miércoles, 7 de junio de 2023

Día del periodista de inclusión social

Con motivo del Día del Periodista en la Argentina y con el permiso expreso de Fernando Ruiz, copio este artículo que aparece hoy en Infobae (todavía de libre acceso). Tiene algo que ver con la desinformación, uno de los defectos del periodismo a los que se refiere Francisco en el post anterior. 

Fernando es profesor de Periodismo y Democracia en la Universidad Austral de Buenos Aires, expresidente de FOPEA y miembro de la Academia Nacional de Periodismo.


El periodismo y las medias verdades 

Si el periodismo quiere contar la realidad latinoamericana con rigor profesional, la tiene que contar socialmente completa

 

El contexto de este nuevo Día del Periodista es que las repúblicas independientes de América Latina están cumpliendo sus dos siglos de vida y sus desigualdades sociales extremas también.

Hoy la más masiva violación a los derechos humanos en la región se da por la desigualdad social, y sus causas no son un tema central de la cobertura periodística. Hay opiniones, hay interpretaciones, pero falta periodismo.

Quizás existe la percepción de que la realidad social está cristalizada y forma parte del paisaje no modificable. Y sabemos que solo moviliza nuestros esfuerzos lo que creemos modificable.

Hoy el periodismo pone mucho más énfasis en la defensa de los derechos civiles y políticos que en los derechos sociales. Estos pasan por ser derechos de segunda, como si fueran derechos disminuidos, o cuasi derechos, aunque nuestras constituciones no hagan esa distinción.

Esa actitud periodística tiene una lógica. Las construcciones de nuestros hogares nacionales democráticos exigieron una secuencia de expectativas. Había que consolidar primero los cimientos de los derechos civiles y políticos para luego concentrarse en avanzar en los pisos superiores de los derechos sociales.

Pero las transiciones democráticas no pueden ser eternas. En algún momento tiene que enfrentarse a la desigualdad social extrema y persistente. Además, sabemos que si no tenemos los derechos sociales básicos tampoco tenemos libertades, dado que nuestras carencias fundamentales hacen que nuestro nivel de dependencia personal sea extremo, y podemos ser fácilmente clientelizados. Si el desarrollo es la “expansión de las libertades sustantivas”, es una ilusión creer que vamos a ejercer nuestra ciudadanía plena si nuestro déficit de derechos sociales es gravísimo.

El periodismo nunca es el mismo. Hay una adecuación a las necesidades de cada época. Y en estos momentos es necesario una era social de la profesión. Lo bueno es que coincide con la visión de los periodistas, dado que, en una reciente encuesta a periodistas de América Latina, la gran mayoría expresó su vocación de promover el cambio social.

Por eso, el periodismo está cambiando. Crece el consenso en el mundo de los periodistas acerca de que la construcción democrática tiene que ser integral. Toda una nueva generación de medios digitales tiene a la desigualdad social como uno de sus ejes centrales: Animal Político, La Silla Vacía, Plaza Pública, El Faro, Red/Acción o Connectas; y también en medios principales, como el programa de corresponsales en la periferia que impulsa la Folha de Sao Paulo.

El cambio social está creciendo en el horizonte editorial de los medios. Y no solo en América Latina. Dos de los medios más importantes del mundo realizaron proyectos muy ambiciosos para analizar las raíces estructurales de la desigualdad social en sus respectivos países. The New York Times hizo el proyecto 1619, que fue el año en que ingresaron los primeros esclavos negros a las entonces colonias inglesas; y The Guardian inició el proyecto Cotton Capital, que incluso revisa la relación entre los orígenes de ese medio y la esclavitud. Son decisiones editoriales de los medios de referencia mundial que comienzan a marcar una nueva era, donde la lucha contra la desigualdad social vuelve a estar en el centro, como ya lo estuvo en otros momentos de la historia, por ejemplo, cuando surgió el periodismo de investigación en Estados Unidos, a fines del siglo diecinueve, con los famosos muckrakers.

Los medios principales hacen coberturas aisladas de la desigualdad social, pero esos esfuerzos profesionales no tienen la persistencia ni la centralidad de otros temas. Por su parte, el periodismo de investigación está más volcado a la corrupción administrativa, pero menos a la desigualdad social. Apenas en forma indirecta se dice que ese dinero que se roba se les resta a los pobres. No es frecuente que se investigue el rol de las grandes instituciones sociales en la reproducción de la desigualdad social. “Las disparidades permanecen arraigadas en las instituciones formales e informales, resistiendo el cambio”, dicen los profesores brasileños Criselli Montipó y Jorge Kanehide Ijuim.

El periodismo se debe al presente, no al pasado. Por eso, surgen olas de “nuevos periodismos” con adjetivos orientadores, como fueron el periodismo ciudadano, cívico, público, interactivo o de soluciones. En una reciente investigación se enumeraron en los últimos treinta años más de 150 nuevos periodismos con adjetivos. Pero es que en cada época se proponen énfasis diferentes. Y hoy necesitamos en América Latina un periodismo de inclusión social, que haga más hincapié en las necesidades sociales.

Por eso, no es un periodismo para siempre. Es un periodismo de emergencia para un continente socialmente quebrado, con una fisura que lo pone en un riesgo permanente de autodestrucción. Y no debería ser un periodismo militante, sino muy profesional. Combatir la desigualdad requiere hacer periodismo de calidad, pero para todos, no para unos pocos. La percepción de las víctimas de la desigualdad social es que el periodismo los mira con “negligencia crónica”, como quien te mira y juzga de lejos sin intención de acercarse, como señaló un informe reciente del Reuters Institute.

Anita Varma, una profesora de la Universidad de Texas, dice que el periodismo está constitucionalmente protegido solo porque está para servir al interés público, alineado con el ideal de dignidad para todos”.

Nuestro foco es la sociedad, no la política, ni el gobierno. El periodismo tiene que monitorear al poder, y la manifestación central del poder suelen ser los gobiernos, pero esa luz que el periodismo intenta poner sobre el gobierno y la política es instrumental para servir a la sociedad, que es nuestro fin principal. Nos ocupamos del gobierno y de la política porque nos interesa la sociedad.

Pero nuestra práctica de monitorear al poder muchas veces nos lleva a entablar diálogos cerrados con las elites del poder, y podemos perder la conexión con quienes viven la injusticia social.

Cuando se produjeron recientes discusiones sobre los regímenes de salud en Colombia y en Chile, o la discusión sobre el régimen jubilatorio en Argentina, el eje principal de las coberturas fueron los efectos políticos sobre un gobierno o un plan económico, más que los efectos sociales sobre la desigualdad estructural que sufre la región. Lo mismo suele ocurrir cuando en cada parlamento regional se debate la ley de presupuesto general del Estado. Nuestro monitoreo constante sobre el poder –que es clave- nos saca de lo más importante, que es finalmente el beneficio social.

Si el periodismo quiere contar la realidad latinoamericana con rigor profesional, la tiene que contar socialmente completa. Si no, su mirada tendrá un sesgo clasista, lo que sería, por lo menos, una media verdad.


El periodismo también es responsable de nuestros problemas. En esta casa hemos dicho hasta el cansancio que el periodismo debe mojarse, involucrarse, en contra de los que sostienen el periodismo aséptico, el que no debe tomar partido entre la vida y la muerte, entre la seguridad y la inseguridad, entre la pobreza y la riqueza, entre la guerra y la paz...  

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