.

¿Había visto alguna vez la cabecera de un diario repetida cuatro veces en la portada? Pero la pregunta más dura sería ¿pagaría por un diario que habla se sí mismo con esta desproporción?

domingo, 29 de septiembre de 2024

Progresistas eran los de antes

Gracias a un post de Facundo Landívar me entero de dos excelentes notas aparecidas en Seúl, la revista digital que dirige Hernán Iglesias Illa. La primera es la entrevista a Martín Gurri que apareció el 14 de febrero de 2021. Gurri es el autor de The Revolt of the Public, ahora traducido al castellano como La rebelión del público: la crisis de autoridad en el nuevo milenio (Editorial Adriana Hidalgo).


La segunda es más reciente, de Gustavo Noriega, titulada Las redes somos todos, y es por la que me entero de la entrevista a Gurri, publicada en plena pandemia. Las dos valen mucho la pena y ojalá este post sirva para que conozcan Seúl y se suscriban, que también vale la pena.

Contenida en estos dos artículos hay una idea que busco darle forma hace tiempo y que he esbozado en algunos textos en este blog y en otro que tengo por ahí

Las fuerzas, digamos progresistas, están poniéndose cada día más nerviosas por cierta pérdida de influencia en la opinión pública. Esa influencia era, hasta hace poco, casi total. Nadie podía opinar en contra de ciertas ideas que parecían eternas (como los dogmas), y si opinabas en contra eras cancelado o tachado de fascista, cipayo, gorila o integrista (ningún razonamiento). Pero además se sentían dueños de la calle, ese lugar que se ocupaba con manifestaciones más o menos multitudinarias, pero siempre de minorías si se las compara con la llegada bestial de las redes sociales. Para colmo, las manifestaciones de los más radicalizados solo consiguen que vayan, con sus pancartas ajadas, los mismos que los votan, así que los que van son todos los que hay.

Curiosamente, la reacción de muchos periodistas –ahora digamos honestos– es no confiar en las redes sociales. Dicen que es una cloaca o sostienen que son un arma de las fuerzas reaccionarias puestas al servicio de Donald Trump por Elon Musk, el gran manipulador de las masas de la ultraderecha norteamericana. 

Esta cerrazón de cabeza de los periodistas progres es la que noto todos los días en la prensa española, francesa, italiana, alemana, neerlandesa, austríaca... Para todo ese periodismo, absolutamente mayoritario, la derecha es siempre ultra o extrema, mientras que la izquierda es moderada. Aclaro que los progres son las inmensa mayoría del periodismo porque esto es un arte y los artistas estamos siempre del lado progresista y divertido de la vida. Pero resulta que a pesar del periodismo progre en esos países de Europa están avanzando las derechas y lo confirma el veredicto incontestable de las urnas. En la Argentina pasa algo parecido, también avanza la derecha en contra de la voz casi unánime de los periodistas, y supongo que esas voces son la que enervan al presidente que nos maltrata casi todos los días y a veces con cierta razón.

Gurri y Noriega vienen a decir que todo es mucho más espontáneo de lo que se imaginan los que ven fantasmas en Twitter (igual que Noriega, no pienso decirle X). No nos imaginamos lo que significarán las redes sociales para el avance de las ciencias y las tecnologías; mucho menos para los cambios sociales que van a producir (Gurri las compara con la imprenta). Imposible saber todavía la magnitud de esos cambios, pero empezamos a vislumbrarlos en una nueva especie de democracia que espanta a los que se creían dueños de las ideas de los demás.

Reynaldo Sietecase y Ernesto Tenembaum con el espantapájaros de Twiter en la ilustración de Seúl
Es de lamentar la actitud cerrada de un lado o del otro. Tachar o cancelar a los que piensan distinto no es avanzar en la historia sino retroceder. Y al final resulta que la izquierda se está volviendo conservadora y la derecha progresista; y lo que es peor para los progresistas es que ahora la izquierda aburre y la derecha divierte.

La democracia es la convivencia pacífica de los que piensan distinto y no la imposición a las minorías de lo que piensan las mayorías, que por desgracia es bastante parecido a la imposición a las mayorías de lo que piensan las minorías: tal es la tiranía, que desde el progresismo y la izquierda hoy imponen en nuestra América los patriarcas otoñales de Cuba, Venezuela o Nicaragua.

jueves, 26 de septiembre de 2024

Evening Standard ahora es The London Standard

19 de septiembre

Hoy
 

Hoy sale por primera vez a la calle The London Standard, el weekly en que se ha transformado el Evening Standard, que salió por última vez el pasado 19 de septiembre. Y sí... había que cambiarle el nombre porque lo de evening ya no cuadraba.

El Evening Standard nació en 1827 y se volvió gratuito en 2009. Era especialmente popular entre los commuters de Londres, pero desde agosto de este año ya no salía ni los lunes ni los viernes.

Aquí la noticia en la BBC.

martes, 24 de septiembre de 2024

ADEPA y las Naciones Unidas

Acaba de terminar la 62ª Asamblea General de ADEPA, que esta vez tuvo lugar en Posadas. Solo asistí a la cena de clausura en la que se distinguió a Guillermo Ignacio por sus 60 años ininterrumpidos en la entidad. Y Javier Milei acaba de pronunciar su primer discurso en las Naciones Unidas, poco después de que diera su último Joe Biden. Las dos reuniones me disparan estas ideas que voy a tratar de poner por escrito. Aclaro que no pretendo maltratar a nadie: es solo un escenario que trataré de describir tal como lo veo, junto con mi opinión, bastante conocida, sobre esa situación.


Aclaro que soy accionista de una empresa (una entidad periodística) que tiene un diario hace 100 años en la Argentina, fundador de Asociación De Entidades Periodísticas Argentinas. He integrado su comisión directiva y asisto a las reuniones de ADEPA hace muchos años, aunque cada vez menos. Hace quince años, por expresar mi pensamiento en este mismo blog, quisieron expulsarme de la asociación cuyo fin esencial es la defensa de la libertad de expresión.

La primera conclusión, a la vista de las dos reuniones, es que ni la ONU ni ADEPA sirven para nada. Esto debiera ser positivo para ADEPA porque pueden decir que se parecen nada menos que a la ONU. 

El problema que vuelvo a remarcar es el de los asociacioneros o el asociativismo, esa especie de activismo asociativo que sigue vivo en ADEPA, pero que es endémico en casi todas las asociaciones que reúnen a un sector de cualquier industria. Con otras palabras decía en ese post que no es una fortaleza estar mucho tiempo en ADEPA ni en ninguna asociación, porque es tiempo que se roba a la propia empresa y porque es bueno que la gente cambie, que se renueve, que vuelva a la trinchera y no se aparte de la realidad del día a día del periodismo, conocimiento que es esencial cuando se ocupa una silla en la asociación durante una temporada que siempre debe ser finita.

Al final, ADEPA es funcional a los de siempre: un grupo de lobistas manejados por el Grupo Clarín, con un esquema de elección, copiado de la SIP, que sirve para que sigan siempre los mismos. Y para colmo se homenajean profusamente entre ellos cada vez que pueden al calor de los aplausos del resto. Tienen tiempo porque su vida es la asociación, mientras otros estamos al pie de cañón, tratando de resolver nuestros problemas y nuestras urgencias, que a ADEPA le importan un comino.

Dije que no sirven para nada ni la ONU ni ADEPA. Milei lo denunció hoy en Nueva York cuando dijo que la ONU no consigue ninguno de sus fines. Pero en este párrafo me rectifico, o rebajo la denuncia: ADEPA sirve para reunirse y eso es suficiente porque verse las caras las personas que estamos en la misma industria tiene ya un valor importante. La ONU, en cambio, no sirve ni para eso.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Corte sin piedad el techo y el suelo

La foto está en la página 10 de Clarín de hoy. Ya se ve que dos tercios de la foto son inútiles: techo y suelo, pero así fue publicada. Los protagonistas son gobernadores y otros representantes de las provincias argentinas que se reunieron ayer en el Consejo Federal de Inversiones. 

Según un principio elemental de la edición fotográfica en los Estados Unidos, las caras nunca deben ser menores que un dime, la moneda de diez centavos norteamericana. Es una moneda pequeña, casi del mismo tamaño que el penny de cobre (un centavo) y algo más chica que el nikkel (cinco centavos) y el quarter.


Cuando daba clases de diseño editorial en la Argentina era fácil porque, gracias o por culpa de la convertibilidad, todas las monedas y los billetes de curso legal eran del mismo tamaño que los norteamericanos.

Será cuestión de encontrar en cada país una moneda, como la de diez centavos de euro en los países de la UE, o un equivalente  en tamaño, que tengamos todos a mano, en el cajón de la mesa de los editores o de quienes diseñan o diagraman las páginas.

Es evidente que en la foto de hoy de Clarín debía cortarse sin piedad el techo y el suelo y publicarla a cinco columnas, ocupando todo el ancho de la página, encima del título. Subo la página completa y también la impar para que se vea que no chocaba con nada. Solo tiene que hacer clic en ellas para verlas bien grandes. Y pienso ahora que quizá sea la posibilidad de agrandar las fotos en los medios digitales la culpable de que a nadie le interese ya el tamaño de las fotos en la edición gráfica. 


lunes, 9 de septiembre de 2024

Agenda-setting por Maxwell McCombs

Gracias a Ramón Salaverría encuentro esta joya. La teoría de la agenda-setting resumida en un minuto por su autor, Maxwell McCombs.

viernes, 6 de septiembre de 2024

La inesperada columna de Arthur G. Sulzberger, en castellano

La Nación y Clarín de hoy publican en sus páginas el artículo de ayer de Arthur G. Sulzburger en el Washington Post. En esta casa no traducimos del inglés, pero me parece que vale la pena subir hoy la versión en castellano de Jaime Arrambide publicada en La Nación de Buenos Aires, así que, con el permiso presunto de La Nación, del Washington Post y del publisher del New York Times, subo esa versión con sus propias negritas y subtítulos.

La silenciosa guerra contra la libertad de expresión puede llegar a Estados Unidos

Algunos líderes del mundo han coartado salvajemente al periodismo, y ahora los políticos norteamericanos podrían apelar a su mismo manual de instrucciones

El editor del diario The New York Times, A.G. Sulzberger, publicó hoy una columna de opinión en su principal competidor, el diario The Washington Post; a continuación, los principales conceptos
Después de varios años fuera del poder, el exmandatario ha vuelto a ganar con una plataforma populista. Acusa a los medios de haberle costado previamente la reelección por la cobertura que hicieron de su anterior mandato. Desde su punto de vista, tolerar a la prensa independiente, con su insistencia en la verdad y la rendición de cuentas de los gobiernos, debilitaron su capacidad de manejar a la opinión pública. Y esta vez está decidido a no cometer el mismo error.

Su país es una democracia, así que no puede clausurar simplemente los diarios y meter presos a los periodistas. En cambio, se propone socavar a las empresas de noticias independientes de maneras más sutiles, con herramientas burocráticas, como las leyes impositivas, el otorgamiento de licencias de transmisión, o contrataciones del Estado. Mientras tanto, recompensa a los medios de prensa adictos con pauta oficial, exenciones impositivas y otros subsidios del Estado, y ayuda al empresariado amigo a adquirir otros medios de comunicación debilitados a precio de remante para que los conviertan en órganos difusores de su gobierno.

En apenas un par de años, en el país solo quedan pequeños bolsones de periodismo independiente, liberando al líder de tal vez el mayor obstáculo para su creciente autoritarismo. Ahora, los noticieros de la noche y los titulares de los diarios repiten como loros sus afirmaciones, por lo general totalmente despegadas de la verdad, ensalzando hasta el menor de sus logros mientras demonizan y desacreditan a sus críticos. “El que controla los medios de un país, controla la mentalidad de un país y a través de eso controla el país en sí mismo”, afirma sin ruborizarse el director político del mandatario.

Esa es la versión resumida de la forma en que Viktor Orban, primer ministro de Hungría, desmanteló con eficacia los medios de comunicación de su país, uno de los pilares centrales de su proyecto más amplio de transformar a su país en una “democracia iliberal”. Con la prensa debilitada, pudo guardar secretos, reescribir la realidad, socavar a sus rivales políticos, actuar con impunidad y, en última instancia, consolidar un poder sin controles, empeorando la situación de su nación y de su gente. Y esa historia se está repitiendo en todas las democracias del mundo en proceso de erosión.

Durante el año pasado, me preguntaron con insistencia si el diario The New York Times, donde trabajo como editor, está preparado para la posibilidad de que en Estados Unidos se adopte una campaña similar contra la prensa libre, a pesar de la orgullosa tradición de nuestro país de reconocer el papel esencial del periodismo para que exista una democracia fuerte y a un pueblo libre.

Y la pregunta no es disparatada. En su afán por volver a la Casa Blanca, el expresidente Donald Trump y sus aliados han declarado abiertamente su intención de redoblar sus ataques contra una prensa a la que ridiculiza desde hace años como “el enemigo del pueblo”. El año pasado, Trump prometió: “Los medios de comunicación de bajo perfil serán examinados al detalle por su cobertura deliberadamente deshonesta y corrupta de individuos, hechos y acontecimientos”. Y la amenaza de Kash Patel, alto funcionario de Trump, fue todavía más explícita: “Vamos a ir a contra ustedes, ya sea por la vía penal o civil”. Ya hay pruebas de que Trump y su equipo lo dicen en serio. Al final de su primer mandato, la retórica antiprensa de Trump –que contribuyó al aumento del sentimiento antiprensa en Estados Unidos y en todo el mundo– fue pasando sigilosamente de la amenaza a las acciones concretas.


Si Trump cumple su promesa de seguir con esa campaña de destrucción durante un eventual segundo mandato, sus embates probablemente reflejarán su abierta admiración por el manual de estrategias despiadadamente eficaz de líderes autoritarios como Orban, con quien Trump se reunió recientemente en Mar-a-Lago y a quien elogió como “un líder inteligente, fuerte y compasivo”. Recientemente, el actual compañero de fórmula de Trump, el senador J. D. Vance, también se deshizo en elogios hacia Orban: “Ha tomado algunas decisiones inteligentes que Estados Unidos podría tomar como ejemplo”. Uno de los arquitectos intelectuales de la agenda republicana, el presidente de la Fundación Heritage, Kevin Roberts, afirmó que la Hungría de Orban “no es solo un modelo de política exterior conservadora, sino EL modelo”. Aplaudido a rabiar por los asistentes a una conferencia política republicana celebrada en Budapest en 2022, el propio Orban dejó muy en claro lo que su modelo necesita: “Queridos amigos, debemos tener nuestros propios medios de comunicación”.

Para asegurarnos de estar preparados para lo que venga, con mis colegas nos pasamos meses estudiando cómo se fue gestando el ataque a la libertad de prensa en Hungría y en en otras democracias, como la India y Brasil. Los entornos políticos y mediáticos de cada país son diferentes, y las campañas contra la prensa han recurrido a tácticas y han tenido niveles de éxito disímiles, pero hay un patrón de acción contra la prensa que tiene hilos en común.

Estos nuevos aspirantes a dictadores han desarrollado un estilo más sutil que sus colegas de Estados totalitarios como Rusia, China y Arabia Saudita, que sistemáticamente censuran, encarcelan o directamente asesinan a los periodistas. En las democracias, los que intentan socavar el periodismo independiente suelen explotar debilidades banales —y por lo general nominalmente legales— de los sistemas de gobierno de cada país. Ese manual de acción suele tener cinco partes.

  • Crear un clima propicio para la represión de los medios, sembrando desconfianza en la opinión pública sobre el periodismo independiente y normalizando el acoso a los periodistas que lo integran. 
  • Manipular el sistema legal y regulatorio —como los impuestos, la aplicación de la ley de inmigración y la protección de la privacidad de las personas— para castigar a periodistas y organizaciones de noticias que son percibidos como ofensivos. 
  • Hacer una explotación de la Justicia, en general a través de causas civiles, para imponer sanciones logísticas y financieras adicionales al periodismo caído en desgracia, incluso con denuncias sin sustento legal. 
  • Escalar los ataques contra los periodistas y sus empleadores, alentando a los partidarios del poder de otras partes del sector público y privado para que adopten esas mismas tácticas. 
  • Utilizar los resortes del poder, no solo para castigar a los periodistas independientes, sino también para recompensar a quienes demuestran lealtad y sumisión al gobierno. Esto incluye ayudar a los seguidores del partido gobernante a obtener el control de los medios de prensa financieramente debilitados por todos los ataques antes mencionados.

Como queda claro en esta lista, esos líderes se han dado cuenta de que las medidas de represión contra la prensa son más efectivas cuando son menos dramáticas: no les conviene una película de suspenso, sino más bien un bodrio tan pesado e incomprensible que nadie quiera verlo.

Como alguien que cree firmemente en la importancia fundamental de la independencia periodística, no tengo el menor interés en meterme en política. No estoy de acuerdo con quienes sugieren que Trump representa un riesgo tan grande para la libertad de prensa que las organizaciones de noticias, como aquella para la que trabajo, deberían dejar de lado la neutralidad y oponerse directamente a su reelección. Renunciar a la independencia periodística por miedo a que más tarde nos la puedan quitar representa una total falta de visión. Nuestro compromiso en The New York Times es seguir apegándonos a los hechos y presentar un panorama completo, justo y preciso de las elecciones de noviembre y de los candidatos y los temas que presenten durante su campaña. El modelo democrático de nuestro país le asigna roles diferentes a cada una de sus instituciones: este es el nuestro.


Al mismo tiempo, sin embargo, y como representante de una de las principales organizaciones de noticias de Estados Unidos, me siento obligado a denunciar abiertamente las amenazas a la prensa libre, como mis predecesores y yo hemos hecho siempre con los presidentes de uno u otro signo político. Y lo hago desde aquí, desde las páginas de un estimado competidor, porque creo que se trata de un riesgo compartido por toda nuestra profesión y por todos los que dependen de ella. Poner de manifiesto esta campaña contra la prensa no implica aconsejarle a la gente cómo votar. El voto entraña innumerables cuestiones más cercanas al corazón de los votantes que la protección que merece mi profesión, que es ampliamente impopular. Pero el debilitamiento de la prensa libre e independiente importa, sin importar el partido político al que adscriba cada uno. El flujo de noticias e información confiable es fundamental para que un país sea libre, próspero y seguro para sus habitantes. Por eso es que a lo largo de la historia de Estados Unidos la defensa de la libertad de prensa ha sido un inusual punto de consenso entre ambos partidos mayoritarios. Como dijo una vez el presidente Ronald Reagan: “No hay ingrediente más esencial que una prensa libre, fuerte e independiente para seguir teniendo éxito en eso que los Padres Fundadores llamaron nuestro ‘noble experimento’ de autogobierno”.

Ese consenso hoy se ha roto. Y en proceso de elaboración hay un nuevo modelo que pretende socavar la capacidad de los periodistas de recabar información y difundirla libremente. Vale la pena conocer cómo funciona este modelo cuando se lleva a la práctica.

El modelo en la práctica

Un martes por la mañana de 2023, más de una docena de funcionarios indios irrumpieron en las oficinas de la BBC en Nueva Delhi y Bombay. A los sorprendidos periodistas y editores les ordenaron que se alejaran de sus computadoras y entregaran sus teléfonos celulares. Durante los siguientes tres días, los periodistas tuvieron prohibido el ingreso a sus propias oficinas, lo que permitió que el gobierno indio revisara sus archivos y dispositivos electrónicos. Pero más sorprendente que el allanamiento en sí fue que esos funcionarios no se identificaron como agentes de la ley, sino como auditores fiscales…

El gobierno del primer ministro Narendra Modi tiene un largo historial de llevar a cabo estas “encuestas impositivas”, como las llaman las autoridades, contra organizaciones de noticias independientes cuyos informes provocan la furia de su régimen. Y la ocasión en que se produjo el allanamiento permite discernir con facilidad qué lo desencadenó: el mes anterior, la BBC había publicado un documental que volvía a analizar las acusaciones de que Modi había tenido un rol en disturbios sectarios que terminaron con muchos muertos, un tema que el primer ministro ha tratado de mantener fuera del foco de atención de la opinión pública.

El gobierno de Modi argumentó que el allanamiento de las oficinas de la BBC no tenía nada que ver con el documental, sino que simplemente se trató de una medida normal de buena gobernanza: auditar los libros de una corporación para garantizar el cumplimiento del notoriamente complejo código tributario de la India. Pero el allanamiento les dio a las autoridades tres días de acceso a las computadoras y teléfonos de periodistas y editores, con el riesgo de dejar expuestas a fuentes confidenciales, y también fue un inequívoco mensaje de advertencia para cualquier denunciante futuro que tuviera intenciones de desafiar a Modi exponiendo sus conductas reprochables: si hablás con los periodistas, te vamos a ir a buscar y te vamos a encontrar. Muchos de esos disidentes han sido despedidos, condenados al ostracismo, hostigados y arrestados.

Hasta las leyes pensadas para apoyar un ecosistema de información saludable pueden ser manipuladas. En Hungría, el gobierno de Orban ha intentado tergiversar las normas de privacidad digital de la Unión Europea para bloquear las prácticas habituales del periodismo de investigación, como recurrir a bases de datos de acceso a la información pública.

Los norteamericanos tal vez estén acostumbrados a ver en la Justicia un garante de sus derechos y las libertades –como la libertad de prensa– contra este tipo de abusos y distorsiones de las leyes, pero las lecciones que llegan de otros países, como Brasil, nos recuerdan que el sistema judicial también puede ser mal utilizado para obstaculizar y encarecer el trabajo de los periodistas.

En Brasil, los frecuentes abusos del aparato del justicia por parte del expresidente Jair Bolsonaro y sus aliados han sido calificados de “acoso judicial”, con abogados que presentaban demandas ante jueces consabidamente hostiles a la prensa, y abrumando a los periodistas con causas judiciales superfluas para multiplicar sus costos de representación legal. El gobernador de un estado rural, aliado acérrimo de Bolsonaro, usó esas tácticas para perseguir a más de una docena de periodistas locales por informar sobre él, su familia y sus partidarios políticos, y también los demandó penalmente por sus acusaciones.

“Bolsonaro le abrió la puerta al odio hacia el periodismo, y dejó allanado ese camino para empresarios, abogados, gobernadores, y organizaciones no gubernamentales, entre otros”, dice Cristina Tardáguila, fundadora de Agência Lupa, un medio brasileño de verificación de datos. “Hay un empresario, gran admirador de Bolsonaro, que en los últimos tiempos ha presentado más de 50 demandas contra periodistas.”

Fake news

Han pasado solo ocho años desde que Donald Trump popularizó el término “noticias falsas” como un garrote para desestimar y atacar al periodismo que lo desafiaba.

De boca del presidente de los Estados Unidos, esa frase fue todo lo que necesitaban muchos aspirantes a autócrata. Desde entonces, alrededor de 70 países de seis continentes han promulgado leyes sobre las “noticias falsas” nominalmente destinadas a erradicar la desinformación, pero que muchas sirven básicamente para que los gobiernos puedan castigar al periodismo independiente. Bajo el imperio de esas leyes, los periodistas han enfrentado multas, arrestos y censura por informar, por ejemplo, sobre el conflicto separatista en Camerún, por documentar las redes de tráfico sexual en Camboya, por hacer una crónica de la pandemia de covid-19 en Rusia, y por cuestionar la política económica de Egipto. Y Trump ha defendido tenazmente todas y cada una de esas iniciativas, como lo hizo cuando en una conferencia de prensa conjunta le dijo públicamente a Bolsonaro: “Estoy muy orgulloso de oír al presidente utilizar el término ‘noticias falsas’.”

Ahora las cosas han dado un giro de 180 grados, y son Trump y sus aliados los que miran el ejemplo de Bolsonaro y sus secuaces en busca de inspiración y estudian las técnicas antiprensa que han perfeccionado en estos años. Y la eficacia de ese manual no debe ser subestimada. En Hungría, los aliados de Orban controlan ahora más del 80% de los medios de comunicación del país. En la India, Modi ha subvertido con tanto éxito a la prensa independiente –bloqueando informes sobre cualquier tema, desde protestas masivas contra su política económica hasta el maltrato a la minoría musulmana del país— que gran parte de los medio tradicionales son ridiculizados como “medios falderos.” Y no caigamos en el error de creer que este es un problema exclusivo de los periodistas: cada medio de comunicación debilitado repercute en toda la sociedad, enmascarando la corrupción, ocultando los riesgos para la salud y la seguridad públicas, restringiendo los derechos de las minorías y distorsionando el proceso electoral. La democracia en sí, aunque todavía intacta —como quedó de relieve con el avance de los partidos opositores en las recientes elecciones en la India—, es cada vez más tenue y está cada vez más condicionada.

En Estados Unidos, concebíamos a la prensa libre como un freno fundamental contra el retroceso democrático.

No nos engañemos: a ningún líder político le gusta el escrutinio de los medios ni tiene el prontuario limpio en materia de ataques a la prensa. Todos los presidentes norteamericanos desde la fundación del país se han quejado de las preguntas incómodas de los periodistas que tratan de mantener informada a la gente. Y eso incluye al presidente Joe Biden, que habla con entusiasmo de la importancia de la prensa libre, pero esquiva sistemáticamente los encuentros no programados con periodistas independientes, que le ha permitido evitar responder sobre su edad y estado físico. Pero incluso con un historial imperfecto, tanto los presidentes, legisladores y juristas republicanos y demócratas por igual siempre han defendido y ampliado las protecciones para los periodistas. Durante el último siglo, Trump se destaca por sus esfuerzos agresivos y sostenidos para socavar la prensa libre.

Y si necesitan más pruebas de que Trump apenas estaba calentando motores, basta con recordar los últimos días de su primer mandato, cuando su Departamento de Justicia confiscó en secreto los registros telefónicos de los periodistas de las tres organizaciones de noticias que más detesta: The New York Times, The Washington Post y CNN. Sin embargo, como en Hungría, Brasil y la India, muchas de las amenazas más perniciosas a la libertad de prensa en Estados Unidos probablemente adopten una forma más prosaica: un clima de acoso y escarnio públicos, causas judiciales con sanciones económicas, trabas burocráticas, todo destinado a debilitar aún más a medios de comunicación ya famélicos por años de dificultades financieras. Y esa lista no es alarmista ni especulativa.

La historia de las campañas contra la prensa en todo el mundo pone de relieve la crucial importancia de la libertad de prensa para la supervivencia de la democracia. El acceso a noticias confiables no sólo deja mejor informada a la opinión pública, sino que fortalece a las empresas y hace que las países sean más seguros. En vez de desconfianza y división, el periodismo libre infunde comprensión mutua y compromiso cívico, desentierra la corrupción y la incompetencia para garantizar que el bien y los intereses del país estén por encima del interés personal de cualquier líder ocasional. Todo eso es lo que corre peligro cuando se debilita a la prensa libre e independiente.