lunes, 4 de marzo de 2024

Independencia para buscar la verdad y comprender el mundo

Les paso la transcripción en castellano del la Conferencia Conmemorativa Reuters 2024, pronunciada hoy por Arthur Gregg Sulzberger en Londres. Es del periodista bahiense Abel Escudero Zadrayec consultor del Instituto Reuters y director del medio 8000, en Bahía Blanca (Argentina). El original en inglés está aquí, y la transcripción aquí. Y aquí abajo, el video completo.

 

La independencia periodística en tiempos de división

Es un honor estar aquí para pronunciar la conferencia de este año. El Instituto Reuters ha sido un recurso inestimable para muchos de quienes estamos involucrados en la difícil tarea de tratar de abrir un camino sostenible para el periodismo de calidad. Y me siento afortunado de recibir una bienvenida tan cálida en Oxford, a pesar de los muchos agravios que el New York Times ha dirigido a la cultura británica (les aseguro que todos ellos absolutamente involuntarios), como esa sugerencia blasfema de que el típico desayuno inglés completo puede prepararse en una sola bandeja en el horno.

En el lapso relativamente breve que transcurrió desde que me pidieron que hablara hasta hoy, de alguna manera han empeorado aún más las malas noticias en torno al sector periodístico. No es una buena señal cuando dos revistas recurren a la expresión “evento cercano a la extinción” en sus títulos sobre las perspectivas para los medios.

En mi país, en los últimos quince años ha desaparecido alrededor de un tercio de los puestos laborales en las redacciones, y los periódicos locales continúan cerrando a razón de más de dos por semana. Los reporteros que tienen la suerte de seguir trabajando carecen a menudo del apoyo necesario para hacer reportajes originales de relevancia: no sólo dinero sino tiempo, la orientación de editores experimentados y la posibilidad de ir al terreno para hablar con las personas sobre las que escriben.

Por si fuera poco, la labor periodística en sí también se ha vuelto más complicada. Las amenazas, el acoso y los ataques a reporteros siguen aumentando, atizados por una retórica contra la prensa que califica al periodismo como “noticias falsas” y a quienes lo ejercen como “enemigos del pueblo”. Por supuesto, no es éste un problema que se ciña sólo a Estados Unidos o Gran Bretaña: en todo el mundo, cantidades casi récord de colegas son asesinados y encarcelados. Además, las iniciativas cada vez más agresivas para despojar a los periodistas de sus derechos históricos van socavando las coberturas independientes, incluso en países con tradición de apoyo a la libertad de expresión y la libertad de prensa.

Mientras luchan contra estas presiones, los medios deben competir en un ecosistema informativo dominado por un puñado de gigantes tecnológicos y contaminado por la desinformación, las teorías conspirativas, la propaganda y el clickbait, lo que erosiona aún más la confianza en los medios. El Instituto Reuters nos dice que la confianza de los estadounidenses en los medios, que antes era sólida, pasó a ser una de las más bajas del mundo y está hoy muy por detrás de países donde los medios son controlados por gobiernos represivos. En el Reino Unido el panorama es apenas levemente mejor.

La llegada de la inteligencia artificial generativa promete empeorar ahora cada uno de los retos a los que se enfrentan los medios a menos que quienes desarrollan esta poderosa tecnología (y los marcos para regularla) garanticen que la IA se usará para impulsar un ecosistema informativo confiable y no para acelerar su defunción.

Por qué importa la independencia periodística

Entonces, cuando mi profesión lidia con más amenazas existenciales de las que cabrían en una película de terror con alto presupuesto, ¿por qué he decidido venir aquí a hablar del concepto comparativamente esotérico de la independencia periodística?

Porque esta época ha hecho que la independencia periodística sea más difícil que nunca, más rara que nunca y, creo, más importante que nunca.

El mundo se enfrenta a desafíos gigantescos: desde la aceleración del cambio climático hasta la persistente desigualdad, pasando por la disrupción tecnológica, la erosión democrática y conflictos globales aparentemente incurables. Mientras tanto, las epidemias de desinformación y polarización complican cada vez más la búsqueda de soluciones. A fin de superar aquellas fuerzas y unir a las comunidades para que entiendan las opciones disponibles, tomen decisiones difíciles y actúen, se requieren hechos fiables y comprensión mutua.

Y hechos y comprensión es precisamente lo que el periodismo independiente ofrece a la sociedad.

Sin embargo, desde mi rol como editor del New York Times me sigue sorprendiendo la creciente resistencia hacia el periodismo independiente.

No hace mucho tiempo, desde la ventana de mi oficina en el centro de Manhattan, observé a un grupo de gente protestando contra nuestro supuesto sesgo anti-palestino; estaban justo debajo de un cartel publicitario que denunciaba nuestro supuesto sesgo anti-israelí... Me quedé con la desconcertante impresión de que una audiencia cada vez más homogénea e intensamente polarizada tal vez esté más unida en la creencia de que cualquier periodista que desafíe su relato seguramente se equivoca.

Hoy me gustaría defender la importancia del periodismo independiente, y me gustaría hacerlo sin cantar nuestros grandes éxitos, sino hablando de aspectos de nuestra cobertura que se cuestionan de forma feroz y que se refieren a temas que dividen y que son difíciles de abordar en la sociedad, como la guerra en Ucrania, los debates sobre los derechos trans y el conflicto en Oriente Próximo.

Para que quede claro: si voy a abordar asuntos tan complicados no es porque me quiera electrocutar. Toco estos asuntos porque las situaciones que más nos dividen son también las que más se benefician de que exista una prensa independiente y comprometida con la tarea de recopilar hechos, ofrecer contexto y fomentar el entendimiento necesario para hallar soluciones. También son los temas en los que una posición independiente tiene más probabilidades de ser calificada como amoral e incluso peligrosa. Como este tipo de críticas se convierten en el costo previsible de ejercer un periodismo independiente, es relevante comprender su dinámica y el sentimiento, quizá sorprendente, que creo que suele animarlas.

Qué entiendo por independencia periodística

Permítanme hacer un paréntesis aquí para definir qué entiendo por independencia periodística.

Se puede definir como un compromiso de primer orden con mantener una mente abierta. La independencia periodística exige una voluntad de seguir los hechos, incluso cuando nos alejan de lo que suponíamos verdadero. Una voluntad de involucrarse, de modo a la vez empática y escéptica, con una amplia variedad de personas y de miradas. Una insistencia en reflejar el mundo tal y como es, no como uno desea que sea. Una postura de curiosidad más que de convicción, y de humildad más que de rectitud.

Cuando hay pruebas abrumadoras, la independencia significa exponer claramente los hechos, aunque parezcan favorecer a una de las partes. Y en los casos (mucho más frecuentes) en que los hechos no están claros o su interpretación es objeto de un debate razonable, la independencia significa armar a los lectores con herramientas para que comprendan y digieran por sí mismos esa ambigüedad.

Independencia no implica un falso equilibrio. No significa centrismo ni neoliberalismo ni defensa del statu quo. No es un pase libre para hacer una cobertura inexacta o injusta. Y tampoco se trata de una característica personal innata.

Es una disciplina profesional con la que los periodistas deben comprometerse cada día.

Esta disciplina se basa en los procesos: cosas como pedir una variedad de perspectivas, la confirmación de múltiples fuentes, la verificación de hechos, las directrices éticas, las prohibiciones por conflictos de intereses. Requiere diversidad, en el sentido más amplio; las redacciones que acogen a reporteros con distintos orígenes, experiencias y cosmovisiones descubrirán más historias y las impregnarán de mayores matices y conocimientos.

La disciplina del periodismo también demanda cierta valentía personal. Uno tiene que estar dispuesto a desafiar lo que todo el mundo da por cierto y el pensamiento de grupo. Uno tiene que estar dispuesto a tomar una historia simple, sencilla o cómoda y complicarla con verdades que la gente no quiere escuchar. Más que nunca, uno tiene que estar dispuesto a resistir en medio del torrente de agresiones que a menudo sucede a cada publicación.

Y uno tiene que estar dispuesto a reconocer que no siempre acertamos, que a veces los críticos tienen razón. La independencia no debe utilizarse como escudo para eludir quejas legítimas o para ocultar errores. Como todos los medios, el Times se equivoca, y a veces mucho. Nuestros errores en historias importantes como la guerra en Irak o la crisis del sida nos ofrecen muchas razones para ser humildes. Perseguir la verdad dondequiera que nos lleve a veces significa reconocer nuestros propios errores y corregirlos de manera total y transparente. Eso también es independencia.

En la práctica, el periodismo independiente evoluciona permanentemente. Pero en esencia sigue siendo el mismo modelo profesional que mi tatarabuelo Adolph Ochs defendió al prometer en 1896 que el Times publicaría las noticias “imparcialmente, sin miedo y sin favorecer a nadie, ni a partidos ni a sectas ni a intereses”. Para cinco generaciones de mi familia, honrar ese compromiso y difundir el mensaje ha sido la misión central de nuestras vidas.

No obstante, la independencia periodística siempre ha tenido sus detractores. Durante mucho tiempo ha sido cuestionada por personas de derechas que consideran que así se enmascara un sesgo liberal omnipresente en las redacciones. Durante mucho tiempo ha sido cuestionada por personas de izquierdas, que señalan que así se privilegia una cosmovisión heterosexual, blanca y masculina que apuntala las estructuras de poder existentes. Y es cada vez más cuestionada por algunos periodistas, que sostienen que una sociedad con desafíos existenciales no puede permitirse una prensa imparcial centrada en compartir información en lugar de hacer campaña para impulsar cambios. Desde este punto de vista, la independencia es un lujo de tiempos pacíficos.

Pero la dinámica más reciente (y la más difícil de gestionar) es que la independencia periodística ahora es cuestionada por casi todos los grupos que cubrimos en casi todos los temas que cubrimos. En los últimos años, el Times ha sido acusado de anti-blanco, anti-asiático, anti-inuit, anti-hindú, anti-católico, anti-hasídico, anti-africano y anti-europeo. Nos han acusado de estar en contra de la escuela pública y de Harvard, en contra del fracking y del medioambiente, en contra de los consejeros delegados y de los sindicatos, en contra de Elon Musk y de la Reina Isabel, en contra de las cripto-monedas y de los pantalones de yoga. Lamentablemente, no es una lista completa ni mucho menos.

¿Por qué ocurre esto? Como nunca antes, la era de las redes sociales anima al público a organizarse de forma independiente en comunidades que comparten una identidad, un interés o una cosmovisión. Estos grupos construyen sus propios relatos, que se van endureciendo y se vuelven más extremos. Las voces más potentes se alzan a la cima: así sucede inevitablemente en los entornos digitales. Estas cámaras de eco celebran aquello que se ajusta a sus narrativas y combaten aquello que las desafía.

Esas posiciones suelen ser sinceras. Pero el objetivo fundamental de los vítores y los abucheos es cambiar la cobertura: que sea más favorable a sus intereses y que resulte más incómodo informar sobre aquello que no les gusta. A veces, esto implica aprovechar algún artículo ofensivo aislado como prueba de ciertas intenciones ocultas, en lugar de verlo como parte de una cobertura que explora un tema desde varios ángulos y perspectivas. Un estudio demostró que la mayoría de la gente ni siquiera lee un artículo antes de compartirlo en redes: esto significa que a menudo las quejas se entienden mejor como muestras de solidaridad dentro de un grupo que como críticas bien fundadas.

Philip Bump, columnista del Washington Post, describió recientemente este tipo de críticas como un “ruido omnipresente” de quienes “se envalentonan para detestar la información periodística que los desafía y ven a esos reporteros como una amenaza”.

Tressie McMillan Cottom, integrante de la sección de opinión del Times, explicó que las audiencias evitan espacios compartidos y prefieren campamentos ideológicos: "No sólo queremos contenidos personalizados: queremos contenidos personalizados que confirmen nuestras identidades políticas y que no las desafíen".

Y David French, también columnista del Times, señaló que estas dinámicas alimentan a la que posiblemente sea “la generación de personas más integralmente, voluntariamente y conjuntamente desinformada que jamás haya pisado la Tierra”. French escribió: “No estamos desinformados porque el Gobierno mienta sistemáticamente o suprima la verdad: estamos desinformados porque nos gusta la desinformación que recibimos y deseamos más".

Más allá de que se unan a partir de la orientación política, la nacionalidad, la raza, el sexo, la religión, la profesión o cualquier otra cosa, he llegado a pensar que la gran mayoría de estos grupos comparten esencialmente una profunda sensación de vulnerabilidad, quizá incluso existencial.

En varios casos resulta comprensible. Vivimos en una época en la que muchos se sienten amenazados (a menudo, justificadamente) por el incremento de la intolerancia y por una desigualdad masiva, por la inestabilidad social y por un fervor por derribar el sistema. Pero la historia nos enseña que el tribalismo, la polarización y la narrativa de vulnerabilidad constituyen una mezcla peligrosa. Combinadas, avivan el absolutismo, apagan la tolerancia y suelen dar lugar a una pregunta que se esconde detrás de muchos de los peores episodios de la sociedad: “¿Estás con nosotros o contra nosotros?”. Esta pregunta se dirige cada vez más a los periodistas.

Les puedo asegurar que resulta extremadamente tentador defender la independencia periodística recurriendo a ejemplos egoístas y alegres sobre lo bien que el Times ha mostrado valor y cómo al hacerlo hemos mejorado el mundo.

Son historias muy celebradas que muestran cómo desafiamos a los presidentes para que el público reciba información esencial, tal como ocurrió al publicar los “papeles del Pentágono” [documentos oficiales secretos sobre la implicación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam entre 1945 y 1967]. Cómo expusimos patrones de acoso y abuso cometidos por hombres prominentes, lo que ayudó a desencadenar el movimiento #MeToo. Cómo revelamos secretos que los poderosos y los gobiernos querían mantener ocultos, lo que forzó rendiciones de cuentas y reformas significativas en innumerables áreas de interés público: desde documentar el empleo ilegal generalizado de niños migrantes en trabajos peligrosos hasta mostrar que el programa estadounidense de drones de guerra ha estado sistemáticamente plagado de inteligencia defectuosa, objetivos imprecisos y desconsideración por la vida humana.

Sin embargo, la mejor manera de saber si vivimos de acuerdo con nuestros valores no es ver los casos que se celebran sino aquellos que se cuestionan. Pienso en mi colega a quien llamaron “peón de los republicanos” por sacar a la luz el servidor privado de correo electrónico de Hillary Clinton, y a quien luego le dijeron “peón de los demócratas” por exponer los numerosos intentos de Donald Trump de socavar las investigaciones sobre sus actos. O en mis colegas que enfurecieron a todas las partes en el debate sobre el aborto porque escucharon a todas las partes en el debate sobre el aborto, y luego hicieron lo posible para representar esas perspectivas de la mejor manera posible.

Voy a explorar algunos ejemplos notorios como estos, no para sonar como alguien atribulado o a la defensiva sino para ilustrar la difícil realidad cotidiana del periodismo independiente. Y para dejar claro por qué la lucha merece la pena.

Cubrir la guerra de Ucrania

Empecemos por Ucrania. Cuando Rusia sacudió al mundo hace dos años con su invasión, en un acto de agresión no provocado, nuestros reporteros ya llevaban meses cubriendo la escalada de tensiones. Y permanecieron en el terreno, soportando las mismas bombas y los mismos disparos que el pueblo ucraniano, para que el público recibiera información esencial sobre el conflicto.

Hemos documentado las atrocidades de Rusia, sus fracasos militares y el modo en que ha engañado y perseguido a su propia gente. Nuestras investigaciones han probado que los soldados rusos mataron sistemáticamente a civiles ucranianos, y las evidencias se han utilizado desde entonces para investigar crímenes de guerra. Difundimos historias sobre el estado de la guerra, pero también sobre ucranianos que tomaron las armas, que perdieron la vida o que volvieron a empezar lejos de casa.

Pero a veces nuestros periodistas encuentran historias que los líderes ucranianos no quieren que se sepan. Revelamos que sus militares usaron municiones de racimo, que están prohibidas internacionalmente y que matan de forma desproporcionada a civiles, sobre todo a niños. Informamos que los generales ucranianos sufrían tal escasez de material en el frente que a menudo intercambiaban suministros entre ellos. Por escribir este tipo de artículos, nuestros corresponsales han sido castigados por los líderes ucranianos, que suelen tachar de propaganda rusa al periodismo que cuestiona su versión oficial.

Es comprensible que los ucranianos traten de evitar cualquier cosa que mínimamente pueda poner en peligro a su país, envalentonar a sus enemigos, erosionar el apoyo de sus aliados o minar la confianza de su pueblo. Pero el deseo de no saber, que surge del miedo, es uno de los impulsos humanos más contraproducentes. El periodismo independiente es fundamental para que la audiencia (incluida la audiencia ucraniana) comprenda la realidad. Un relato certero de la escasez de suministros, por ejemplo, resulta clave para tomar decisiones en el campo de batalla, desde cómo desplegar mejor los limitados recursos hasta entender la urgencia de contar con apoyo militar internacional adicional.

Cubrir las cuestiones trans

Permítanme ofrecerles un segundo ejemplo, relacionado con otro grupo que tiene buenas razones para sentirse en peligro. En los últimos años, el Times ha cubierto ampliamente la oleada de medidas anti-trans que avanzan en varias legislaturas estadounidenses. Hemos informado sobre los ataques y la discriminación que sufren las personas trans. Y hemos destacado historias de personas trans de todo el mundo que quiebran barreras y logran reconocimiento. También hemos publicado, con imparcialidad y empatía, los debates alrededor de las intervenciones médicas a niños trans, un asunto que provoca desacuerdos incluso dentro de la comunidad trans, entre padres y madres y entre proveedores especializados.

Esta última clase de artículos constituye un pequeño porcentaje de nuestra cobertura: quizá una docena entre cientos de artículos. Sin embargo, estos textos los han presentado a menudo activistas trans como la prueba de que el Times cuestiona “el derecho de las personas trans a existir”. Muchas de las críticas ni siquiera se centran en los hechos, sino en el impacto que pueden tener cuando caen en las manos equivocadas. Subrayan casos en los que nuestra información ha sido citada en leyes y demandas por parte de quienes pretenden restringir los derechos de las personas trans, incluyendo la atención médica.

El argumento de que no deben revelarse datos que puedan ser mal empleados es obviamente anti-periodístico. Hacer eso daría al público buenas razones para creer que los periodistas moldean la realidad al servicio de intereses ocultos. Y al mismo tiempo, haría más difícil que la gente creyera cualquier otra cosa que publicáramos. Pero también puede hacer un flaco favor a la misma gente que esos críticos intentan defender.

Sabemos que nuestros reportajes han sido un recurso inestimable para niños, padres y proveedores que toman decisiones sobre la atención médica. Algunas personas trans nos han comentado su temor de que el Times deje de informar sobre estos temas, dado que no podrían tomar decisiones médicas importantes basándose en la ciencia sino sólo en argumentarios de activistas. Y algunos profesionales dedicados a atender a personas trans nos han expresado su alarma frente a la posibilidad de ser descartados y condenados al ostracismo sólo por plantear que este campo médico aún incipiente necesita seguir evolucionando.

Después de investigar las quejas sobre nuestro trabajo en torno a este tema, un crítico de medios concluyó: “El verdadero propósito del ataque al Times es disuadir a quienes escriben reportajes en profundidad sobre la atención sanitaria a las personas trans, o directamente ponerle fin a esa cobertura".

Cubrir el conflicto palestino-israelí

Luego está el conflicto palestino-israelí: no hay historia cuestionada con más vehemencia y más envuelta en relatos de suma cero. Dos pueblos que reclaman la misma tierra, cada uno con argumentos apoyados no sólo en la historia sino también en la religión. Dos pueblos cuyo pasado y cuyo presente ofrecen una multitud de razones para sentir vulnerabilidad existencial.

El periodismo independiente es necesario para proporcionar información, para exigir responsabilidades a los gobernantes y para exponer las experiencias de los afectados por la guerra, y así dar al público la oportunidad de comprender qué impulsa el conflicto y qué impide avanzar hacia su resolución.

Mis colegas han detallado minuciosamente los atentados terroristas del 7 de octubre, y han mostrado cómo los combatientes de Hamás invadieron Israel, cómo mataron, agredieron sexualmente y secuestraron a más de mil personas y cómo se replegaron a un sistema de túneles diseñado para protegerse a costa de la población civil. A través de reportajes sobre el terreno y de videos en las redes sociales e imágenes satelitales, hemos registrado la magnitud de la destrucción que Israel ha provocado en Gaza y la enorme mortandad de civiles, especialmente niños.

Hemos expuesto el uso extendido por parte de Israel de bombas de 1.000 kilos poco precisas, la demolición deliberada de escuelas, mezquitas y hogares, y la lucha por satisfacer necesidades básicas como la comida, el agua, el refugio y la atención médica. Revelamos que funcionarios israelíes ignoraron advertencias precisas sobre los planes de Hamás, expresadas más de un año antes del ataque.

Y en un conflicto en el que demasiado a menudo ningún bando ve la humanidad del otro, hemos contado las historias de personas que tal vez sólo compartían angustia: una abuela palestina que se negaba a abandonar su casa en Gaza durante los bombardeos porque ya había perdido un hogar en 1948; una sobreviviente del Holocausto que se pasaba los días preocupada por no saber si su nieto secuestrado seguía con vida; una niña palestina que quedó huérfana por un ataque aéreo donde fallecieron decenas de sus familiares; una israelí de cuatro años que fue tomada como rehén por Hamás tras presenciar cómo asesinaban a sus padres.

Ambos bandos encontrarán allí historias que les gustan y otras que no. Pero la información independiente, la que no se alinea totalmente con ninguna perspectiva, jamás convencerá a los partidistas.

Quienes critican nuestra cobertura sobre Oriente Próximo nos acusan de sesgo en la decisión de qué elegimos contar y qué contexto ofrecemos u omitimos. Cuestionan las fotos que publicamos, el lenguaje que utilizamos, las fuentes que citamos. Algunos dicen que una nota sobre la dura situación de los rehenes israelíes “borra” las muertes de civiles en Gaza. Otros afirman que un artículo sobre las motivaciones de Hamás para la masacre cometida en Israel “visibiliza” las ideas terroristas. Todo aquello que no sea denunciar a personas u opiniones malas es “normalizarlas”. Cuestionar a las personas o a las opiniones buenas es sucumbir al “falso equilibrio”. Incluso se discuten palabras aparentemente directas vinculadas a fallecimientos: ¿No sería más preciso decir que la persona fue “asesinada”? ¿No sería más neutral decir sólo que “murió”?

Y por inconcebible que les parezca a quienes tienen opiniones firmes sobre el conflicto, las acusaciones que recibimos por sesgos en contra de los israelíes o en contra de los palestinos son casi siempre equivalentes en términos de volumen e intensidad.

Una mañana de noviembre recibí una carta de un senador estadounidense. Fue la primera de varias enviadas por funcionarios estatales y federales sugiriendo irresponsablemente que el Times pudo haber proporcionado “apoyo material” a los terroristas de Hamás. Al día siguiente, manifestantes propalestinos marcharon a la sede del Times, donde tiraron sangre falsa e insistieron en lo contrario: que éramos cómplices de la matanza de palestinos.

Aun así, resulta revelador que ambos bandos recurran a una retórica incendiaria para dirigir la opinión pública, pero se apresuren a usar nuestro periodismo cuando se alinea con sus relatos. Durante el caso de genocidio contra Israel en el Tribunal Internacional de Justicia, tanto acusadores como defensores citaron nuestra cobertura.

Cada vez más, las críticas se orientan no sólo a nuestro trabajo sino también a nuestros periodistas. El Times cuenta con un equipo especialmente diverso para cubrir esta guerra: incluye a musulmanes, judíos y cristianos; hablantes de árabe, hebreo e inglés. Algunos crecieron con el conflicto y han perdido amigos y familiares; otros lo han estudiado desde fuera, algunos durante décadas. Los críticos ven en esta diversidad una fuente de críticas.

¿Acaso los antecedentes de un periodista revelan cierto sesgo oculto? ¿Qué pasa con las palabras y los antecedentes del cónyuge, el padre o los hijos del reportero? De hecho, yo mismo he pasado por esto: ambos bandos llevan tiempo planteando teorías sobre por qué la dirección del Times a cargo de mi familia aviva la injusticia, dado que nuestras raíces judías nos hacen naturalmente sesgados a favor de Israel o nos llevan a inclinarnos demasiado hacia el otro lado.

Los activistas incluso encuentran formas pseudo-científicas de medir nuestra supuesta parcialidad. Un medio publicó un análisis del uso de palabras en nuestra cobertura, y descubrió que el Times “favorecía fuertemente a Israel”. Otro medio publicó otro análisis con el siguiente titular: “Pruebas de que el sesgo anti-israelí del New York Times es empírico, no una paranoia”.

Para que quede absolutamente claro: no digo que la verdad esté necesariamente en el medio, ni en este conflicto ni en ningún otro tema. De hecho, suele haber muchos bandos, no sólo dos. Y no creo que una organización periodística esté haciendo las cosas bien sólo porque se enfadan todos los bandos, pero eso tampoco es señal de que esté haciendo las cosas mal. Es imposible proporcionar una cobertura justa y rigurosa de esta guerra sin enfadar a todos los bandos.

La presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja defendió recientemente el valor de los actores independientes, incluso en los conflictos más encarnizados: “No todo el mundo tiene que ser neutral", escribió, en un ensayo publicado en el Times. "Pero las naciones deben respetar el espacio de la neutralidad humanitaria. Cuando el mundo toma partido, nosotros tomamos partido por la humanidad".

Estar abiertos a las críticas

Es importante para mí reafirmar de forma nítida que estar abierto a la crítica de buena fe es una parte esencial del proceso periodístico. Un medio que se aísla de opiniones de ese estilo está condenado a cometer más y mayores errores. Por eso el Times se toma tan seriamente los errores, con un equipo de editores especializados que investigan y responden cualquier queja. Cuando nos equivocamos, corregimos rápida y abiertamente, y luego nos esforzamos por aprender de ello.

Por ejemplo, al principio de la guerra entre Israel y Gaza, publicamos un titular que otorgaba demasiada credibilidad a las afirmaciones de Hamás de que Israel era responsable de una explosión letal en un hospital de la ciudad de Gaza. Lo actualizamos a las pocas horas. Y si bien otros que cometieron el mismo error simplemente siguieron adelante, nosotros pasamos días averiguando qué había sucedido, publicamos una nota de los editores explicando nuestros errores y nos comprometimos a mejorar nuestros procesos. Tener una sólida sección de correcciones no debería verse con vergüenza sino con orgullo, como testimonio de la voluntad de rendir cuentas.

Pero en muchos de los casos mencionados, quienes reclaman no suelen oponerse a los hechos; en realidad, advierten que los hechos pueden perjudicar a su causa o envalentonar a un enemigo peligroso. E insisten en que nuestra cobertura acabará en el lado equivocado de la Historia.

Pero, ¿qué significa ser periodista y abordar la tarea con el objetivo de estar en el lado correcto de la Historia? Por supuesto, cualquier colega razonable quiere que su trabajo supere la prueba del tiempo a los ojos de las generaciones futuras. No obstante, el instinto de escribir para el futuro juicio de la Historia en vez de hacerlo para el público al que servimos hoy, incluso al periodista mejor intencionado puede llevarlo por mal camino de tres maneras.

En primer lugar, todo el mundo quiere tomar las decisiones correctas. Pero mientras se desarrolla la noticia, no siempre queda claro qué es lo correcto. Las reivindicaciones morales del momento, como “la guerra contra el terrorismo” o la llamada a “retirar la financiación de la policía”, no siempre han envejecido bien.

En segundo lugar, el impulso de ir hacia lo “correcto” crea incentivos para tergiversar la realidad, realzando los datos que se alinean con el criterio propio y restando importancia a los que no se alinean con él. Este enfoque es básicamente contrario a la responsabilidad del periodismo de informar al público y erosiona la confianza a largo plazo de la que depende cualquier medio. Esa es la trampa en la que se encuentra Fox News, que retuerce las noticias para servir a una misión política y desinforma a los espectadores, sugiriendo que el presidente Obama nació en Kenia o que Trump ganó las últimas elecciones.

En tercer lugar, escribir para el futuro en vez de hacerlo para el presente perjudica al público, ya que se abandona el papel clave que desempeña el periodismo para ayudar a que una sociedad resuelva sus problemas. Esto no sólo empuja al público a tomar decisiones menos fundadas: a menudo también genera reacciones negativas. Por ejemplo: mucha gente consideró que las medidas del Gobierno contra la pandemia fueron excesivamente restrictivas y que los medios no informaron con suficiente escepticismo. Esto contribuyó al declive del apoyo a los programas de vacunación y al incremento de la desconfianza hacia los profesionales de la medicina.

Dicho de forma sencilla: los periodistas no sirven al público tratando de predecir los juicios de la Historia o de dirigir a la sociedad hacia ellos. Nuestro trabajo está firmemente arraigado en el presente: aportar a la sociedad la información y el contexto que necesita para lidiar de forma correcta con los asuntos del momento. Creer que una audiencia informada toma mejores decisiones es quizá el concepto más esperanzador sobre una prensa independiente.

Ayudar la comprensión mutua

No hace mucho tiempo, uno de nuestros corresponsales extranjeros más experimentados me contó sobre una cena a la que asistió en una universidad estadounidense. Una invitada lo enfrentó airadamente, diciendo que no podía creer el abrumador sesgo pro-palestino que aparecía cada día en la portada del Times. Otro comensal rápidamente replicó que se sentía horrorizado por el constante sesgo pro-israelí del Times. Incrédulas, ambas personas procedieron a enumerar ejemplos para defender sus posturas. Después de un extenso intercambio, la disputa terminó en punto muerto. “Había una incomprensión mutua total”, comentó el periodista.

Esa incomprensión mutua existe ahora en todas partes. Ayudar a entender los hechos y a entender a los demás es uno de los mayores servicios que el periodismo puede prestar al público. Como me dijo ese corresponsal extranjero: si el miedo y la rabia de la conversación pública ceden alguna vez al civismo y se habilitan espacios para las soluciones, la base del debate debe construirse en torno a la información periodística independiente.

Como habrán notado en los ejemplos que he compartido, a menudo algunos nos señalan que la postura de independencia representa cierta abdicación moral. Pero cuando observo las fuerzas que impiden que la sociedad se una para hacer frente a los retos de nuestra era (en Oriente Próximo, en Ucrania, en Estados Unidos o donde sea) no veo que falten actores apasionados y moralmente fuertes haciendo sonar la alarma. De hecho, la alarma parece tan fuerte y constante que gran parte del público ya se ha puesto tapones en los oídos.

Considero que la independencia es el mejor camino y el más optimista. Como periodistas independientes, aportamos a nuestros conciudadanos la información que necesitan para tomar decisiones por sí mismos. Se trata de un profundo acto de confianza. Tengo claras las formas en que la desinformación y la polarización conspiran para bloquear la realidad compartida que una sociedad requiere para unirse. Pero creo que la respuesta a esos problemas puede encontrarse no en la rectitud del cruzado que defiende una causa sino en la misión más humilde de un periodista: buscar la verdad y ayudar a la gente a comprender el mundo.

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