domingo, 10 de marzo de 2024

Periodismo caro y periodismo barato

El periodismo tuvo su edad de oro con los periódicos que le dieron nombre: fue durante casi todo el siglo XX, pero más precisamente podría ubicarse entre 1910 y 2010, para respetar lo del siglo. A principios del siglo pasado nacieron los diarios de gran circulación, gracias a la coincidencia de tres factores: la alfabetización generalizada de la población; la rotativa que permitió imprimir a gran velocidad usando rollos de papel en lugar de láminas; y la linotipia que jubiló a los tipos móviles. Durante esos 100 años el soporte rey de todas las noticas fue el papel y quienes compraban papel, imprimían papel y vendían papel impreso explotaban unas industrias enormes y un gran esfuerzo logístico pegado a la redacción, como se llama en castellano al espacio donde trabajan los periodistas, redactores al fin y al cabo, que era y es todavía un espacio pequeño en relación al dinosaurio que escupe papel impreso encerrado en el taller de al lado.

Los que están en crisis son los periódicos pero eso tampoco es una novedad. Los antiguos medios ya no son diarios sino marcas formidables que certifican el periodismo de sus plataformas. La esencia del negocio del periodismo nunca fue imprimir papel: papel era lo que había y sirvió de soporte durante algunos siglos, especialmente en el último, en el que se sumó la publicidad y volvió millonarios a los dueños de la industria que compraba, imprimía, transportaba y vendía papel impreso.

El periodismo sigue intacto y cada vez más saludable porque ya no depende de grandes sumas de dinero para solventar esa complicada logística y alimentar su dinosaurio con toneladas de papel y hectolitros de tinta a gran velocidad. El soporte barato ha reducido la escala de las empresas periodísticas, pero no su esencia.


Hoy lo caro ya no es el papel ni la logística, no porque sean baratos (son carísimos) sino porque ya no sirven como soporte a la publicidad ni al periodismo. Hoy lo caro del periodismo es la información y lo barato es la opinión; y es una de las mejores noticias para la profesión. Algo así decía Andrew Mango allá por los años 80 del siglo pasado.

Caro es averiguar qué pasó y barato, o gratis, es pedir opinión sobre lo que pasó. Cuando digo averiguar qué pasó estoy diciendo conocer la verdad hasta sus últimas consecuencias y no solo lo que aparece como verdad. Periodismo no es decir lo que otros dicen sino averiguar si lo que otros dicen es verdad o mentira. Periodismo es investigar lo que hay detrás de la cortina; conocer la historia que se esconde debajo de la alfombra; las causas poco naturales de lo que vemos como natural; las intenciones que mueven los hechos que parecen fortuitos; los intereses escondidos, buenos o malos de los acontecimientos. Y para todo eso no hace falta papel sino talento, dedicación, pasión por la verdad, paciencia... y mucho coraje.

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Este post es parte de la columna publicada hoy en El Territorio (Misiones, Argentina) 

lunes, 4 de marzo de 2024

Independencia para buscar la verdad y comprender el mundo

Les paso la transcripción en castellano del la Conferencia Conmemorativa Reuters 2024, pronunciada hoy por Arthur Gregg Sulzberger en Londres. Es del periodista bahiense Abel Escudero Zadrayec consultor del Instituto Reuters y director del medio 8000, en Bahía Blanca (Argentina). El original en inglés está aquí, y la transcripción aquí. Y aquí abajo, el video completo.

 

La independencia periodística en tiempos de división

Es un honor estar aquí para pronunciar la conferencia de este año. El Instituto Reuters ha sido un recurso inestimable para muchos de quienes estamos involucrados en la difícil tarea de tratar de abrir un camino sostenible para el periodismo de calidad. Y me siento afortunado de recibir una bienvenida tan cálida en Oxford, a pesar de los muchos agravios que el New York Times ha dirigido a la cultura británica (les aseguro que todos ellos absolutamente involuntarios), como esa sugerencia blasfema de que el típico desayuno inglés completo puede prepararse en una sola bandeja en el horno.

En el lapso relativamente breve que transcurrió desde que me pidieron que hablara hasta hoy, de alguna manera han empeorado aún más las malas noticias en torno al sector periodístico. No es una buena señal cuando dos revistas recurren a la expresión “evento cercano a la extinción” en sus títulos sobre las perspectivas para los medios.

En mi país, en los últimos quince años ha desaparecido alrededor de un tercio de los puestos laborales en las redacciones, y los periódicos locales continúan cerrando a razón de más de dos por semana. Los reporteros que tienen la suerte de seguir trabajando carecen a menudo del apoyo necesario para hacer reportajes originales de relevancia: no sólo dinero sino tiempo, la orientación de editores experimentados y la posibilidad de ir al terreno para hablar con las personas sobre las que escriben.

Por si fuera poco, la labor periodística en sí también se ha vuelto más complicada. Las amenazas, el acoso y los ataques a reporteros siguen aumentando, atizados por una retórica contra la prensa que califica al periodismo como “noticias falsas” y a quienes lo ejercen como “enemigos del pueblo”. Por supuesto, no es éste un problema que se ciña sólo a Estados Unidos o Gran Bretaña: en todo el mundo, cantidades casi récord de colegas son asesinados y encarcelados. Además, las iniciativas cada vez más agresivas para despojar a los periodistas de sus derechos históricos van socavando las coberturas independientes, incluso en países con tradición de apoyo a la libertad de expresión y la libertad de prensa.

Mientras luchan contra estas presiones, los medios deben competir en un ecosistema informativo dominado por un puñado de gigantes tecnológicos y contaminado por la desinformación, las teorías conspirativas, la propaganda y el clickbait, lo que erosiona aún más la confianza en los medios. El Instituto Reuters nos dice que la confianza de los estadounidenses en los medios, que antes era sólida, pasó a ser una de las más bajas del mundo y está hoy muy por detrás de países donde los medios son controlados por gobiernos represivos. En el Reino Unido el panorama es apenas levemente mejor.

La llegada de la inteligencia artificial generativa promete empeorar ahora cada uno de los retos a los que se enfrentan los medios a menos que quienes desarrollan esta poderosa tecnología (y los marcos para regularla) garanticen que la IA se usará para impulsar un ecosistema informativo confiable y no para acelerar su defunción.

Por qué importa la independencia periodística

Entonces, cuando mi profesión lidia con más amenazas existenciales de las que cabrían en una película de terror con alto presupuesto, ¿por qué he decidido venir aquí a hablar del concepto comparativamente esotérico de la independencia periodística?

Porque esta época ha hecho que la independencia periodística sea más difícil que nunca, más rara que nunca y, creo, más importante que nunca.

El mundo se enfrenta a desafíos gigantescos: desde la aceleración del cambio climático hasta la persistente desigualdad, pasando por la disrupción tecnológica, la erosión democrática y conflictos globales aparentemente incurables. Mientras tanto, las epidemias de desinformación y polarización complican cada vez más la búsqueda de soluciones. A fin de superar aquellas fuerzas y unir a las comunidades para que entiendan las opciones disponibles, tomen decisiones difíciles y actúen, se requieren hechos fiables y comprensión mutua.

Y hechos y comprensión es precisamente lo que el periodismo independiente ofrece a la sociedad.

Sin embargo, desde mi rol como editor del New York Times me sigue sorprendiendo la creciente resistencia hacia el periodismo independiente.

No hace mucho tiempo, desde la ventana de mi oficina en el centro de Manhattan, observé a un grupo de gente protestando contra nuestro supuesto sesgo anti-palestino; estaban justo debajo de un cartel publicitario que denunciaba nuestro supuesto sesgo anti-israelí... Me quedé con la desconcertante impresión de que una audiencia cada vez más homogénea e intensamente polarizada tal vez esté más unida en la creencia de que cualquier periodista que desafíe su relato seguramente se equivoca.

Hoy me gustaría defender la importancia del periodismo independiente, y me gustaría hacerlo sin cantar nuestros grandes éxitos, sino hablando de aspectos de nuestra cobertura que se cuestionan de forma feroz y que se refieren a temas que dividen y que son difíciles de abordar en la sociedad, como la guerra en Ucrania, los debates sobre los derechos trans y el conflicto en Oriente Próximo.

Para que quede claro: si voy a abordar asuntos tan complicados no es porque me quiera electrocutar. Toco estos asuntos porque las situaciones que más nos dividen son también las que más se benefician de que exista una prensa independiente y comprometida con la tarea de recopilar hechos, ofrecer contexto y fomentar el entendimiento necesario para hallar soluciones. También son los temas en los que una posición independiente tiene más probabilidades de ser calificada como amoral e incluso peligrosa. Como este tipo de críticas se convierten en el costo previsible de ejercer un periodismo independiente, es relevante comprender su dinámica y el sentimiento, quizá sorprendente, que creo que suele animarlas.

Qué entiendo por independencia periodística

Permítanme hacer un paréntesis aquí para definir qué entiendo por independencia periodística.

Se puede definir como un compromiso de primer orden con mantener una mente abierta. La independencia periodística exige una voluntad de seguir los hechos, incluso cuando nos alejan de lo que suponíamos verdadero. Una voluntad de involucrarse, de modo a la vez empática y escéptica, con una amplia variedad de personas y de miradas. Una insistencia en reflejar el mundo tal y como es, no como uno desea que sea. Una postura de curiosidad más que de convicción, y de humildad más que de rectitud.

Cuando hay pruebas abrumadoras, la independencia significa exponer claramente los hechos, aunque parezcan favorecer a una de las partes. Y en los casos (mucho más frecuentes) en que los hechos no están claros o su interpretación es objeto de un debate razonable, la independencia significa armar a los lectores con herramientas para que comprendan y digieran por sí mismos esa ambigüedad.

Independencia no implica un falso equilibrio. No significa centrismo ni neoliberalismo ni defensa del statu quo. No es un pase libre para hacer una cobertura inexacta o injusta. Y tampoco se trata de una característica personal innata.

Es una disciplina profesional con la que los periodistas deben comprometerse cada día.

Esta disciplina se basa en los procesos: cosas como pedir una variedad de perspectivas, la confirmación de múltiples fuentes, la verificación de hechos, las directrices éticas, las prohibiciones por conflictos de intereses. Requiere diversidad, en el sentido más amplio; las redacciones que acogen a reporteros con distintos orígenes, experiencias y cosmovisiones descubrirán más historias y las impregnarán de mayores matices y conocimientos.

La disciplina del periodismo también demanda cierta valentía personal. Uno tiene que estar dispuesto a desafiar lo que todo el mundo da por cierto y el pensamiento de grupo. Uno tiene que estar dispuesto a tomar una historia simple, sencilla o cómoda y complicarla con verdades que la gente no quiere escuchar. Más que nunca, uno tiene que estar dispuesto a resistir en medio del torrente de agresiones que a menudo sucede a cada publicación.

Y uno tiene que estar dispuesto a reconocer que no siempre acertamos, que a veces los críticos tienen razón. La independencia no debe utilizarse como escudo para eludir quejas legítimas o para ocultar errores. Como todos los medios, el Times se equivoca, y a veces mucho. Nuestros errores en historias importantes como la guerra en Irak o la crisis del sida nos ofrecen muchas razones para ser humildes. Perseguir la verdad dondequiera que nos lleve a veces significa reconocer nuestros propios errores y corregirlos de manera total y transparente. Eso también es independencia.

En la práctica, el periodismo independiente evoluciona permanentemente. Pero en esencia sigue siendo el mismo modelo profesional que mi tatarabuelo Adolph Ochs defendió al prometer en 1896 que el Times publicaría las noticias “imparcialmente, sin miedo y sin favorecer a nadie, ni a partidos ni a sectas ni a intereses”. Para cinco generaciones de mi familia, honrar ese compromiso y difundir el mensaje ha sido la misión central de nuestras vidas.

No obstante, la independencia periodística siempre ha tenido sus detractores. Durante mucho tiempo ha sido cuestionada por personas de derechas que consideran que así se enmascara un sesgo liberal omnipresente en las redacciones. Durante mucho tiempo ha sido cuestionada por personas de izquierdas, que señalan que así se privilegia una cosmovisión heterosexual, blanca y masculina que apuntala las estructuras de poder existentes. Y es cada vez más cuestionada por algunos periodistas, que sostienen que una sociedad con desafíos existenciales no puede permitirse una prensa imparcial centrada en compartir información en lugar de hacer campaña para impulsar cambios. Desde este punto de vista, la independencia es un lujo de tiempos pacíficos.

Pero la dinámica más reciente (y la más difícil de gestionar) es que la independencia periodística ahora es cuestionada por casi todos los grupos que cubrimos en casi todos los temas que cubrimos. En los últimos años, el Times ha sido acusado de anti-blanco, anti-asiático, anti-inuit, anti-hindú, anti-católico, anti-hasídico, anti-africano y anti-europeo. Nos han acusado de estar en contra de la escuela pública y de Harvard, en contra del fracking y del medioambiente, en contra de los consejeros delegados y de los sindicatos, en contra de Elon Musk y de la Reina Isabel, en contra de las cripto-monedas y de los pantalones de yoga. Lamentablemente, no es una lista completa ni mucho menos.

¿Por qué ocurre esto? Como nunca antes, la era de las redes sociales anima al público a organizarse de forma independiente en comunidades que comparten una identidad, un interés o una cosmovisión. Estos grupos construyen sus propios relatos, que se van endureciendo y se vuelven más extremos. Las voces más potentes se alzan a la cima: así sucede inevitablemente en los entornos digitales. Estas cámaras de eco celebran aquello que se ajusta a sus narrativas y combaten aquello que las desafía.

Esas posiciones suelen ser sinceras. Pero el objetivo fundamental de los vítores y los abucheos es cambiar la cobertura: que sea más favorable a sus intereses y que resulte más incómodo informar sobre aquello que no les gusta. A veces, esto implica aprovechar algún artículo ofensivo aislado como prueba de ciertas intenciones ocultas, en lugar de verlo como parte de una cobertura que explora un tema desde varios ángulos y perspectivas. Un estudio demostró que la mayoría de la gente ni siquiera lee un artículo antes de compartirlo en redes: esto significa que a menudo las quejas se entienden mejor como muestras de solidaridad dentro de un grupo que como críticas bien fundadas.

Philip Bump, columnista del Washington Post, describió recientemente este tipo de críticas como un “ruido omnipresente” de quienes “se envalentonan para detestar la información periodística que los desafía y ven a esos reporteros como una amenaza”.

Tressie McMillan Cottom, integrante de la sección de opinión del Times, explicó que las audiencias evitan espacios compartidos y prefieren campamentos ideológicos: "No sólo queremos contenidos personalizados: queremos contenidos personalizados que confirmen nuestras identidades políticas y que no las desafíen".

Y David French, también columnista del Times, señaló que estas dinámicas alimentan a la que posiblemente sea “la generación de personas más integralmente, voluntariamente y conjuntamente desinformada que jamás haya pisado la Tierra”. French escribió: “No estamos desinformados porque el Gobierno mienta sistemáticamente o suprima la verdad: estamos desinformados porque nos gusta la desinformación que recibimos y deseamos más".

Más allá de que se unan a partir de la orientación política, la nacionalidad, la raza, el sexo, la religión, la profesión o cualquier otra cosa, he llegado a pensar que la gran mayoría de estos grupos comparten esencialmente una profunda sensación de vulnerabilidad, quizá incluso existencial.

En varios casos resulta comprensible. Vivimos en una época en la que muchos se sienten amenazados (a menudo, justificadamente) por el incremento de la intolerancia y por una desigualdad masiva, por la inestabilidad social y por un fervor por derribar el sistema. Pero la historia nos enseña que el tribalismo, la polarización y la narrativa de vulnerabilidad constituyen una mezcla peligrosa. Combinadas, avivan el absolutismo, apagan la tolerancia y suelen dar lugar a una pregunta que se esconde detrás de muchos de los peores episodios de la sociedad: “¿Estás con nosotros o contra nosotros?”. Esta pregunta se dirige cada vez más a los periodistas.

Les puedo asegurar que resulta extremadamente tentador defender la independencia periodística recurriendo a ejemplos egoístas y alegres sobre lo bien que el Times ha mostrado valor y cómo al hacerlo hemos mejorado el mundo.

Son historias muy celebradas que muestran cómo desafiamos a los presidentes para que el público reciba información esencial, tal como ocurrió al publicar los “papeles del Pentágono” [documentos oficiales secretos sobre la implicación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam entre 1945 y 1967]. Cómo expusimos patrones de acoso y abuso cometidos por hombres prominentes, lo que ayudó a desencadenar el movimiento #MeToo. Cómo revelamos secretos que los poderosos y los gobiernos querían mantener ocultos, lo que forzó rendiciones de cuentas y reformas significativas en innumerables áreas de interés público: desde documentar el empleo ilegal generalizado de niños migrantes en trabajos peligrosos hasta mostrar que el programa estadounidense de drones de guerra ha estado sistemáticamente plagado de inteligencia defectuosa, objetivos imprecisos y desconsideración por la vida humana.

Sin embargo, la mejor manera de saber si vivimos de acuerdo con nuestros valores no es ver los casos que se celebran sino aquellos que se cuestionan. Pienso en mi colega a quien llamaron “peón de los republicanos” por sacar a la luz el servidor privado de correo electrónico de Hillary Clinton, y a quien luego le dijeron “peón de los demócratas” por exponer los numerosos intentos de Donald Trump de socavar las investigaciones sobre sus actos. O en mis colegas que enfurecieron a todas las partes en el debate sobre el aborto porque escucharon a todas las partes en el debate sobre el aborto, y luego hicieron lo posible para representar esas perspectivas de la mejor manera posible.

Voy a explorar algunos ejemplos notorios como estos, no para sonar como alguien atribulado o a la defensiva sino para ilustrar la difícil realidad cotidiana del periodismo independiente. Y para dejar claro por qué la lucha merece la pena.

Cubrir la guerra de Ucrania

Empecemos por Ucrania. Cuando Rusia sacudió al mundo hace dos años con su invasión, en un acto de agresión no provocado, nuestros reporteros ya llevaban meses cubriendo la escalada de tensiones. Y permanecieron en el terreno, soportando las mismas bombas y los mismos disparos que el pueblo ucraniano, para que el público recibiera información esencial sobre el conflicto.

Hemos documentado las atrocidades de Rusia, sus fracasos militares y el modo en que ha engañado y perseguido a su propia gente. Nuestras investigaciones han probado que los soldados rusos mataron sistemáticamente a civiles ucranianos, y las evidencias se han utilizado desde entonces para investigar crímenes de guerra. Difundimos historias sobre el estado de la guerra, pero también sobre ucranianos que tomaron las armas, que perdieron la vida o que volvieron a empezar lejos de casa.

Pero a veces nuestros periodistas encuentran historias que los líderes ucranianos no quieren que se sepan. Revelamos que sus militares usaron municiones de racimo, que están prohibidas internacionalmente y que matan de forma desproporcionada a civiles, sobre todo a niños. Informamos que los generales ucranianos sufrían tal escasez de material en el frente que a menudo intercambiaban suministros entre ellos. Por escribir este tipo de artículos, nuestros corresponsales han sido castigados por los líderes ucranianos, que suelen tachar de propaganda rusa al periodismo que cuestiona su versión oficial.

Es comprensible que los ucranianos traten de evitar cualquier cosa que mínimamente pueda poner en peligro a su país, envalentonar a sus enemigos, erosionar el apoyo de sus aliados o minar la confianza de su pueblo. Pero el deseo de no saber, que surge del miedo, es uno de los impulsos humanos más contraproducentes. El periodismo independiente es fundamental para que la audiencia (incluida la audiencia ucraniana) comprenda la realidad. Un relato certero de la escasez de suministros, por ejemplo, resulta clave para tomar decisiones en el campo de batalla, desde cómo desplegar mejor los limitados recursos hasta entender la urgencia de contar con apoyo militar internacional adicional.

Cubrir las cuestiones trans

Permítanme ofrecerles un segundo ejemplo, relacionado con otro grupo que tiene buenas razones para sentirse en peligro. En los últimos años, el Times ha cubierto ampliamente la oleada de medidas anti-trans que avanzan en varias legislaturas estadounidenses. Hemos informado sobre los ataques y la discriminación que sufren las personas trans. Y hemos destacado historias de personas trans de todo el mundo que quiebran barreras y logran reconocimiento. También hemos publicado, con imparcialidad y empatía, los debates alrededor de las intervenciones médicas a niños trans, un asunto que provoca desacuerdos incluso dentro de la comunidad trans, entre padres y madres y entre proveedores especializados.

Esta última clase de artículos constituye un pequeño porcentaje de nuestra cobertura: quizá una docena entre cientos de artículos. Sin embargo, estos textos los han presentado a menudo activistas trans como la prueba de que el Times cuestiona “el derecho de las personas trans a existir”. Muchas de las críticas ni siquiera se centran en los hechos, sino en el impacto que pueden tener cuando caen en las manos equivocadas. Subrayan casos en los que nuestra información ha sido citada en leyes y demandas por parte de quienes pretenden restringir los derechos de las personas trans, incluyendo la atención médica.

El argumento de que no deben revelarse datos que puedan ser mal empleados es obviamente anti-periodístico. Hacer eso daría al público buenas razones para creer que los periodistas moldean la realidad al servicio de intereses ocultos. Y al mismo tiempo, haría más difícil que la gente creyera cualquier otra cosa que publicáramos. Pero también puede hacer un flaco favor a la misma gente que esos críticos intentan defender.

Sabemos que nuestros reportajes han sido un recurso inestimable para niños, padres y proveedores que toman decisiones sobre la atención médica. Algunas personas trans nos han comentado su temor de que el Times deje de informar sobre estos temas, dado que no podrían tomar decisiones médicas importantes basándose en la ciencia sino sólo en argumentarios de activistas. Y algunos profesionales dedicados a atender a personas trans nos han expresado su alarma frente a la posibilidad de ser descartados y condenados al ostracismo sólo por plantear que este campo médico aún incipiente necesita seguir evolucionando.

Después de investigar las quejas sobre nuestro trabajo en torno a este tema, un crítico de medios concluyó: “El verdadero propósito del ataque al Times es disuadir a quienes escriben reportajes en profundidad sobre la atención sanitaria a las personas trans, o directamente ponerle fin a esa cobertura".

Cubrir el conflicto palestino-israelí

Luego está el conflicto palestino-israelí: no hay historia cuestionada con más vehemencia y más envuelta en relatos de suma cero. Dos pueblos que reclaman la misma tierra, cada uno con argumentos apoyados no sólo en la historia sino también en la religión. Dos pueblos cuyo pasado y cuyo presente ofrecen una multitud de razones para sentir vulnerabilidad existencial.

El periodismo independiente es necesario para proporcionar información, para exigir responsabilidades a los gobernantes y para exponer las experiencias de los afectados por la guerra, y así dar al público la oportunidad de comprender qué impulsa el conflicto y qué impide avanzar hacia su resolución.

Mis colegas han detallado minuciosamente los atentados terroristas del 7 de octubre, y han mostrado cómo los combatientes de Hamás invadieron Israel, cómo mataron, agredieron sexualmente y secuestraron a más de mil personas y cómo se replegaron a un sistema de túneles diseñado para protegerse a costa de la población civil. A través de reportajes sobre el terreno y de videos en las redes sociales e imágenes satelitales, hemos registrado la magnitud de la destrucción que Israel ha provocado en Gaza y la enorme mortandad de civiles, especialmente niños.

Hemos expuesto el uso extendido por parte de Israel de bombas de 1.000 kilos poco precisas, la demolición deliberada de escuelas, mezquitas y hogares, y la lucha por satisfacer necesidades básicas como la comida, el agua, el refugio y la atención médica. Revelamos que funcionarios israelíes ignoraron advertencias precisas sobre los planes de Hamás, expresadas más de un año antes del ataque.

Y en un conflicto en el que demasiado a menudo ningún bando ve la humanidad del otro, hemos contado las historias de personas que tal vez sólo compartían angustia: una abuela palestina que se negaba a abandonar su casa en Gaza durante los bombardeos porque ya había perdido un hogar en 1948; una sobreviviente del Holocausto que se pasaba los días preocupada por no saber si su nieto secuestrado seguía con vida; una niña palestina que quedó huérfana por un ataque aéreo donde fallecieron decenas de sus familiares; una israelí de cuatro años que fue tomada como rehén por Hamás tras presenciar cómo asesinaban a sus padres.

Ambos bandos encontrarán allí historias que les gustan y otras que no. Pero la información independiente, la que no se alinea totalmente con ninguna perspectiva, jamás convencerá a los partidistas.

Quienes critican nuestra cobertura sobre Oriente Próximo nos acusan de sesgo en la decisión de qué elegimos contar y qué contexto ofrecemos u omitimos. Cuestionan las fotos que publicamos, el lenguaje que utilizamos, las fuentes que citamos. Algunos dicen que una nota sobre la dura situación de los rehenes israelíes “borra” las muertes de civiles en Gaza. Otros afirman que un artículo sobre las motivaciones de Hamás para la masacre cometida en Israel “visibiliza” las ideas terroristas. Todo aquello que no sea denunciar a personas u opiniones malas es “normalizarlas”. Cuestionar a las personas o a las opiniones buenas es sucumbir al “falso equilibrio”. Incluso se discuten palabras aparentemente directas vinculadas a fallecimientos: ¿No sería más preciso decir que la persona fue “asesinada”? ¿No sería más neutral decir sólo que “murió”?

Y por inconcebible que les parezca a quienes tienen opiniones firmes sobre el conflicto, las acusaciones que recibimos por sesgos en contra de los israelíes o en contra de los palestinos son casi siempre equivalentes en términos de volumen e intensidad.

Una mañana de noviembre recibí una carta de un senador estadounidense. Fue la primera de varias enviadas por funcionarios estatales y federales sugiriendo irresponsablemente que el Times pudo haber proporcionado “apoyo material” a los terroristas de Hamás. Al día siguiente, manifestantes propalestinos marcharon a la sede del Times, donde tiraron sangre falsa e insistieron en lo contrario: que éramos cómplices de la matanza de palestinos.

Aun así, resulta revelador que ambos bandos recurran a una retórica incendiaria para dirigir la opinión pública, pero se apresuren a usar nuestro periodismo cuando se alinea con sus relatos. Durante el caso de genocidio contra Israel en el Tribunal Internacional de Justicia, tanto acusadores como defensores citaron nuestra cobertura.

Cada vez más, las críticas se orientan no sólo a nuestro trabajo sino también a nuestros periodistas. El Times cuenta con un equipo especialmente diverso para cubrir esta guerra: incluye a musulmanes, judíos y cristianos; hablantes de árabe, hebreo e inglés. Algunos crecieron con el conflicto y han perdido amigos y familiares; otros lo han estudiado desde fuera, algunos durante décadas. Los críticos ven en esta diversidad una fuente de críticas.

¿Acaso los antecedentes de un periodista revelan cierto sesgo oculto? ¿Qué pasa con las palabras y los antecedentes del cónyuge, el padre o los hijos del reportero? De hecho, yo mismo he pasado por esto: ambos bandos llevan tiempo planteando teorías sobre por qué la dirección del Times a cargo de mi familia aviva la injusticia, dado que nuestras raíces judías nos hacen naturalmente sesgados a favor de Israel o nos llevan a inclinarnos demasiado hacia el otro lado.

Los activistas incluso encuentran formas pseudo-científicas de medir nuestra supuesta parcialidad. Un medio publicó un análisis del uso de palabras en nuestra cobertura, y descubrió que el Times “favorecía fuertemente a Israel”. Otro medio publicó otro análisis con el siguiente titular: “Pruebas de que el sesgo anti-israelí del New York Times es empírico, no una paranoia”.

Para que quede absolutamente claro: no digo que la verdad esté necesariamente en el medio, ni en este conflicto ni en ningún otro tema. De hecho, suele haber muchos bandos, no sólo dos. Y no creo que una organización periodística esté haciendo las cosas bien sólo porque se enfadan todos los bandos, pero eso tampoco es señal de que esté haciendo las cosas mal. Es imposible proporcionar una cobertura justa y rigurosa de esta guerra sin enfadar a todos los bandos.

La presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja defendió recientemente el valor de los actores independientes, incluso en los conflictos más encarnizados: “No todo el mundo tiene que ser neutral", escribió, en un ensayo publicado en el Times. "Pero las naciones deben respetar el espacio de la neutralidad humanitaria. Cuando el mundo toma partido, nosotros tomamos partido por la humanidad".

Estar abiertos a las críticas

Es importante para mí reafirmar de forma nítida que estar abierto a la crítica de buena fe es una parte esencial del proceso periodístico. Un medio que se aísla de opiniones de ese estilo está condenado a cometer más y mayores errores. Por eso el Times se toma tan seriamente los errores, con un equipo de editores especializados que investigan y responden cualquier queja. Cuando nos equivocamos, corregimos rápida y abiertamente, y luego nos esforzamos por aprender de ello.

Por ejemplo, al principio de la guerra entre Israel y Gaza, publicamos un titular que otorgaba demasiada credibilidad a las afirmaciones de Hamás de que Israel era responsable de una explosión letal en un hospital de la ciudad de Gaza. Lo actualizamos a las pocas horas. Y si bien otros que cometieron el mismo error simplemente siguieron adelante, nosotros pasamos días averiguando qué había sucedido, publicamos una nota de los editores explicando nuestros errores y nos comprometimos a mejorar nuestros procesos. Tener una sólida sección de correcciones no debería verse con vergüenza sino con orgullo, como testimonio de la voluntad de rendir cuentas.

Pero en muchos de los casos mencionados, quienes reclaman no suelen oponerse a los hechos; en realidad, advierten que los hechos pueden perjudicar a su causa o envalentonar a un enemigo peligroso. E insisten en que nuestra cobertura acabará en el lado equivocado de la Historia.

Pero, ¿qué significa ser periodista y abordar la tarea con el objetivo de estar en el lado correcto de la Historia? Por supuesto, cualquier colega razonable quiere que su trabajo supere la prueba del tiempo a los ojos de las generaciones futuras. No obstante, el instinto de escribir para el futuro juicio de la Historia en vez de hacerlo para el público al que servimos hoy, incluso al periodista mejor intencionado puede llevarlo por mal camino de tres maneras.

En primer lugar, todo el mundo quiere tomar las decisiones correctas. Pero mientras se desarrolla la noticia, no siempre queda claro qué es lo correcto. Las reivindicaciones morales del momento, como “la guerra contra el terrorismo” o la llamada a “retirar la financiación de la policía”, no siempre han envejecido bien.

En segundo lugar, el impulso de ir hacia lo “correcto” crea incentivos para tergiversar la realidad, realzando los datos que se alinean con el criterio propio y restando importancia a los que no se alinean con él. Este enfoque es básicamente contrario a la responsabilidad del periodismo de informar al público y erosiona la confianza a largo plazo de la que depende cualquier medio. Esa es la trampa en la que se encuentra Fox News, que retuerce las noticias para servir a una misión política y desinforma a los espectadores, sugiriendo que el presidente Obama nació en Kenia o que Trump ganó las últimas elecciones.

En tercer lugar, escribir para el futuro en vez de hacerlo para el presente perjudica al público, ya que se abandona el papel clave que desempeña el periodismo para ayudar a que una sociedad resuelva sus problemas. Esto no sólo empuja al público a tomar decisiones menos fundadas: a menudo también genera reacciones negativas. Por ejemplo: mucha gente consideró que las medidas del Gobierno contra la pandemia fueron excesivamente restrictivas y que los medios no informaron con suficiente escepticismo. Esto contribuyó al declive del apoyo a los programas de vacunación y al incremento de la desconfianza hacia los profesionales de la medicina.

Dicho de forma sencilla: los periodistas no sirven al público tratando de predecir los juicios de la Historia o de dirigir a la sociedad hacia ellos. Nuestro trabajo está firmemente arraigado en el presente: aportar a la sociedad la información y el contexto que necesita para lidiar de forma correcta con los asuntos del momento. Creer que una audiencia informada toma mejores decisiones es quizá el concepto más esperanzador sobre una prensa independiente.

Ayudar la comprensión mutua

No hace mucho tiempo, uno de nuestros corresponsales extranjeros más experimentados me contó sobre una cena a la que asistió en una universidad estadounidense. Una invitada lo enfrentó airadamente, diciendo que no podía creer el abrumador sesgo pro-palestino que aparecía cada día en la portada del Times. Otro comensal rápidamente replicó que se sentía horrorizado por el constante sesgo pro-israelí del Times. Incrédulas, ambas personas procedieron a enumerar ejemplos para defender sus posturas. Después de un extenso intercambio, la disputa terminó en punto muerto. “Había una incomprensión mutua total”, comentó el periodista.

Esa incomprensión mutua existe ahora en todas partes. Ayudar a entender los hechos y a entender a los demás es uno de los mayores servicios que el periodismo puede prestar al público. Como me dijo ese corresponsal extranjero: si el miedo y la rabia de la conversación pública ceden alguna vez al civismo y se habilitan espacios para las soluciones, la base del debate debe construirse en torno a la información periodística independiente.

Como habrán notado en los ejemplos que he compartido, a menudo algunos nos señalan que la postura de independencia representa cierta abdicación moral. Pero cuando observo las fuerzas que impiden que la sociedad se una para hacer frente a los retos de nuestra era (en Oriente Próximo, en Ucrania, en Estados Unidos o donde sea) no veo que falten actores apasionados y moralmente fuertes haciendo sonar la alarma. De hecho, la alarma parece tan fuerte y constante que gran parte del público ya se ha puesto tapones en los oídos.

Considero que la independencia es el mejor camino y el más optimista. Como periodistas independientes, aportamos a nuestros conciudadanos la información que necesitan para tomar decisiones por sí mismos. Se trata de un profundo acto de confianza. Tengo claras las formas en que la desinformación y la polarización conspiran para bloquear la realidad compartida que una sociedad requiere para unirse. Pero creo que la respuesta a esos problemas puede encontrarse no en la rectitud del cruzado que defiende una causa sino en la misión más humilde de un periodista: buscar la verdad y ayudar a la gente a comprender el mundo.

miércoles, 28 de febrero de 2024

Roger Fidler revisited

Subo, traducido, este artículo del New York Times sobre Roger Fidler y el futuro de los medios y del periodismo. Aunque aparece hoy en la web del NYTimes saldrá en la edición print del 3 de marzo. Va traducido para evitar al Gestapo, pero no sé si lo voy a lograr.


Si la carrera de Roger Fidler tiene algún significado, es este: A veces puedes ver el futuro venir, pero de todas formas ser arrollado por él.

Hace treinta años, Fidler era un ejecutivo de medios que promovía una visión tranquilizadora del futuro de los periódicos. La revolución digital liberaría las noticias de las imprentas, dándole a la gente dispositivos portátiles que los mantuvieran informados todo el día. Algunas historias se verían mejoradas con video, otras con sonido y animación. Los lectores podrían compartir artículos, impulsando la participación en diversas comunidades.

Todo eso ha llegado a suceder, más o menos. Todo el mundo está en línea todo el tiempo, y casi todos parecen interesados, si no obsesionados, por los acontecimientos nacionales y mundiales. Pero los medios tradicionales que el Sr. Fidler estaba promoviendo no reciben muchos beneficios. Después de décadas de declive, su colapso parece estar acelerándose.

Cada día trae malas noticias. A veces se trata de empresas digitales recién formadas, a veces de publicaciones venerables cuya historia se remonta a más de un siglo.

Recientemente se anunciaron recortes en Law360, The Intercept y el sitio de videos orientado a la juventud NowThis, que despidió a la mitad de su personal. El sitio de noticias tecnológicas Engadget, que hace un seguimiento exhaustivo de los despidos tecnológicos, despidió a sus principales editores y otros miembros del personal. Condé Nast y Time están despidiendo empleados. La existencia continua de Vice Media, que en un momento fue valorada en 5,7 mil millones de dólares, y Sports Illustrated, en otra época la publicación deportiva más influyente, es incierta. Los Angeles Times y The Washington Post eliminaron a cientos de periodistas entre ambos. Uno de cada cuatro periódicos que existían en 2005 ya no existe.

El lento declive de los periódicos y revistas sería de interés limitado si no fuera por una cosa: Los medios tradicionales tenían en su núcleo la exaltada y difícil misión de comunicar información sobre el mundo. Desde informes de investigación sobre el gobierno hasta cobertura de políticos locales, las noticias servían para hacer que todas las instituciones e individuos cubiertos fueran un poco más transparentes y, posiblemente, más honestos.

Las columnas de consejos, críticas de cine, recetas, datos de acciones, informes meteorológicos y casi todo lo demás en los periódicos se trasladaron fácilmente en línea, excepto las noticias mismas. La cobertura local y regional tuvo dificultades para establecerse como una proposición rentable.

Ahora hay señales de que el concepto entero de "noticias" está desvaneciéndose. Cuando se les preguntó de dónde obtienen sus noticias locales, casi tantos encuestados en una encuesta de Gallup mencionaron las redes sociales como los que mencionaron periódicos y revistas. Un intento reciente de dar a la gente suscripciones gratuitas a sus periódicos locales en Pensilvania como parte de un estudio académico no atrajo casi ningún interesado.

"Poco después de que surgiera la imprenta en el siglo XV, los scriptoriums para copiar manuscritos en los monasterios comenzaron a cerrar rápidamente", dijo Fidler, que ahora tiene 81 años y vive retirado en Santa Fe, Nuevo México. "No soy muy optimista sobre la supervivencia de la mayoría de los periódicos en los Estados Unidos."

Declive y agitación

El declive de los medios de comunicación ha sido paralelo a la fractura de la sociedad estadounidense, que ahora está tan enojada y dividida como lo estuvo en el apogeo de la Guerra de Vietnam y las protestas por los derechos civiles hace más de medio siglo. A medida que los medios caían, el nivel de ruido aumentaba.

Quizás podría haber sido diferente. Contrario al mito de que todos los magnates de los periódicos de los años 80 y 90 pensaban que los buenos tiempos durarían para siempre, varios vieron problemas acechando en la lejanía.

Fidler pasó 21 años en Knight Ridder, una cadena de periódicos que tenía importantes diarios metropolitanos en ciudades como Miami y San José, California. Un proyecto temprano fue Viewtron, un esfuerzo para poner terminales en los hogares de las personas que entregarían noticias, compras y chat. Entregó muy poco y costó demasiado. En 1986, Viewtron fue cerrado.

Lo que Fidler aprendió del fracaso de Viewtron fue que los lectores de periódicos necesitaban algo que se pareciera a un periódico y que no les apretara el bolsillo. Ayudó a desarrollar tecnología para tabletas ligeras que usarían pantallas de panel plano que eran de bajo costo pero claras y brillantes con una vida útil de batería relativamente larga.

Tales pantallas no existían a principios de la década de 1990, pero se prometieron para finales de la década. El periódico sería transmitido a través de redes telefónicas digitales de alta velocidad o transmisiones directas por satélite. "Creo que esto será la salvación para los periódicos serios tradicionales", dijo Thomas Winship, un editor de toda la vida del Boston Globe, al New York Times en un perfil de Fidler en 1992.

Mientras que al menos algunos editores estaban convencidos, las tabletas nunca llegaron para salvar a los periódicos. Un problema fue que no hubo consenso sobre un estándar de software. Las tabletas no se volvieron realmente viables hasta que Apple introdujo el iPad en 2010. Pero el verdadero problema para el negocio de las noticias fue la aparición de un competidor devastador e inesperado: internet.

"Fui demasiado enfocado en un solo aspecto", concedió Fidler.

Internet primero creó una alternativa a los periódicos y revistas impresos, luego se convirtió en un competidor, y finalmente aniquiló a muchos de ellos. "No consideré todas las posibles interacciones cruzadas de las tecnologías emergentes que llevarían a Craigslist, sitios de noticias alternativos, redes sociales y otros productos que disminuirían en gran medida la circulación de periódicos y los ingresos publicitarios", dijo Fidler.

Tim Berners-Lee creó la World Wide Web en 1989 como una herramienta para colaborar y compartir información. Al ser amorfa e infinitamente flexible, permitió la adaptación lenta y rápida al mismo tiempo, lo que evitó el tipo de orientación para los lectores que Fidler creía necesaria. Los periódicos perdieron sus anuncios clasificados en internet casi de inmediato. Los anuncios de display persistieron, pero Google y Facebook, y más tarde Amazon, se hicieron cargo de ese mercado.

La web, al permitir que cada voz se escuchara prácticamente al mismo volumen, animó a los editores a unirse a la fiesta. Periódicos y revistas simplemente regalaron lo que habían cobrado en forma física. Fueron impulsados por Silicon Valley, que necesitaba contenido de calidad para mantener a las personas en línea y utilizando su tecnología.

"Los editores adoptaron esta creencia equivocada de que el contenido es como una mercancía y debería estar disponible en todas partes de forma gratuita", dijo Fidler. Se necesitaron años para instituir muros de pago, momento en el cual muchas publicaciones estaban fatalmente debilitadas. 

Roger Fidler en su casa de Santa Fe, Nuevo México

Los buenos tiempos no eran tan buenos

A pesar de toda la negatividad en la que los medios están sumidos sobre los medios, la situación es contradictoria.

El reportaje local confiable en muchos lugares es escaso o inexistente. Pero también hay una variedad mucho más amplia de noticias extranjeras, nacionales y culturales disponibles en línea de lo que las generaciones anteriores podían obtener en papel. A pesar de toda la celebración de los viejos tiempos, si estabas en una ciudad con un periódico mediocre —y había muchos—, el acceso al periodismo de calidad era difícil.

"Básicamente, el mundo se nos ha abierto. Hay mucho buen periodismo por ahí", dijo David Mindich, profesor de periodismo en el Klein College of Media and Communication de la Universidad Temple. "Si me hubieras dicho hace 20 años, 'Veo a una generación escuchando programas de audio de larga duración', yo habría dicho: 'La atención se está acortando. No creo que eso vaya a suceder'. Pero sucedió."

La mayoría de los programas de audio de larga duración, incluso en su mejor momento, no son noticias de la manera en que lo es, por ejemplo, un informe de la comisión de zonificación. La erosión de la idea de noticias se puede ver aún más claramente en el campo de las revistas. Donde el objetivo era informar, ahora es entretener.

"Time magazine acaba de seleccionar a Taylor Swift como la persona del año", dijo Samir Husni, un analista de revistas de toda la vida. "Nunca seleccionó a Elvis o a los Beatles. Ella fue la primera artista. Estamos convirtiéndonos más en marketing en el periodismo que en verdad en el periodismo porque dependemos de que el cliente pague el precio en lugar de la publicidad".

Así es como la digitalización ha cambiado el periodismo, dijo: "Ahora, la cosa es hacer feliz a todo el mundo. Pero ese nunca fue el papel del periodismo, hacer feliz a la gente".

Marc Benioff, el empresario de Silicon Valley que compró la problemática Time en 2018 con su esposa, Lynne, vio la selección de la Sra. Swift de manera diferente: "¡La edición más vendida de todos los tiempos!" (al menos en años recientes). Unas semanas después de que apareciera el número de Swift, el sindicato de Time dijo que el 15 por ciento del personal editorial sindicalizado de la revista fue despedido.

Eso fue más un movimiento estratégico que una señal de angustia, dijo Benioff.

"Si quieres que estos negocios de medios funcionen, tienes que cambiar la mezcla de productos, lo que también significa que tienes que cambiar la mezcla de empleados", escribió en un mensaje de texto. El muro de pago, implementado en 2011, fue eliminado el año pasado. Como marca, Time necesita la mayor exposición posible.

Hace dos años, Benioff dijo a Axios que los ingresos de Time aumentarían un 30 por ciento en 2022 a USD 200 millones. Eso podría haber sido aspiracional. "Los ingresos en 2024 deberían alcanzar los 200 millones, un nuevo récord", dice ahora. "Incluso vamos a ganar dinero".

Otras publicaciones están tratando de eliminar el incentivo del lucro del periodismo.

Los emprendimientos periodísticos sin fines de lucro tienden a ser pequeños, de bajo perfil y distribuidos de manera desigual en diferentes regiones. Pero hay muchas señales de crecimiento. Según el Instituto de Noticias sin Fines de Lucro, el número de medios que sirven a comunidades de color —nunca muy bien atendidas por las publicaciones tradicionales— se ha duplicado en los últimos cinco años.

Los lectores suelen responder, también.

"La gente habla sobre el periodismo sin fines de lucro en sus comunidades como si fuera una parte normal del ecosistema de noticias, no como si fuera una fuerza externa", dijo Magda Konieczna, autora de Journalism Without Profit: Making News When the Market Fails. En algunos lugares, el efecto es sorprendente. "Filadelfia es ahora una jungla de noticias en lugar de un desierto de noticias".

Konieczna enseña en la Universidad Concordia en Montreal. Hace unas semanas, un gigante de las noticias canadienses, Bell Media, anunció que estaba recortando cientos de empleos y poniendo fin a muchos de sus programas de noticias televisivas. El primer ministro Justin Trudeau dijo que la decisión estaba "erosionando nuestra democracia misma".

"Mis vecinos leen The New Yorker pero no saben dónde encontrar noticias locales, o por qué querrían hacerlo, en gran parte porque realmente no existen", dijo Konieczna. "Este es el futuro distópico".

El New Yorker, como sucedió, empleó a A. J. Liebling, el crítico de prensa más grande de los años de posguerra. Se llamaba a sí mismo un optimista a pesar de ver una marcha cuesta abajo desde que se convirtió en reportero en 1925.

"La función de la prensa en la sociedad es informar, pero su papel es ganar dinero", escribió. Cuanto más hacía esto último, argumentaba, menos le importaba lo primero.

No hubo una edad de oro, pero Roger Fidler todavía está inconsolable. Hace mucho tiempo que sobrevivió a Knight Ridder, que fue vendido a McClatchy, otra cadena, en 2006. McClatchy se declaró en bancarrota en 2020. Dedica un par de horas cada día a leer las noticias en la edición impresa de un periódico comunitario y las ediciones digitales de periódicos nacionales y regionales. Es mucho, y sin embargo no es suficiente.

"Las redes sociales y sus comentarios nos han abrumado", dijo. "Estamos inundados de información porque todo el mundo es un periodista. Todo el mundo cree tener la verdad. Todos ciertamente tienen una opinión. Es desalentador ver cómo ha ido todo".

Roger Fidler en 1992 

Conocí a Roger Fidler en 1989 o 1990 en Pamplona cuando estuvo de visita en la entonces Facultad de Ciencias de la Información. Luego compartí con él buenos momentos durante los sanfermines de 1991, pero no en Pamplona sino en San Sebastián, donde coordinaba un taller en El Diario Vasco. Viajamos a Burdeos invitados por el periódico Sud Ouest. Ese día pasaba por la ciudad el Tour de France, así que vimos juntos pasar las bicicletas a toda velocidad por una calle de Burdeos. En 1994 o 1995 lo fui a visitar a su laboratorio de Boulder, en Colorado. Por eso titulo este post como revisitado.

jueves, 22 de febrero de 2024

Sulzberger actualizado


El Reuters Institute publica hoy en castellano la entrevista de Eduardo Suárez a Arthur Gregg Sulzberger (salió en inglés el 19 de febrero) sobre la transformación del New York Times y la defensa de sus valores. Son anticipos de la conferencia que pronunciará el próximo 4 de marzo en Oxford: la Reuters Memorial Lecture 2024. Destaco algunas frases y respuestas, pero puede leerla, entera y en castellano, en el sitio del Reuters Institute.

Tenemos mucha confianza en que el público quiere encontrar no la información que cree que quiere, sino con la información que no sabía que quería. 
Mi abuelo solía decir: “Cuando compras el New York Times, no estás comprando noticias; estás comprando criterio”. Ese criterio es una parte realmente importante de nuestra promesa. 
Ustedes han sido criticados desde ambos lados por su cobertura de la guerra en Gaza. ¿Qué le diría usted a esos críticos?

En primer lugar, creo que nuestra cobertura ha sido muy sólida.

No comparto la creencia de que independencia es lo mismo que equilibrio. En realidad, equilibrio es una palabra problemática en nuestro sector porque sugiere que la verdad está en el medio. A mí en cambio me interesa más ser justos y ser íntegros. ¿Estamos cubriendo la historia en su totalidad? ¿Y lo estamos haciendo de manera justa? Al final la historia no siempre estará en el medio. Tienes que estar dispuesto a decir la verdad, incluso cuando decir la verdad pueda llevar a los lectores partidistas a pensar que tienes prejuicios contra ellos.

Éste es un conflicto particularmente difícil de cubrir. En primer lugar, lo espantoso que es, la pérdida de vidas por todos lados. Y luego el desafío de cubrir a estas dos poblaciones, que tienen ambas reclamaciones legítimas y que están atrapadas en un conflicto de suma cero en el que ambas partes sienten un riesgo existencial.

En este contexto, escuchar al otro lado con empatía y leer una cobertura escéptica del lado propio a menudo se considera como un aumento del riesgo que uno afronta. Así que no creo en ese viejo dicho que dice “si ambas partes están enojadas, significa que estás haciendo algo bien”. Es demasiado simplista y frívolo. Pero yo creo que en un conflicto como este cualquier cobertura independiente, justa y completa inevitablemente enojará a ambas partes. Nuestro trabajo es tratar de ignorar eso tanto como sea posible y trabajar todos los días para asegurarnos de que cubrimos toda la historia de la forma más completa y justa posible.

Algunas personas a veces sugieren que el periodismo independiente es de alguna manera menos idealista porque no eliges una causa justa y no haces todo lo posible para hacer que esa causa avance. Pero creo que en realidad es lo más idealista que nuestra profesión puede hacer, porque se trata de dotar al público de la información que necesita para resolver problemas.

No creo que nadie pueda imaginar que este conflicto se resolverá por sí solo sin algún avance hacia el entendimiento mutuo, y no creo que eso suceda a menos que haya medios independientes que intenten ayudar a cada lado a comprender al otro. Eso es lo que estamos tratando de hacer.

***

Esta tecnología (la inteligencia artificial) ofrece un gran potencial para el mundo y para la profesión del periodismo, pero también ofrece un riesgo real. Como sector, debemos preocuparnos por estos riesgos. No podemos permitir un mundo en el que desaparezca nuestro derecho a cobrar por un trabajo en el que gastamos dinero y que requiere tiempo y atención y a menudo riesgos. No podemos permitir un mundo en el que desaparezca el derecho de un medio a tener una relación directa con la audiencia de ese mismo trabajo. Eso es importante y espero que todo el sector se esté tomando esto muy en serio. 
Pero la tecnología se puede utilizar de muchas formas, y estoy entusiasmado con muchas de las formas en que podemos utilizar la IA en el New York Times. ¿Nos imaginamos un mundo en el que cada artículo que producimos se pueda traducir a todos los idiomas de la Tierra? Podemos imaginarlo y es emocionante. ¿Nos imaginamos un mundo en el que cada artículo que escribimos se convierta automáticamente en audio y cada podcast que hagamos se convierta automáticamente en texto? Podemos imaginarlo y es emocionante. Esto hará que nuestro periodismo sea más accesible que nunca para más personas. 
Como alguien que todavía se considera en el fondo un reportero, mi mente se centra en las formas emocionantes en las que la IA podría ayudar a los reporteros a mejorar sus propias historias. Le daré un ejemplo que me maravilló: 
¿Recuerda usted el globo espía chino que provocó una tormenta internacional? Seguimos todo el camino del globo desde el punto de lanzamiento para ver qué pasó. Los chinos lo negaban, Estados Unidos hacía acusaciones, y queríamos llegar a los hechos. Así que subimos decenas de miles de imágenes satelitales y entrenamos a la IA para que reconociera el globo al detectar su reflejo en el Océano Pacífico. 

miércoles, 14 de febrero de 2024

Repensar la relación con las audiencias

Me pasan, ya traducido al castellano, este ensayo aparecido en The New Yorker el 10 de febrero. Lo he retocado un poco y todavía está en proceso. No he podido leerlo en inglés porque he agotado mis entradas al New Yorker

¿Están los medios preparados para un evento de extinción?

Los anuncios son escasos, el tráfico social y de búsqueda está muriendo y los lectores están agotados. El futuro requerirá repensar la relación de la prensa con su audiencia.

Por Clare Malon

Mi primer trabajo en los medios fue como asistente en The American Prospect , una pequeña revista política de Washington DC, que ofrecía un punto de apoyo prometedor en el periodismo. Ayudé con el pedido de impresión, envié cheques a los emisores (después de recibir muchos correos electrónicos preguntando cortésmente: ¿Dónde está mi dinero?) y dirigí el programa de pasantías. Esta última responsabilidad me brindó una pequeña alegría: cada dos semanas, un periodista respetado venía a la oficina para almorzar en nuestra sala de conferencias, dándole a nuestro grupo más reciente de veinteañeros la oportunidad de pedir consejos prácticos sobre cómo hacerlo. Un hombre nos dijo que adoptáramos una especie de adicción al trabajo juvenil, antes de que los niños y las familias nos agobiaran. Un periodista de investigación nos imploró que presentáramos nuestros impuestos y mantuviéramos nuestra vida personal en orden; nunca demos a los ricos y poderosos una excusa para socavar nuestro periodismo. Pero quizás el consejo más memorable fue el de un escritor que no se andaba con rodeos 
al final de su carrera. ¿Quieres triunfar en el periodismo? preguntó, y se contestó: cásate con alguien que tenga dinero. Nos reímos. No lo hizo.
He pensado mucho en ese consejo durante el año pasado. Un informe que rastreó los despidos en la industria en 2023 registró 2.681 en medios de comunicación audiovisuales, impresos y digitales. NBC News, Vox Media, Vice News, Business Insider, Spotify, theSkimm, FiveThirtyEight, The Athletic y Condé Nast (el editor del New Yorker) realizaron despidos importantes. BuzzFeed News cerró, al igual que Gawker. El Washington Post, que perdió alrededor de cien millones de dólares el año pasado, ofreció rescisiones a 240 empleados. Tan solo en el primer mes de 2024, Condé Nast despidió a una cantidad significativa del personal de Pitchfork y fusionó el medio con GQ; Los Angeles Times despidió al menos a 115 trabajadores. Time Magazine redujo el 15 % de su personal editorial representado por el sindicato; el Wall Street Journal recortó puestos en su oficina del DC; y Sports Illustrated, que había estado capeando un escándalo por publicar historias generadas por IA, también despidió a gran parte de su personal. Un periodista canceló recientemente una llamada telefónica conmigo y escribió: "He decidido llevar oficialmente mi carrera en una dirección diferente". No había mucho que pudiera decir para contrarrestar esa conclusión; era perfectamente lógico.

“Editores, prepárense, será un viaje salvaje”, escribió Matthew Goldstein, consultor de medios, en un boletín de enero. "Veo un evento potencial a nivel de extinción en el futuro". Algunas de las fuerzas citadas por Goldstein ya eran bien conocidas: los consumidores están agotados por las noticias y los sitios de redes sociales han dejado de promover artículos noticiosos. Pero Goldstein también señaló el lanzamiento de Google de la búsqueda integrada por IA, que responde a las consultas de los usuarios dentro de la interfaz de Google, en lugar de remitirlas a sitios web externos, como un factor importante en esta próxima extinción. Según un análisis reciente del Wall Street Journal, Google genera cerca del 40 % del tráfico en los medios digitales. Las marcas con un fuerte tráfico en la página de inicio probablemente se verán menos afectadas, escribió Goldstein: lugares como Yahoo, el Wall Street Journal, el New York Times, el Daily Mail, CNN, el Washington Post y Fox News. Pero los sitios web que no se escriben con tanta frecuencia en los navegadores necesitan "contemplar medidas drásticas, posiblemente reduciendo a la mitad sus carteras de marcas".

Lo que surgirá tras la extinción masiva, escribió recientemente Brian Morrissey, otro analista de medios, en su boletín informativo The Rebooting es “una industria diferente, más ágil y disminuida, que a menudo sirve como operación de fachada para otras empresas”, como como eventos, comercio electrónico y contenido patrocinado. De hecho, me dijo, lo que estamos presenciando es nada menos que el fin de la era de los medios de comunicación. "Esta es una reacción tardía a la propia internet comercial", afirmó. "No sé si se podría haber hecho algo diferente".

Durante las primeras tres décadas de publicación digital, los medios informativos se remodelaron constantemente para mantenerse al día. Los blogs y la agregación, ninguno de los cuales implicaba mucho gasto en términos de informes originales, rápidamente se convirtieron en la estrategia para buscar noticias en internet. Jugar al juego de optimización de motores de búsqueda (competir para obtener un artículo en la primera página de resultados de Google) aseguró que su sitio web obtuviera visitas a la página. Y las visitas a las páginas eran lo que importaba: eran una nueva forma de vender publicidad. Gawker, que se lanzó en 2002, tenía una tabla de clasificación en la oficina que mostraba qué escritor tenía la historia con mayor tráfico; las bonificaciones estaban vinculadas a las vistas. Pero el crecimiento exponencial de internet sólo depreció el valor de los clics. En 2008, Gawker obtenía la mitad de los ingresos por página de lo que ganaba en 2004. El modelo, escribió el periodista financiero Felix Salmon en 2010, “se parecía cada vez más a una carrera hacia el fondo, donde los editores intentan desesperadamente todos los trucos del mundo para aumentar sus páginas vistas e impresiones de anuncios, solo para compensar el hecho de que sus ingresos por página son muy pequeños. Los resultados (sensacionalismo, obscenidad y presentaciones de diapositivas) sólo sirven para erosionar aún más el valor de los sitios a los ojos de los anunciantes”.

Sin embargo, los medios digitales continuaron persiguiendo el tráfico. BuzzFeed fue uno de los sitios que definió la industria, adaptando el contenido para que se volviera viral en varios gigantes de las redes sociales, como Facebook, Twitter y YouTube. En 2011, el sitio lanzó BuzzFeed News, una apuesta por un mayor prestigio que, en cierto sentido, funcionó: una década después, el sitio ganó un premio Pulitzer. Pero las historias de BuzzFeed News, como la mayoría del contenido de BuzzFeed, estaban disponibles de forma gratuita. Cuando la firma del capitalista de riesgo Marc Andreessen le dio a BuzzFeed una inyección de cincuenta millones de dólares en 2014, le dijo a la compañía que se preocupara por el crecimiento, no por los ingresos. Pero ceder la distribución a empresas tecnológicas externas aceleró gran parte de la caída de la industria. "Incluso cuando Buzzfeed llegó a más y más personas en plataformas como YouTube y Snapchat, el tráfico parecía estar perdiendo valor al mismo ritmo", escribió Ben Smith, ex editor en jefe de BuzzFeed News, en su libro de 2023, Traffic: "En lo que respecta al tráfico, había demasiado y Facebook y Google eran demasiado buenos vendiendo el suyo directamente a los anunciantes".
 
En abril pasado, Jonah Peretti, uno de los cofundadores de BuzzFeed, cerró BuzzFeed News y publicó un memorando sobre el camino a seguir para su empresa y otras similares, incluido el HuffPost, del que todavía es propietario. “La gran mayoría de la gente querrá cada vez más que las plataformas de redes sociales les proporcionen un escape donde puedan encontrar entretenimiento, alegría y diversión”, escribió Peretti. "Esto impulsará el regreso a las páginas de inicio de noticias seleccionadas editorialmente como HuffPost, Drudge y CNN.com". El tráfico directo a sitios con audiencias y reputaciones sólidas sería el futuro. 
Y, sin embargo, unas semanas más tarde, Jimmy Finkelstein, el antiguo propietario de The Hill, lanzó un nuevo sitio con publicidad, The Messenger. La idea era crear una alternativa a los principales medios de comunicación nacionales que Finkelstein, de 64 años, consideraba cada vez más partidistas. "Recuerdo una época en la que te sentabas frente al televisor, cuando yo era niño con mi familia, y todos veíamos 60 Minutes juntos", le dijo al Times. “Esos días ya pasaron y el hecho es que quiero ayudar a recuperarlos”. El sitio contrató a cientos de periodistas y prometió cubrir deportes, política y entretenimiento. Los ejecutivos dijeron que esperaban cien millones de visitantes mensuales y generar cien millones de dólares al año, principalmente a través de publicidad. El esfuerzo duró menos de un año; Finkelstein disolvió abruptamente The Messenger en enero, eliminó el sitio web y dejó a sus empleados sin indemnización ni atención médica. La terrible experiencia demostró la pobreza de ideas de los medios sobre cómo sobrevivir sin una publicidad sólida; En los últimos dos años se han observado caídas constantes en los ingresos por publicidad en toda la industria, incluso cuando las empresas de tecnología se recuperaron en cierta medida. "Nadie que supiera algo pensaría que se puede ganar dinero con el tráfico y alcanzar los estúpidos números que él publicó", dijo Jim VandeHei, cofundador de Axios y Politico, al sitio de noticias Puck después. “Me enojé en el momento en que me enteré de esta tonta idea. Fue negligencia empresarial y crueldad humana a una escala épica”.

La presidencia de Donald Trump fue una bendición para algunos medios de comunicación, en particular el Times y el Washington Post, que estaban inmersos en una carrera para conseguir las primicias más explosivas. El Times ganó cinco millones de suscriptores digitales durante los cuatro años de mandato de Trump, y el Post ganó dos millones. Mientras el presidente arremetía contra los medios y los niveles de confianza en la industria se desplomaban (las encuestas muestran que alrededor de dos tercios del país ahora tienen poca o ninguna confianza en los medios), estas cifras eran señales de esperanza. Pero el “golpe de Trump” resultó ser un respiro momentáneo de un declive sostenido e inevitable. En 2021, el primer año de la presidencia de Joe Biden, el Post, propiedad de Jeff Bezos, perdió unos trescientos mil suscriptores. Los Angeles Times, propiedad del multimillonario Patrick Soon-Shiong, informó de un aumento de suscriptores digitales en el verano de 2023, pero le faltaba alrededor de medio millón del objetivo declarado de Soon-Shiong de un millón de suscriptores digitales; el periódico despidió a 74 empleados ese verano, un preludio a los recortes más profundos de este enero.

Podría decirse que muchos de los factores que han obstaculizado a los medios nacionales han devastado las redacciones locales durante décadas. El Times lanzó su sitio web en 1996, prometiendo “ampliar el alcance del periódico y crear nuevas oportunidades editoriales y comerciales en los medios electrónicos”. Como parte de ese esfuerzo, un “filtro bien pensado e imparcial”, con “una función de búsqueda potente pero fácil de usar”, ampliaría sus ofertas de clasificados en todo el país. Para entonces, Craigslist había comenzado a hacerse cargo de los ingresos por anuncios clasificados de los periódicos; a mediados del siglo XXI, los periódicos estaban perdiendo dinero en una internet donde la información era cada vez más gratuita y los anuncios se habían trasladado a otros lugares. El Times perdió 543 millones de dólares en 2006. Un par de años más tarde, la empresa pidió prestado unos 225 millones de dólares para su edificio recientemente terminado en Times Square. Sólo después de lanzar un muro de pago, en 2011 encontró el camino de regreso a la prosperidad. Pero los periódicos que atienden a mercados más pequeños nunca se recuperaron: entre 2005 y 2024, cerraron aproximadamente tres mil periódicos en Estados Unidos. Según la Oficina de Estadísticas Laborales, los periódicos perdieron más de cuarenta mil empleados durante el mismo período. Actualmente, 204 condados de Estados Unidos no tienen noticias locales (las áreas de alta pobreza son las más afectadas) y, para finales de este año, se espera que Estados Unidos haya perdido un tercio de sus periódicos. Mientras tanto, el fundador de Craigslist, Craig Newmark, financia ahora una escuela de periodismo que recientemente anunció su intención de ofrecer matrícula gratuita, una medida que recuerda el impulso del fabricante de explosivos Alfred Nobel de financiar un premio de la paz.

Muchos teorizaron que la disminución de las noticias locales fue parte de la razón por la que Trump, con su campaña plagada de desinformación, pudo ganar terreno para empezar. (Alguna evidencia sugiere que, a medida que los consumidores dependen de los medios nacionales, su polarización política aumenta). Pero lugares como el Washington Post y Los Angeles Times ahora enfrentan crisis similares: ¿Cómo ganará dinero un periódico en 2024? Las personas que buscan responder a esa pregunta invariablemente recurren al New York Times. A finales del año pasado, mientras decenas de periodistas recibían sus cartas de despido, el periódico anunció que había superado los diez millones de suscriptores en total.

Además de publicar constantemente muy buen periodismo, el Times tiene una sólida aplicación de cocina, una serie de juegos populares y el sitio de reseñas de productos Wirecutter. No es tanto un periódico como una marca de estilo de vida digital. Tanto el Washington Post como Los Angeles Times se han esforzado por ampliar su oferta no informativa: el Post reforzó su sección de salud y el LA Times se inclinó hacia la cobertura gastronómica y las guías de entretenimiento de la ciudad. Pero, incluso cuando los medios han intentado complementar la cobertura de noticias con otras ofertas, se han enfrentado a un nuevo dilema: las suscripciones a noticias (la gran esperanza de los medios) ahora compiten directamente con las de entretenimiento. El Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo publicó un informe en 2023 que encontró que los encuestados a menudo sopesaban la renovación de sus suscripciones de noticias con los servicios de transmisión digital. "Tenemos Disney+, Hulu, Netflix, Amazon Prime, actualmente HBO Max y Spotify, Kocowa y BritBox", dijo un encuestado. “Solía tener The Washington Post, pero se volvió demasiado caro tener todas las suscripciones”. Otro dijo que las noticias eran “tan importantes como cualquier otra cosa, pero si tuviera que eliminar una, primero pensaría en eliminar mi suscripción a noticias antes que cualquier otra”.

Los problemas de la televisión por cable son igualmente graves, pero con algunas variaciones: el paquete de cable está muriendo gracias al negocio del streaming online. En un mundo con menos decodificadores de cable, CNN probablemente necesitará encontrar la manera de convertir su sitio Web, que cuenta con un gran tráfico, en un atractivo centro de noticias. Mark Thompson, nuevo director ejecutivo y editor en jefe de CNN, escribió un extenso memorando al personal en enero, describiendo el giro de la compañía hacia productos y suscripciones digitales. "Necesitamos recuperar algo de la arrogancia y la innovación de la CNN en sus inicios", escribió. "Es hora de una nueva revolución". Al mismo tiempo, dijo al Wall Street Journal: “Ni siquiera estoy seguro de que la suscripción sea el camino correcto para CNN. Pero sí creo que debemos empezar a experimentar y explorar en un sentido más amplio las relaciones directas con el consumidor y, potencialmente, las relaciones de pago directas con el consumidor”. ¿No es exactamente un modelo de suscripción, pero tampoco un modelo de suscripción?

El nuevo editor y director ejecutivo del Washington Post, Will Lewis, se mostró más claramente bajista con respecto a las suscripciones cuando recientemente se sentó con Semafor. “Ese modelo basado en suscripción ahora está decayendo y luego entrará en un período de declive más significativo”, dijo. “Hay pruebas muy positivas de cómo se puede acceder a las noticias y pagarlas de formas más innovadoras. Hay pases de un día que tienen éxito, hay pases de una semana, hay modelos como The Guardian donde puedes hacer donaciones. Así que hay toda una nueva generación de conceptos de usuarios de pago. Estoy muy emocionado por eso. Creo que es la sala de redacción 3.0”.

Pero el hecho de que el Times parezca haber perfeccionado una formulación que combina estilo de vida con noticias también significa que es más difícil para otros medios ganar ventaja con los lectores. Hay algunos nichos inteligentes. Politico, Axios y Punchbowl, por ejemplo, atienden las necesidades de audiencias internas, con costosos componentes de suscripción dirigidos a empresas dispuestas a pagar la factura de sus empleados. Informar bien las noticias ya no es, por sí solo, una propuesta de negocio rentable, lo cual es una lástima dado que es un año electoral y uno de los candidatos de los partidos principales enfrenta cargos federales por interferir en una elección. “El New York Times es la gran esperanza pero, en cierto modo, también es el villano”, dijo Morrissey, el analista de medios. "Hay algunos casos de éxito en las suscripciones, pero la realidad es que muy pocas publicaciones pueden lograr que más del 5 % de las personas se suscriban".
Entre las bases, no hay una idea clara de cómo será realmente la próxima era de los medios, además de tener menos periodistas. "Toda esta mierda está muriendo", publicó el escritor Jack Crosbie en su Substack en enero. “Existe un lugar donde puedes trabajar ahora mismo con cualquier tipo de seguridad laboral y es The New York Times y eso es sólo porque tienen un montón de recetas en una pequeña aplicación de cocina muy bien codificada a la que puedes suscribirte y también porque tus padres están enganchados a Wordle”. 
Los despidos en el LA Times parecieron poner el problema de relieve. "No estamos en crisis", dijo Soon-Shiong, el propietario del periódico, después de despedir a más de cien empleados. "Tenemos un plan real". El sindicato del periódico emitió una respuesta directa, calificando los recortes como “el fruto de años de estrategia mediocre” y condenó la falta de dirección clara del periódico: “Nuestro dueño ha dicho públicamente que tiene un plan para seguir adelante pero no lo ha compartido con nadie”. de nosotros." Un ex ejecutivo de Los Angeles Times con el que hablé se hizo eco de esa opinión: “Patrick nunca se unió ni realizó una revisión comercial estructurada con el equipo ejecutivo ni compartió con nosotros un plan operativo o estratégico anual o trimestral”. Un portavoz del LA Times escribió en un comunicado que Soon-Shiong se ha reunido “regularmente” con el equipo ejecutivo senior y que es el equipo el que tiene “la tarea de los planes estratégicos y operativos para el negocio”.

En Condé Nast, noventa y cuatro empleados sindicalizados están en una lista de despidos, técnicamente todavía empleados mientras el sindicato intenta hacer trueques para salvar puestos de trabajo y aumentar las indemnizaciones por despido; en enero, aproximadamente 400 de sus trabajadores sindicalizados abandonaron sus trabajos durante un día. Unos años antes, la compañía había contratado a Agnes Chu, ex ejecutiva de Disney, para ayudar a expandir su oferta de video y orientar su propiedad intelectual hacia proyectos de servicios de transmisión. Pero la compañía tuvo dificultades para encontrar una estrategia comercial sostenible, particularmente porque los consumidores gravitaron hacia videos cortos en TikTok, que no son particularmente monetizables. Chu dejó la empresa el pasado mes de octubre. Según un correo electrónico que el director general de Condé Nast, Roger Lynch, escribió en noviembre, la empresa se está centrando ahora en las suscripciones y el comercio electrónico como parte de un plan para duplicar los ingresos de los consumidores.

Semejante estrategia refleja un cambio fundamental en los medios: son principalmente los consumidores, no los anuncios, quienes tendrán que pagar por los servicios que ofrecen los medios. Incluso las fuentes de ingresos suplementarias, como conciertos, festivales literarios y charlas políticas, requieren un público especializado y dedicado que esté ansioso por interactuar con sus marcas favoritas fuera de la pantalla. Pitchfork tenía tanta audiencia, lo que fue parte de lo que hizo que la decisión de Condé Nast fuera tan sorprendente para algunos. Semafor informó que la medida era parte de una estrategia de reducción de costos, y que la compañía cree que Pitchfork “simplemente no ganó suficiente dinero en unos 18 meses”, tuiteó Ryan Broderick (que escribe un boletín sobre internet) tras la noticia de Pitchfork "todo lo que sabemos sobre el consumo de medios de la Generación Z apunta a que es más específico".

Una escuela de pensamiento sostiene que los medios deberían centrarse en gran medida en mejorar la experiencia de usuario de sus suscriptores actuales. Hacer que la página de inicio de un sitio sea más personalizada es un ejemplo. El ex ejecutivo de LA Times lo comparó con lo que Netflix hace por sus clientes; los medios podrían ayudar a la gente a examinar montones de historias y encontrar aquellas que más les interesen. Por supuesto, ese tipo de mayor discreción algorítmica haría sonar las alarmas periodísticas, particularmente en los periódicos, donde el juicio editorial sobre lo que hace la portada o cada página es fundamental para la cultura de la redacción. El Times ha presionado recientemente para que se publiquen artículos más breves, cuyo objetivo es “encontrarse con nuestros lectores dondequiera que estén ” (al igual que, presumiblemente, su cobertura continua, similar a un blog, de los principales acontecimientos). Estos formatos también simplifican un poco el producto. Por otra parte, no hace mucho tiempo que los periodistas que leían anuncios en podcasts eran un territorio inexplorado. Las normas cambian, especialmente cuando los negocios van mal. "Netflix gasta mil millones de dólares en I+D", me dijo el ex ejecutivo, principalmente en científicos de datos, ingenieros y diseñadores que ayudan a los usuarios a descubrir contenido que les encantarán. Es posible que las redacciones también necesiten abordar el problema de una manera más metódica y tecnológica.

Lo que nos lleva de nuevo al espectro de la IA. Grandes modelos de lenguajes han rastreado los vastos archivos de sitios y se han entrenado no sólo en la información reportada sino también en el trabajo original de los críticos y las opiniones concisas de los blogueros. La agregación ya se puede automatizar fácilmente. La IA pronto podría escribir una reseña de película decente o una pieza de ficción convincente, y animar gráficos complementarios a bajo costo para un segmento de noticias de televisión; ya puede realizar un trabajo pasajero en muchas de estas tareas. Pero la IA no podrá informar una primicia. Los informes siguen teniendo un valor singular si los medios pueden encontrar la manera correcta de exprimirlos.

Mientras tanto, los medios de comunicación buscan que las empresas de inteligencia artificial les paguen por su periodismo. A fines del año pasado, el New York Times demandó a OpenAI y Microsoft por infracción de derechos de autor, argumentando que al periódico se le debían "miles de millones de dólares en daños legales y reales" por "copia y uso ilegal de las obras excepcionalmente valiosas del Times". Antes de demandar a OpenAI, el Times estuvo en conversaciones con la empresa para obtener la licencia del contenido del periódico. Medios como Associated Press y Axel Springer (la empresa matriz de Politico y Business Insider) ya han cerrado acuerdos de este tipo. Según se informa, el acuerdo con Axel Springer valía “decenas de millones” de euros, pero The Information informó que OpenAI había estado ofreciendo a algunas empresas tan solo un millón de dólares al año para licenciar contenido.

El periodismo requiere una mezcla peculiar de escepticismo y seriedad; Después de todo, como periodistas, nos consideramos parte integral del funcionamiento de la sociedad civil, incluso si no le agradamos a gran parte de la sociedad. Esto genera una mezcla divertida de pugilismo y mojigatería que, francamente, puede resultar un poco desagradable. Hablando recientemente sobre el tema “La impresión está muerta. (¡Larga vida a Print!)”, Tina Brown, ex editora de The New Yorker y Vanity Fair, comparó a los miembros de la prensa británica con sus homólogos estadounidenses. “Lo ven como un trabajo”, dijo sobre sus compatriotas británicos. "No lo ven como un llamado sagrado, y creo que hay algo que decir al respecto".

Los modelos de negocio que sustentarán al periodismo en el futuro no serán perfectos. Dejarán fuera a las personas que más necesitan noticias de buena calidad. Probablemente atenderán a hombres mayores y más ricos que (por ahora) constituyen el grupo demográfico con más probabilidades de pagar por las noticias. Habrá idiotez y habilitación de idiotas ricos. Pero también habrá nuevas generaciones de periodistas dispuestos a lanzarse a una industria inestable porque creen que vale la pena, si no particularmente remunerativo, explicar el mundo que los rodea. La mojigatería que Brown desprecia ciertamente existe, pero probablemente sea necesario un poco de buen espíritu para informar sobre la América contemporánea. Incluso si la experiencia pasada ha enseñado a los periodistas que el cambio es a menudo una fuerza destructiva, la crisis está aquí y necesita soluciones si queremos seguir recomendando, con la conciencia tranquila, que jóvenes talentos prometedores se unan a las filas de los medios.

Muchos periodistas que trabajan hoy en día sólo han sido parte de una cultura de decadencia. Cuatro meses después de mi primer trabajo en The American Prospect, tuvo una crisis de recaudación de fondos y estuvo a punto de cerrar. GQ envió a un escritor para que hiciera una crónica de la escena en una de nuestras reuniones de personal, donde el editor en jefe habló sobre nuestros beneficios de atención médica posteriores al despido. "Hay murmullos de agradecimiento, si no de emoción, de 'asombro', por parte del grupo de veinteañeros en su mayoría", informó GQ . Doce años después, todavía parece que todos estamos tratando de escapar de los recortes. Un cambio de ritmo estaría bien. Hasta entonces, bastará con un poco de esperanza: la periodista que había llevado su carrera “en una dirección diferente” reprogramó nuestra llamada. ♦️

domingo, 4 de febrero de 2024

El País deja el berlinés

Ayer                                                  Hoy

El domingo pasado

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El País de Madrid le ha quitado unos centímetros a su altura y se ha igualado con la inmensa mayoría de los diarios españoles, que miden 37 centímetros. De paso, ha lanzado una nueva tipografía y algunos cambios en el diseño. Subo la página y el texto de la nota donde lo explican, que puede servir para cualquier diseño de cualquier periódico del mundo:


EL PAÍS lanza un nuevo diseño más limpio y compacto

El periódico renueva la edición impresa en busca de una presentación moderna y mayor legibilidad de sus contenidos

El diario que tiene hoy en sus manos es totalmente nuevo, rediseñado de principio a fin con el objetivo de ser el mismo periódico de siempre. Más elegante y limpio, estrena una tipografía pensada para incrementar la legibilidad de los textos y un orden de secciones con pequeñas variaciones: agrupa la información global, política y económica, por un lado, y la social, deportiva, cultural y de estilo de vida, por el otro.

El proyecto ha supuesto un año de trabajo y ha implicado a los equipos de diseño, edición y tecnología del diario. La directora del periódico, Pepa Bueno, asegura que los lectores identificarán enseguida EL PAÍS: “Las señas de identidad permanecen intactas, pero en versión tercera década del siglo XXI”.

La edición impresa sigue siendo relevante en la era digital. Sus lectores, en papel o a través de descargas mediante aplicaciones como Kiosko y Más, apreciarán un producto ordenado, selectivo y con clara jerarquía, que ofrece la información imprescindible, el análisis y la opinión, y lecturas en profundidad para entender nuestro mundo y nuestro tiempo.

El nuevo formato es algo más corto, de 37 cm de alto, y ya ha sido adoptado por la práctica totalidad de los diarios españoles. El cambio de diseño busca dotar a las páginas de mayor elegancia y claridad, eliminando elementos gráficos innecesarios y jerarquizando mejor los formatos informativos. Los textos ganan protagonismo, acompañados por pequeños despieces —frases, cifras o datos clave— que añaden diferentes velocidades de lectura a las páginas. Se armoniza, además, el estilo de la edición impresa con el de la digital, que renovó su diseño en 2021.
La legibilidad de los textos ha sido clave en el cambio. Con el uso de la familia Majrit Text, diseñada por el tipógrafo portugués Mario Feliciano, se culmina un proyecto a largo plazo que empezó en 2018 y que ha unificado progresivamente las tipografías de sus publicaciones. Los lectores de EL PAÍS notarán que los textos del diario, El País Semanal, S Moda, Icon o Babelia, en sus versiones impresas y web, tienen un aire de familia. Todo el proyecto se ha desarrollado internamente, en un gran cambio tecnológico invisible para los lectores pero crucial para el trabajo de los profesionales. El diario se hace a partir de hoy en un nuevo sistema editorial más flexible y sólido.

Los suplementos semanales también registran ajustes de diseño que mantienen la identidad de cada publicación. Ideas hace honor a su espíritu con una puesta en página reposada y serena. Babelia simplifica su portada para dar más fuerza a las imágenes. Y Negocios cambia su fórmula de titulación para hacerla más arrevistada, además de reordenar sus páginas y secciones.

Para Diego Areso, director de arte de EL PAÍS, el principal reto en este rediseño ha sido “dibujar la arquitectura de las páginas para que el formato más reducido apenas suponga pérdida de contenido”. Y hacerlo manteniendo la personalidad del diario. “Aunque lo hemos rediseñado todo”, añade, “el proyecto será un éxito solo si los lectores habituales sienten que este nuevo EL PAÍS sigue siendo su periódico”.