miércoles, 29 de marzo de 2023

El Guardian pide perdón por lo que hicieron sus fundadores

Hacer clic en la imagen para agrandar y leer.
How our founders’ links to slavery change the Guardian today 
The Guardian is facing up to, and apologising for, the fact that its first editor drew his wealth from a practice that was a crime against humanity
by Katharine Viner

I remember the moment. We were meeting the historians who had been commissioned by the Scott Trust, which owns the Guardian, to look into our past. The Black Lives Matter movement had put unprecedented focus on racism in our societies, and it had inspired the Guardian to look at itself. Dr Cassandra Gooptar, an irrepressible expert on the history of enslaved peoples, had done some early work, and the evidence was inescapable: there was no doubt that the Guardian was founded with money partly derived from slavery, and the links were extensive. David Olusoga, one of Britain’s top historians who happens to sit on the Scott Trust, was not surprised; this history had, in many ways, been hiding in plain sight. As editor-in-chief of the Guardian, I felt sick to my stomach.

It is a deeply uneasy feeling to know that one of my predecessors, the Guardian’s founding editor, John Edward Taylor, derived much of his wealth from Manchester’s cotton industry, an industry that relied on firms such as Taylor’s trading with cotton plantations in the Americas that had enslaved millions of Black people forcibly transported from Africa. The great American abolitionist Frederick Douglass made the connection plain: “The price of human flesh on the Mississippi was regulated by the price of cotton in Manchester.

jueves, 16 de marzo de 2023

Dos certificados de escasa circulación

Un portada del diario tan negro no puede negar su escasa circulación. La tinta es muy cara... Página 12 no está ni en el Instituto Verificador de Circulaciones, así que no se puede conocer su circulación; esa es la otra razón que confirma que vende pocos ejemplares.

domingo, 5 de marzo de 2023

El consumidor de mentiras es cómplice del periodista que las dice

Con el permiso presunto, esta vez de Clarín y de John Carlin, subo la nota que aparece hoy en la página 33 del diario.

  
Cada país tiene la prensa que se merece

Los norcoreanos presentan las noticias de manera más mediatizada que nosotros, admitió un ejecutivo de Fox News.

Interesante dilema al que se enfrenta un periodista cuando decir la verdad le puede costar su empleo. ¿Qué hacer? ¿Premiar la honestidad o la cuenta bancaria? ¿La inmortal reputación o la pasajera fama?

No me refiero a periodistas en países tiranos. Si te ganas la vida en un medio ruso, chino, o iraní el precio de contar las cosas como son no es perder el sueldo, es perder la libertad o la vida. La alternativa a la mentira es el martirio.

El dilema del periodista en los países libres es menos dramático. No es una cuestión de vida o muerte, es de elegir entre integridad o cinismo, como nos acaba de demostrar el canal de noticias de mayor audiencia en Estados Unidos, Fox News.

A lo largo de los últimos siete años Fox News ha sido para Donald Trump lo que todos los canales de televisión rusa son hoy para Vladímir Putin. Uno siempre había sospechado que los reporteros y presentadores de la Fox eran gente más o menos cuerda, consciente, en el fondo, de que su querido líder habitaba una realidad alternativa. La noticia es que la sospecha se ha confirmado. Gracias a que Estados Unidos sigue siendo un país en el que la ley funciona, la hipocresía de Fox News ha quedado al desnudo.

Básicamente, se ha demostrado que las principales figuras de la Fox, sin excluir a su dueño Rupert Murdoch, sabían desde el primer momento que el resultado de las elecciones presidenciales de 2020 había sido legítimo. Pero esto no impidió que, una vez frente a las cámaras, siguieran la consigna de Trump e insistieran que hubo fraude. En privado decían que las acusaciones eran un disparate; en público las alentaban con indignada convicción.

El gran error táctico de la Fox fue repetir la calumnia trumpista de que Dominion, la empresa de las máquinas de recuento de votos, fue cómplice del supuesto fraude. Dominion respondió reclamando 1.600 millones de dólares por difamación y, aunque el juicio aún no ha comenzado, ya ha salido a la luz una avalancha de información sobre los procesos internos de la empresa de la familia Murdoch.

Los abogados de Dominion han obtenido acceso a comunicaciones privadas entre los presentadores estrella, productores y ejecutivos de Fox News que expresan un desdén colectivo por las teorías conspirativas de Trump, describiéndolas, entre otras cosas, como “alucinantemente chifladas”, “mierda absoluta” y “totalmente ajenas a la realidad”. “Los norcoreanos presentan las noticias de una manera más matizada que nosotros”, comentó una noche un alto ejecutivo de Fox News.

El presentador Tucker Carlson, más famoso en Estados Unidos que Brad Pitt y cien veces más influyente, supo desde el comienzo que los apologistas del fraude electoral mentían. Pero cuando los entrevistaba en directo aparentaba tomarles en serio. “Odio esta mierda”, confesó en un mensaje. Pero no dejó de propagarla.

Carlson -un ídolo del Kremlin, por cierto– entró en la dinámica que George Orwell bautizó como “doble pensamiento”. Se burlaba de las mentiras de Trump en conversaciones con sus compañeros pero denunciaba a los pocos valientes entre ellos que durante un tiempo dijeron lo que realmente pensaban en televisión. Carlson llegó a caer en la infamia de pedir el despido de una reportera que había tenido la audacia de decir en el aire lo que él sabía que era verdad, que las acusaciones contra Dominion no tenían ningún fundamento.

“Esta loca está dañando la empresa,” escribió Carlson en un mensaje. “Nuestro valor en la bolsa está cayendo. Esto no es broma.” He aquí la cuestión, como el propio Rupert Murdoch reconoció en una declaración jurada que se vio obligado a dar el mes pasado.

El magnate admitió que nunca se creyó la broma de las alegaciones de fraude electoral pero explicó que “Trump tenía muchos seguidores y probablemente muchos son espectadores de la Fox, por lo que habría sido estúpido” contar la verdad. Los pocos casos que hubo de dicha “estupidez”, como el de la a reportera cuya cabeza Carlson pidió, tuvieron un impacto negativo en las audiencias de Fox News. Un mes después de las elecciones de 2020 se detectó una fuga a canales de noticias más pequeños pero más fanáticos en su vocación trumpista. Carlson y compañía respondieron cerrando filas a –precisamente– la norcoreana.

“Navegar” las aguas entre la verdad y “la locura” resultó ser “muy difícil” para la Fox, reconoció Murdoch. Un miembro del consejo directivo de la empresa, el ex congresista republicano Paul Ryan, escribió un mensaje interno en el que pidió que Fox News denunciara “la perversa farsa” y las mentiras de Trump con contundencia. No se le hizo caso. Murdoch, optó por “la locura”, con un consiguiente repunte de audiencia y del valor de su empresa en Wall Street.

En cuanto al daño que el propio Murdoch entendió que Trump y Fox habían causado a la credibilidad de la democracia estadounidense, su actitud fue “¿qué le vamos a hacer?” La plata es lo primero.

Esta historia servirá, me temo, para confirmar los prejuicios de aquellos que consideran que los periodistas estamos vendidos al dinero o al poder. No tan rápido. El escándalo de Fox News no es típico. En cuatro décadas en los medios nunca me he topado con nada peor. Dicho esto, soy consciente de pecados de omisión, de medios que no cuentan, o dan poco peso, a información que pondría en peligro la fidelidad de su público. Pero este es, precisamente, el tema.

El público. Algunos tendremos más responsabilidad que otros pero aquí no se absuelve nadie. El consumidor de noticias, como Murdoch señala, es cómplice de lo que dice o escribe el periodista. Demos gracias, al menos, de que en democracias como Estados Unidos uno puede elegir entre medios con diferentes puntos de vista. En Rusia todos los medios sin excepción son tan cínicos, hipócritas y mentirosos como Fox News. Cada país tiene la prensa que se merece.

sábado, 4 de marzo de 2023

La obligación no es el equilibrio, es la verdad

Me recordaba un amigo hace unos días cómo nacieron los periódicos hace 100, 150 años o 200 años, antes de que la publicidad, la alfabetización y la industrialización los convirtieran en un gran negocio. Nacieron para defender las ideas de sus dueños y fueron completamente parciales, decididos a sostener esas ideas y atacar las contrarias. Hacíamos referencia a los medios actuales de la Argentina, divididos a dos lados de la grieta que separa las dos corrientes políticas dominantes y las ideologías que las sustentan. 

El comentario venía a raíz de una pregunta sobre la necesaria independencia del periodismo. Yo había contestado que independencia no es imparcialidad sino todo lo contrario: la independencia de un medio le permite defender a rajatabla una solución política que considera la mejor para su país o su región. Y para sostener la independencia política es imprescindible la independencia económica: hay que ganar dinero. Y el presupuesto básico es la libertad.


Lo que me recordaba este amigo es que los diarios nacieron combativos. Poníamos el ejemplo argentino de La Nación, el diario serio y con fama de equilibrado que hoy mantiene en su canal de noticias LN+ un periodismo anti peronista muy combativo. Bueno, así nació el diario La Nación en enero de 1870, cuando Bartolomé Mitre le compra La Nación Argentina a José María Gutiérrez. El partido de Mitre era el Nacionalista, que lo había llevado a la presidencia entre 1862 y 1868. Terminado su mandato presidencial Mitre nombra el periódico a partir del nombre de su partido político, que aludía a su proyecto de conformar un fuerte Estado nacional, con capital en la ciudad de Buenos Aires. Es en el editorial del primer número (4 de enero de 1870) que Mitre expresa la frase que quedó como lema del diario: La Nación Argentina era un puesto de combate. La Nación será una tribuna de doctrina. También dice en el mismo editorial: estaremos siempre del lado de los que profesan y defienden nuestros principios, sean gobierno o pueblo, y estaremos en contra de los que violen o comprometan, sean pueblo o gobierno. La Constitución, que es el derecho de todos los pueblos y de gobiernos, es nuestra Biblia.

Hay que entender el momento histórico de la Argentina. En 1853 se sanciona la Constitución Nacional en Paraná. En 1860 se une Buenos Aires a la Confederación Argentina. En 1861, la batalla de Pavón entre Mitre y Urquiza termina con la larga serie de batallas que jalonaron la guerra civil entre unitarios y federales. Entre 1862 y 1868 Mitre es el primer presidente constitucional de la Nación Argentina completa, tal como la conocemos hoy. Y entre 1864 y 1870 se libra la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza.

Nada que no hayamos dicho aquí mismo, pero es bueno recordarlo cuando la gente pide equilibrio al periodismo. Lo que es obligación de periodismo no es el equilibrio sino la verdad. 

El equilibrio es para las máquinas y la seriedad es el respeto a la verdad.

sábado, 11 de febrero de 2023

La política tóxica

Con el permiso presunto de La Nación, transcribo esta excelente entrevista que Adriana Amado a David Jiménez que se publica hoy en la sección Ideas del diario. Si está suscrito a la Hoja de Mitre, puede verla aquí.


David Jiménez: “La política tóxica está ocupando todas las energías periodísticas”

Experimentado corresponsal y exdirector del diario El Mundo, el español sostiene que el periodismo no debe olvidarse de vigilar el sistema y sus abusos, y que deberá adaptarse para combatir las mentiras que proliferan
Las tensiones entre medios, empresa y política son teorizadas por académicos que nunca las vivieron, asumidas por quienes deben enfrentarlas como condición de supervivencia de esos mismos medios y padecidas por los periodistas, los eslabones más débiles de la cadena de la información. Pero pocas veces, alguien que las vivió recrea los detalles de esas tensiones en una crónica que desvela el entramado entre prensa y poder.

Para escribir El director: secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector de El Mundo, David Jiménez se valió de la cláusula de conciencia, con rango constitucional en España desde 1978, que ampara el derecho de los periodistas a rechazar procedimientos no éticos. El libro, paradójicamente, está lleno de los dilemas éticos cotidianos que involucran la supervivencia de ese diario y las fuentes de trabajo, lo voluble de la credibilidad periodística o los límites de una profesión supuestamente poderosa, pero que se revela frágil cuando se conoce la historia de cada periodista, incluida la de quien alcanza el máximo escalafón, como fue el caso de Jiménez.

Como dicen las advertencias de las películas (y El director está en camino de convertirse en una), cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia. O no, si se entiende que la literatura permite ahondar la complejidad de los conflictos humanos de una manera como no permite la perentoriedad de la noticia. Por eso, el libro da pie, en esta conversación mantenida con el autor durante uno de sus tantos viajes a Asia, para hablar de lo que pasa hoy en el periodismo.

Para Jiménez, en estos tiempos críticos, el periodismo tiene que vigilar el sistema y sus abusos. “Si nos convertimos en parte del sistema, ¿cómo vamos a vigilarlo?”, se pregunta.

Además de El director, publicó las crónicas Los hijos del monzón (2007), premiado como el Mejor Libro de Literatura de Viajes en España, y El lugar más feliz del mundo (2013). En su experiencia cubriendo conflictos se inspiraron las novelas El botones de Kabul (2010) y la reciente El corresponsal, que es también un homenaje a los reporteros de guerra.

–Si alguien no supiera que se trata de un diario, el cargo “director de El Mundo” parece sacado de un superhéroe de las películas de Marvel.

–A mí me impresionó porque yo sabía que el director de un gran periódico tenía poder. En España siempre se trató a los directores como a ministros que van en sus coches con chofer, se ven con la gente importante, son tratados de manera especial. De hecho, el día que llegué me llamaron el rey, el presidente del gobierno, los grandes empresarios del país. Todo el mundo me quería conocer porque había sido un llanero solitario que había cubierto guerras, revoluciones, desastres naturales al que, de repente, nombraron director. Hubo una gran curiosidad porque normalmente el director de un gran diario en España es alguien que ha ido engrasando su escalada con contactos, trabajando en la redacción. Mi caso no era así. De hecho, el día que llegué para ocuparme de la dirección el guardia de seguridad no me reconoció y me pidió el carnet de identidad, que me había olvidado en casa.

–La cláusula de conciencia no existe en la Argentina, aunque sí en España, aunque el periodismo no haga ejercicio de ese derecho. ¿A qué puede atribuirse?

–La mayoría de los periodistas españoles desconocen la cláusula de conciencia que nos protege en la Constitución frente a algo que va en contra de la ética. Soy, de hecho, el primer director de un diario nacional en España que se acogió a esa cláusula, a pesar de que en los últimos años ha habido muchos despidos arbitrarios y mucha gente perdió su empleo, no por hacer mal su trabajo sino por lo contrario, por ejercerlo con dignidad y honestidad. Cuando yo salí, la empresa intentó desactivar esa cláusula haciéndome firmar un acuerdo de confidencialidad que, básicamente, decía que no podía mencionar nunca lo que había ocurrido en el año que fui director de El Mundo. Luché judicialmente para que no fuera así y durante un año, que fue más duro que el año al frente del diario, fui vetado prácticamente en todos los lugares. Me despidieron no solo de El Mundo. Me despidieron de Antena 3 Televisión, de Onda Cero. Hubo un intento de anulación de una persona que lo único que estaba haciendo era contar su historia. Si esa historia es incorrecta o calumnia a alguien, están los tribunales para poder defenderse.

–¿Cree que el periodista resigna más de lo que debería resignar?

–Yo hablo del periodismo que conozco y que he vivido, que es el español. Me parece que es un periodismo acobardado, sobre todo a raíz de la crisis del 2008-2009, cuando los medios vieron muy debilitados los números que los hacían sostenibles. Eso fue detectado por el poder tanto político como económico, que apretó las tuercas de los medios y, de repente, mucha gente fue despedida. Cuando yo era un joven reportero, en España el poder tenía miedo de la prensa y cuando volví, dos décadas después, era la prensa la que tenía miedo del poder. Hubo, por supuesto, gente que peleó contra esa situación, pero diría que, mayormente, el periodismo español se rindió al poder. Lo digo con mucha tristeza. Hubo gente que atacó El director diciendo que era una prueba de odio hacia el periodismo. Es todo lo contrario: una prueba de amor a una profesión que me lo dio todo, en la que he sido un privilegiado. Creía que le debía algo y que si había alguien que podía hablar y contar, con el objetivo de arreglar lo que iba mal, éramos los que nos había ido bien y podíamos soportar la presión. No escribirlo habría sido cobarde porque en mis veinte años como reportero vi a compañeros encarcelados en dictaduras. Vi cómo mataban a un compañero a escasos metros de mí en Birmania. Veo todos los días lo que pasa en tantos lugares donde los periodistas toman unos riesgos increíbles y admirables por contar la verdad. ¿Y vamos a callarnos porque a lo mejor no nos dan una promoción o nos pueden despedir?

–¿El corresponsal es también un acto de amor al periodismo?

–Sí, a una parte de la profesión que me dio mucho. Me hace gracia porque El director es un libro que me marcó. Eso tiene su parte buena, pero la mala es que no consigo quitármelo de encima. Fui director apenas un año y veinte años fui corresponsal. Siempre me consideré mucho más reportero que director, algo que considero un accidente en mi carrera. Pues tenía ganas de contar también cómo es de verdad la profesión de corresponsal, más allá del estereotipo: cómo es la vida de estos tipos que se la van a jugar a miles de kilómetros de distancia, cómo son sus amistades, cómo se traicionan, cómo se enamoran cuando puedes morir al día siguiente.

–¿Se pueden relacionar las tensiones que describe con el hecho de que los diarios empezaron a darle más espacio a la política?

–No sé si ocurre igual en la Argentina, pero en España es absurdamente desproporcionado el espacio que ocupa la política. Pero no la política de la propuesta o de la mejora de la situación de la gente, sino la política del enfrentamiento puro y duro, la de qué le dijo un político al otro, cómo lo insultó. La política tóxica ocupa todas las energías periodísticas. Y eso nos desvía de la educación, de la sanidad, del bullying, de las desigualdades que los últimos años han aumentado de una manera brutal. Creo que tiene que haber un equilibrio y que los periodistas tenemos que salir del gueto del establishment. El periodismo tiene que vigilar el sistema y sus abusos. Si nos convertimos en parte del sistema, ¿cómo vamos a vigilarlo?

–En el libro menciona también la dificultad de integrar lo digital, ¿por qué cree que esa transformación fue vista por la prensa como una amenaza antes que como una herramienta competitiva?

–Es curioso, ¿no?, porque el periodismo es en teoría una profesión que toma el pulso a la sociedad y a los cambios. Pero cuando esos cambios los iban a afectar, su reacción fue resistirse, y perdimos muchos años. Incluso hubo una época en que yo como corresponsal prefería que mis crónicas aparecieran en el papel. Veía la web como algo secundario. Me di cuenta en Birmania en 2007, en la revolución del Azafrán, cuando un jefe me convenció de que iba a tener más impacto en la web. Y así fue. Pero cuando llegué al periódico a dirigirlo en 2015 gran parte de la redacción todavía estaba en modo resistencia. Nunca vamos a decirle al lector dónde consumir el periodismo. Lo único que podemos hacer es darle el mejor periodismo posible. Si lo quieren consumir en redes sociales, en el celular, ya no es asunto nuestro. Nosotros lo tenemos que distribuir en todas las plataformas para llegar al mayor número.

–Otra de sus medidas fue bajar a la mitad la cantidad de publicaciones y hacer menos de mejor calidad. Sin embargo, muchos medios todavía insisten en el volumen.

–Ahora todos estamos hablando de la Inteligencia Artificial (IA) como nueva amenaza para el periodismo. Si uno le pide a la IA que le escriba una noticia con la información económica del día, lo hace mejor que muchos periodistas. Dentro de tres años lo hará infinitamente mejor. Ninguna IA va a reemplazar al periodista que crea un contenido original, investiga, destapa la corrupción. No va a estar en la guerra en Ucrania y describir lo que está pasando igual que el que está ahí. Pero hay muchas otras cosas que las va a hacer una máquina. Y eso va a obligar a reorganizar las redacciones, a potenciar la formación de los periodistas en lo que sí se va a necesitar. Estamos ante una grandísima revolución de la que todavía no sabemos las consecuencias.

–Esa revolución también impacta en las corresponsalías. Por caso, la guerra de Ucrania, tan cercana a Europa, es una guerra que se cuenta por redes sociales.

–El periodismo también se despistó ahí porque, en realidad, esa guerra empezó en 2014 y la invasión de Crimea pasó absolutamente desapercibida. Y a los corresponsales o los habían despedido o los habían precarizado. En ese abandono hemos olvidado una cosa fundamental y es que lo que pasa a miles de kilómetros de donde estamos nos afecta. Hemos tenido una crisis energética, nos han subido los precios y mucho de eso está relacionado con un conflicto que estaba sucediendo en otro país. Hoy en día es muy extraño que haya medios que apuesten por la información internacional. A los que lo hacen les está yendo muy bien, como The New York Times que nunca tuvo más corresponsales en su historia.

–Muy pocos periodistas tienen ese privilegio de haber estado en la trinchera y también en la redacción. Según su experiencia, ¿hacia dónde va el periodismo?

–El futuro de los medios está, en efecto, en hacer menos de más calidad. Va a haber gente que con dos empleados podrá tener un diario con información deportiva, social, cultural, política y demás gracias a la IA y las herramientas de internet. Lo que nos queda a los medios es ofrecer aquello que la tecnología no va a suplir. Veo claro que van a sobrevivir aquellos que sean capaces de generar ese contenido original. Para eso los medios van a tener que contratar a gente que tenga el talento suficiente para aportar ese contenido original que los diferencie del resto.

–¿Qué le diría a los jóvenes que insisten en dedicarse al periodismo después de todo?

–Voy mucho a las facultades de periodismo y los profesores antes de entrar siempre me dicen que los chicos están deprimidos, que creen que se han equivocado de profesión. Creo que los periodistas jóvenes también van a tener oportunidades. Hay un mundo nuevo que no tiene nada que ver con los medios generalistas y que cada vez está cobrando más importancia, con podcasts, con YouTube, con plataformas, con maneras de contar historias a través de redes. También creo que va a seguir siendo necesario ir a los lugares y que hay miles millones de historias por contarse en el mundo. Algunos medios tomarán el camino correcto y a otros les pasará como a Kodak, que llegó la fotografía digital, no supieron verlo y murieron. Adaptarse no quiere decir renunciar a los principios del periodismo del rigor, la credibilidad, la verdad. Es aliarse con la tecnología para que ganen en fuerza, potencia y distribución. Estamos en un momento en el que tengo miedo de que gane la mentira porque estas herramientas en manos de manipuladores, propagandistas, desinformadores, odiadores, propagadores de intolerancia son peligrosísimas, y cada vez van a tener más capacidad de crear contenido. O lo contrarrestamos con buen periodismo o va a ganar la mentira. Yo quiero que gane la verdad.

–¿Por qué es tabú que el periodista critique el periodismo?

–Uno de los problemas que encontró El director fue la reacción de algunos compañeros contraria a que contara la historia del año en que ocupé el puesto, pero para mí es absurdo porque de la misma manera que los periodistas hablamos de los políticos, de los deportistas, criticamos a los restaurantes, ¿por qué no vamos a hablar de una manera honesta y abierta de nosotros y de lo que nos ha llevado a la crisis del periodismo?

–Más allá de ese repudio inicial que algunos miembros del establishment hicieron del libro, ¿cuál es el balance?

–Es curioso porque el libro ha envejecido mejor que sus críticos. Con el paso de los años no solo ha mantenido actualidad, sino que incluso gente que lo vio de una manera negativa al principio, de repente dice vaya, todo lo que contó este tipo ha demostrado ser cierto. Porque llevábamos décadas con ese secreto que contábamos en las redacciones, al lado de la máquina del café, sobre lo que iba mal en el oficio. Pero nadie rompía la ley del silencio y creo que hacía falta romperla para empezar a cambiar y mejorar las cosas.

–Si volviera a tener veinte años, ¿elegiría de nuevo el periodismo?

–Si existiera la opción lo elegiría otra vez, incluso en esta época en la que todo ha cambiado y hay dificultades. Creo que cuando te lo dejan ejercer en libertad y con dignidad tanto en tus condiciones económicas como en el respeto a tu trabajo es, como dice el cliché, una de las mejores profesiones del mundo.
 
PERFIL: David Jiménez

■ David Jiménez desarrolló su carrera de periodista en el diario El Mundo, de España. Ingresó en 1994 y en 1998 propuso crear la corresponsalía en Asia, desde donde cubrió conflictos y catástrofes en más de treinta países.

■ Estaba en la Universidad de Harvard, gracias a la distinguida beca Nieman para periodistas, cuando recibió la invitación de asumir la dirección del diario, cargo que tomó en abril de 2015 hasta mayo de 2016. Ese año es el que relata en El director (2019), libro que va por su décima edición.

■ Ha colaborado con medios internacionales como The Guardian, Corriere della Sera, The Sunday Times, Esquire, CNN, BBC. Actualmente escribe en The New York Times.

■ Su último libro es El corresponsal, una novela centrada en su experiencia como reportero de guerra.

jueves, 9 de febrero de 2023

The New York Times sigue creciendo

Ayer se dio el informe anual para los accionistas de la empresa editora The New York Times Company. Aquí tiene la nota tal como aparece hoy en la edición print y está desde ayer en el sitio web del NYTimes, pero se lo resumo según la newsletter de Ismael Nafría, Tendenci@s.

Suscriptores 9.560.000
(digital 8.830.000 / papel 730.000)

Estas son algunas de las cifras clave de los resultados económicos presentados la pasada semana por la compañía editora del Times

Ingresos del NYT en el cuarto trimestre de 2022 (octubre a diciembre): 
  • Ingresos totales: 667,5 millones de dólares (+12,3%) 
  • Ingresos por suscripción: 414,1 millones (+17,9%) 
  • Ingresos por publicidad: 179,2 millones (+1,4%) 
  • Otros ingresos: 74,3 millones (+12,1%) 
La suscripción digital sigue siendo la gran fuerza que impulsa el negocio del NYT. Los ingresos por suscripción en el cuarto trimestre se repartieron así: 
  • Suscripción digital: 269,2 millones de dólares (+31%) 
  • Suscripción impresa: 144,9 millones (-0,6%) 
La publicidad es la segunda gran fuente de ingresos del NYT, aunque ha ido perdiendo peso en el conjunto del negocio. Se repartió así en el cuarto trimestre: 
  • Publicidad digital: 111,9 millones de dólares (+0,6%). Es el 62,4% del total. 
  • Publicidad impresa: 67,3 millones (+2,6%) 
Ingresos del NYT en el conjunto del año 2022: 
  • Total: 2.308,3 millones de dólares (+11,3%) 
  • Suscripción: 1.552,4 millones (+14%) 
  • Publicidad: 523,3 millones (+5,2%) 
  • Otros: 232,7 millones (+8,1%) 
La suscripción generó más de 1.500 millones de dólares para el NYT en 2022, con un peso creciente de las suscripciones digitales (casi 1.000 millones de ingresos): 
  • Suscripción digital: 978,6 millones de dólares (+26,5%) 
  • Suscripción impresa: 588,2 millones (-2,5%) 
En 2022, el NYT generó algo más de 500 millones de dólares en ingresos publicitarios: 
  • Ingresos por publicidad en 2022: 523,3 millones (+5,2%) 
  • Publicidad digital: 318,4 millones (+3,2%) 
  • Publicidad papel: 204,8 millones (+8,4%) 
Ingreso medio mensual por suscriptor digital en el 4T de 2022: USD 8,93.

El número de suscriptores de la edición en papel ha caído en un año de 795.000 a 730.000. 

La CEO y presidenta del NYT, Meredith Kopit Levien, explicó que 2022 fue el segundo mejor año de la compañía en cuanto a la adquisición de nuevos suscriptores digitales. Levien destacó también la elevada demanda que existe por el paquete de suscripción (bundle) del NYT, que incluye el servicio informativo y los productos digitales CookingGames y Wirecutter, además de The Athletic

En conjunto, en 2022 el NYT obtuvo un beneficio operativo ajustado de 347,9 millones de dólares. El beneficio neto de la compañía en 2022 fue de 173,9 millones de dólares.

martes, 7 de febrero de 2023

Otro descendimiento

La portada de hoy de ABC (Madrid) es un Descendimiento, como el que apuntaba el 14 de diciembre de 2008 de Clóvis Miranda.



Otras semejanzas involuntarias, en Paper Papers, 15/12/08
Descendimiento, en Paper Papers, 14/12/08
Pedazo de foto, en Paper Papers, 11/12/08

domingo, 5 de febrero de 2023

Nuevo mes, nuevo diseño

El diario El Mundo de Madrid estrenó diseño con el cambio de mes, también en la web, pero aquí van sus portadas de ayer y de hoy. Está claro que han aproximado los diseños print y web.

31 de enero

1 de febrero

Hoy (domingo)

miércoles, 1 de febrero de 2023

Los nuevos estándares norteamericanos

Subo cinco portadas de ayer de diarios norteamericanos (USA), que se van sumando los domingos y los miércoles a la portada monográfica, con agenda propia, sin salirse del formato estándar.